jueves, 23 de febrero de 2017

Fortuitamente Sevilla

Hay quien cree en dios, en alguno de los posibles, y eso le hace pensar que está aquí por algún motivo, que lo han creado de ésta o aquélla manera. Imagino que quien crea así piensa también que existe algún propósito, que las cosas pasan por algo, que si está aquí o allí es porque algo ha hecho que esté aquí o allí. No sé, imagino que es así. También es posible que me equivoque. Pero la gente que cree en dios les pide intercesión, les pide piedad o fuerza, no sé, que les mande algo positivo, imagino, que acabe con su sufrimiento.

Yo, por mi parte, creo en las casualidades. Es decir, no creo que tengan que ocurrir, sino que, simplemente, ocurren, y son ellas las que nos van delimitando la vida, si justamente hubiera llegado tres minutos antes a tal o cual sitio es muy probable que ahora mismo no estuviera aquí. Es cierto que las casualidades las provocamos nosotros en muchas ocasiones, pero no siempre. Sea como sea, las provoquemos o no, no somos más que un puñado de casualidades, de momentos que nos definieron y que ahora nos componen. 

Si no fuera por ese puñado de casualidades, estoy seguro de que no me habría mudado hace un par de días aquí. Hay gente que se siente atraída por Sevilla, pero tampoco es mi caso. La gente dice que esta ciudad tiene un color especial y, sí, puede ser cierto, pero, si yo hubiera tenido que elegir entre Sevilla y otra ciudad cualquiera, muy probablemente habría escogido la otra. No sé por qué, simplemente no pienso en ella como la ciudad ideal que sí he pensado del resto de lugares en los que he vivido. He llegado aquí con la ilusión de un nuevo comienzo, pero sin la ilusión del espacio que lo alberga. Una casualidad que llevó a otra y que llevó a otra y que acabó trayéndome aquí, Sospecho que la ciudad no es lo suficientemente exótica o lejana para que me atraiga, y, sin embargo, ahora mismo le estoy muy agradecido. Al menos de momento. 

Supongo que las casualidades también pueden hacer que me enamore de Sevilla, o que me acabe atrayendo sin más, o que la indiferencia termine en odio, o nada de lo anterior. Nunca se sabe. No he llegado aquí resignado, pero sí pienso en los momentos fortuitos que me han traído aquí. Cuento, al menos, diez de esos momentos en mi vida que han terminado provocando que la Macarena sea ahora mi barrio. Diez, que no son pocas. 

Estamos hechos de casualidades, de decisiones fortuitas que no sabemos cómo de pertinentes resultarán al final, pero que acabarán por definir lo que somos y seremos. No hay segundas oportunidades, no hay qué-habría-pasado-si, no hay hubiera-sido-mejor-que. Eso no puede saberse, no hay manera de comparar, sólo de saber que, si no fuera por las casualidades, no sonaría Coltrane en mi ordenador en esta casa de este barrio de Sevilla.