Entre líquenes y musgo y tiempo
La carretera es más bien estrecha, dos coches caben sólo con cuidado. El tiempo está revuelto: oscuras nubes y, a veces, algún pequeño arcoiris aparece en lo lejano del cielo. Junto a la carretera, a la izquierda, una pendiente eterna y finita, verde, cargada de tomillo y de retama, pide la contemplación, nada más. Por esa carretera el mundo deja de importar, y la vida se convierte en descanso y belleza, aun sin serlo del todo. Siempre he querido ir y seguir yendo a estos sitios, aquéllos que habitualmente olvidamos entre el bullicio de las ciudades, entre los atascos, el humo y la falta de tiempo. Lugares en los que el tiempo no corre como en otras partes, sino que depende de la velocidad del ritmo del río. Lugares que -menos limpios esta vez que la anterior- son sin prisa y sin altanería. No nos lleva a estos sitios el destino, sino la intención de encontrarlo. No nos lleva a estos sitios el destino, sólo la búsqueda de todo.