lunes, 19 de septiembre de 2011

Memoria y futuro

La memoria de uno es selectiva. O quizá ni eso. Es capaz de recordar, o de recrear, y eso ya no sé si sería memoria, sensaciones que tuvo con libros, clases, profesores, encuentros... pero no de unir nombres de autores, títulos, frases, ropa o siquiera caras. Por eso mismo suelo apuntar frases y autores y títulos y pequeños detalles que luego no recordaría y que, a no ser que los anote con mucha precisión, luego no sé ni a qué corresponden ni para qué los copié. Caos.

Pero no por eso uno olvida, es decir, no por eso uno no sabe por qué hace tal o cuál cosa más o menos trascendente en la vida. Uno sabe por qué dejó de querer dedicarse a la traducción, o mejor dicho de querer estudiar traducción, para dedicarse a la literatura, a su docencia. Mucho tienen que ver las clases de bachillerato en eso, los autores desconocidos hasta entonces (aún recuerdo cómo conocí a Ángel González: acababa de morir esa misma noche, y "se suspendió" la clase para leer sus poemas: "Ni Dios es capaz de hacer el Universo en siete días./No descansó el séptimo día./Al séptimo día se cansó.") y la pedagogía, más de inmersión que de agarra-lo-que-puedas.

Ahora, dos años después de haber terminado con todo lo "inservible" para dedicarse a lo "decisivo", uno tiene la sensación de que la literatura falta, de que seis asignaturas de literatura obligatorias para toda la carrera es demasiado poco -eso lo pensamos aquéllos a los que nos gusta, claro, y por supuesto no los señores de la ANECA, pero ése es otro tema-, y si a eso le sumamos que el alemán quita tiempo -leer en alemán, escribir en alemán, estudiar alemán, en general...-, uno quiere obligarse a trabajar más en la literatura, y a que alguien le enseñe algo más. Así que, siguiendo el instinto y lo aprendido en el pasado, quizá por melancolía y por ganas de futuro, uno se tira a la piscina, de cabeza y sabiendo nadar sólo en versión perrito, pero la necesidad del tiempo llama, y es ahora o nunca: el plan de estudios se extingue. Última llamada, sonaría en los aeropuertos, para los estudiantes de la Licenciatura en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Veremos si podemos volar, y hasta dónde llega el viaje.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Esto ya es Extremadura

Hace poco menos de una semana que llegué a casa, al calor sofocante de primeros de septiembre en la dura y vasta Extremadura, en la eternidad extremeña. No es que aquí se viva bien o se viva mal, no es que en los pueblos uno se encuentre con su yo, descubra las posibilidades que se tienen en el caos de las relaciones personales, en las carreras en los metros, en los coches caros y los autobuses atestados de quienes se levantan temprano para ir a trabajar. No, no es nada de eso. La vida aquí es sencillamente diferente, las preocupaciones  no tienen apenas espacio en la extensión, y el paisaje inabarcable e inacabable nos muestra la realidad de un mundo que no queremos ver y que evitamos, que transformamos en idilio irreal porque no somos capaces de aceptar la belleza que no creamos, la que, sin más, existe.

Vuelven los atardeceres rosa del verano al camino, y vuelve el calor insoportable, como vienen y se van, cada año, las cigüeñas, y vuelven los que nunca se han ido.

Recordaba hace poco, y me puse a buscarlo, con motivo del día de Extremadura, un pequeño texto de Javier Cercas:
Extremadura es para mí el olor feliz de la infancia, la limpieza inconfundible de una forma de hablar que me perteneció y que, de algún modo, todavía me pertenece, el susurro perdurable de una legión de antepasados que sobreviven en mí, la hospitalidad antigua de la gente, el color de los atardeceres inacabables del verano, el recuerdo imposible de una patria perdida. Extremadura es para mí el mundo. 
Uno regresa a casa porque le gusta sentir que vuelve, le gusta sentirse aquí, y le gusta saberse de aquí, aunque odie el calor intrínseco, aunque cada vez lo piensen más lejos.

lunes, 5 de septiembre de 2011

De Andalucía a Mannheim

La vida está hecha de casualidades, de ir y venir, de trenes con retraso, de maletas perdidas y esperas, de pasos en calles en momentos concretos, ni un segundo más ni un segundo menos, de platos de salmorejo con tomates de tiendas sin tendero, de karaokes. Y por casualidades conoce uno a gente que demuestra que la realidad no tiene límites ("Resulta bochornoso que la realidad no imponga límites", comenta Marías en Los enamoramientos), que hay quien (sobre)vive en ciudades desconocidas, con idiomas desconocidos, y que encuentra trabajo, y tiene suerte y tuvo un pasado, y tendrá un futuro.

Uno no sabe ya, parece ser, demostrar en público sentimientos, ni tan siquiera sensaciones, sólo sabe reconocer que lo siente con líneas como éstas. Cuando escucha abre bien los oídos, sin contestar una palabra -por incapacidad, por falta de necesidad-, sin sorprenderse por nada aparentemente, y sintiendo por dentro la valentía de quien narra, sufriendo con él, alegrándose por él.

En Mannheim queda, con su rutina de platos de cocina y sus delantales negros y color burdeos, con Margarita, el tabaco y la taza, con los tejados de las casas vecinas desde la ventana de la cocina, con la soledad y las ganas y la esperanza puesta en el presente, un andaluz. Con diarios. Con días. Con noches.