lunes, 31 de diciembre de 2012

Esos años

Es en estos momentos en los que la gente hace balance del año que está por terminar, cuando faltan menos de cuatro horas para poner un tres sobre el segundo dos, y también cuando se hacen los propósitos y se desea para el del tres. Lo cierto es que yo tengo poco que hacer en favor de este 2012, pues buenas y grandes han sido las alegrías, y pocas pero más grandes han sido las penas.

Dos mil doce ha sido un año en el que, por suerte o por desgracia, he visto la necesidad de los demás, el desconcierto de la falta temporal, el de la ausencia eterna.

No hay trenes que cubran todas las distancias ni, aunque los haya, pueden cubrirse siempre. No es tan fácil como ir a la estación y montarse, ni tan fácil ni tan legítimo ni tan bueno.

Hay quienes se van, pero hay quienes desaparecen, hay quienes emprenden un viaje y quienes lo terminan sin nosotros. Pero, sin desesperar, comprendemos que, también a veces, aunque pareciera imposible, hay quienes, en mitad de un viaje, parecen querer compartirlo.

Qué traerá el año no lo sabemos, pero está bien así, porque lo desconocido atrae, porque lo difícil acaba gustando, porque lo feo nos ayuda en el camino.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Es amargo.

Es amarga la indecisión, la incapacidad de dar una respuesta correcta que no existe, porque no hay verdades absolutas que cierren las bocas de quienes llevan ya tiempo esperándola.

Es amargo no conocer el camino ni la meta, pero más amargo es no reconocerse siquiera en el pasado, donde las cicatrices no están tampoco curadas, donde lo que callamos juega tanto como lo que dijimos, poco, que sí o que no.

Es amargo el contigo, es amargo el sin ti, es amargo saber cuál pesa más y no saber casi reconocerlo.  

Son amargas las ciudades si sólo se recupera de ellas el espacio, si hay más dudas que verdades, si se vuelve a ellas con mapas ya marcados.

Es amarga la verdad si no se comparte, aunque sea una verdad individual, aunque sólo yo la crea, aunque el resto la deteste.

martes, 11 de diciembre de 2012

Las cosas de las ciudades

Alemania suele ser un país tranquilo, pero a veces suceden cosas, y, de esas veces, esas mismas cosas suceden cerca, más cerca de lo que uno nunca imaginaría. En esta ciudad que no tiene nada de importante prácticamente desde que dejó de ser capital, también suceden cosas, y en esos lugares que uno transita casi a diario.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Die (noch nicht) Heimkehr

Hacer una maleta no es elegir lo que se mete dentro, sino lo que se deja fuera, no es la ropa que llevamos la que importa, sino la que no podemos llevar, la que queda encima de la cama porque resulta imposible hacer otro hueco (uno más después de los que ya hemos tapado) para esa camisa, para ese pantalón que nos gusta pero que parece innecesario que llevemos, para esa camisa que querríamos ponernos el sábado por la noche pero que será demasiado fresca para el tiempo que, previsiblemente, hará.

Y si es difícil hacer una maleta para una semana, más lo es para un año, no por la ropa, que en este caso deja casi de pensarse lo que sí y lo que no, sino por todo lo demás, especialmente los libros, porque pesan, pero, a veces, son necesarios.

Miro a la estantería de cuatro huecos que hay en la habitación y no veo lo que busco, no está la poesía a la que se vuelve a cada poco, no González, ni García Montero, ni Benedetti, ni Hierro, nada: un diccionario, una gramática, un libro de ejercicios, algo de clásicos alemanes de Reclam (Schiller, Hauptmann, Keller), crítica y teoría literaria,  uno de Mendoza, regalo de poco antes de venir, un par de principitos (en inglés y en dialecto francón) y un libro que, por el título, parece reírse de mí, Die Heimkehr, eso es, precisamente, lo que tengo que hacer para leer lo que ahora mismo necesito, quiero leer, volver a casa. pero a qué casa, si hace ya tanto que no estoy en la que me recogerá dentro de poco.



Habitaciones separadas


Está solo. Para seguir camino

se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.


Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido, 
tan sólo le conmueve               
ese acierto imprevisto 
del que pudo vivir la propia vida 
en el seguro azar de su conciencia,               
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.


Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.


Dijo también mañana
con los ojos negados al presente               
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano, 
fantasmas como saldo,               
un camino de nubes.

Soledad, libertad,
dos palabras que suelen apoyarse               
en los hombros heridos del viajero.

De todo se hace cargo, de nada se convence.
Sus huellas tienen hoy la quemadura 
de los sueños vacíos.
              
No quiere renunciar. Para seguir camino 
acepta que la vida se refugie               
en una habitación que no es la suya. 
La luz se queda siempre detrás de una ventana.               
Al otro lado de la puerta 
suele escuchar los pasos de la noche.
              
Sabe que le resulta necesario 
aprender a vivir en otra edad, 
en otro amor,               
en otro tiempo.

Tiempo de habitaciones separadas.

Luis García Montero, en Habitaciones separadas.