viernes, 26 de febrero de 2016

Teatro refinado y popular

Escribía Barthes en Le Monde en 1971 del teatro de Brecht que es "refinado y a la vez popular" y que "es imposible que se dé dentro de una economía privada, en la que no podrían sostenerlo ni el público burgués, que proporciona el dinero, ni el público pequeñoburgués, que constituye el número", por lo que, necesariamente, tiene que ser un teatro financiado por entidades públicas para poder soportar los gastos de un teatro "caro, por el insólito cuidado de la puesta en escena, por la elaboración del vestuario, por la cantidad de los ensayos, por la seguridad profesional de los actores, tan necesaria para su arte". Qué razón tenía Brecht cuando buscaba un teatro rompedor, que despertara al público proletario antes de que el poder de la comunicación de masas se quedara en manos de la burguesía acomodada. Y qué poco lo pensamos ochenta años después, cuando la comunicación lo ocupa todo, y la pequeña burguesía ahora ya ni siquiera existe. Hace falta otra vez un teatro "revolucionario, significante y voluptuoso". Hace falta más Brecht, y suerte que España aún puede ver representadas, aunque sea de vez en cuando, algunas de sus obras. Lo mismo pronto llega la censura.

Vida de Galileo en el Teatro Valle-Inclán hasta el 20 de marzo.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Todos los días

Todos los días sales a la calle de la misma ciudad, coges el mismo tranvía y vas al mismo trabajo. Todos los días te encuentras a las mismas personas en el camino de casa a la oficina, los mismos ojos cansados, las mismas ilusiones en el rostro, las mismas manos silenciosas que muestran sus billetes, que sacan sus carteras, que acarician sus teléfonos. Todos los días. Una y otra vez a lo largo de la semana, del mes, del año. Da igual lo grande que sea la ciudad. Eres capaz de reconocer a los intrusos, a quienes no viajan contigo a diario. Conoces la raza del perro de la señora del gorro de lana verde, sabes cómo se llama el marido -amante tal vez- de la señora del abrigo largo y las uñas siempre pintadas de rojo -has escuchado susurrar su nombre por teléfono uno de los días que ha estado en el asiento contiguo, pero no está bien decir de qué hablaban exactamente-. Sabes en qué parada se baja el padre que da siempre un beso a sus dos hijos, que continúan tres paradas más -adiós, Max, adiós Lea-. Sabes incluso el número de pie que tiene la chica pelirroja que llega siempre en un tranvía, el número tres, y se baja para coger el que va en dirección a la estación central, un día se lo dijo a su vecina, pues por su cumpleaños le habían regalado unos zapatos de la talla 40, pero ella usa una 38; lo recuerdas perfectamente. Sabes en qué portal vive el chico que va cargado con la bolsa negra de gimnasio los lunes, miércoles y viernes, aunque el miércoles de la semana pasada llevaba una distinta, se montó una parada después de lo habitual y no lo viste salir de casa. Sabes cosas de muchos de tus compañeros de vagón, como las saben ellos de ti, porque todos los días salís a la calle de la misma ciudad, cogéis el mismo tranvía y vais al mismo trabajo y yo veo cómo os sentáis, os evitáis las miradas y guardáis silencio mientras dejo pasar el tranvía como un acto de rebelión contra la inevitable rutina.