lunes, 13 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo VII: De nuevo en Budapest


Después de Sarajevo, donde la vida era extraña y, sin embargo, cercana, como si la conociera de antes, Budapest se me presenta un tanto más lejana. En estas calles que me resultan familiares, conocidas de otros países y otros tiempos de mi historia, que me recuerdan, anchas y señoriales, a ciudades como Múnich o Stuttgart, a veces incluso a Berlín, con sus edificios amplios, de un pasado grandioso zarandeado por los acontecimientos; esta ciudad que me traslada con su amplio río al Rin junto a Bonn, o a Viena, kilómetros antes de aquí, me resulta, al menos hoy, mucho más desconocida. Sorprendentemente, sé cómo funciona todo, nada me es extraño, y, sin embargo, me siento más extranjero aquí que estos días pasados en Sarajevo. No sé si tiene que ver con el hecho, tal vez lógico, de que llevo dos años leyendo y releyendo sobre Sarajevo, sobre Bosnia, o si, más bien, el idioma es el mayor impedimento. Si en la ciudad junto al Miljacka no entendía apenas nada, pues no era capaz de descifrar los carteles, aunque a veces podía, al menos, identificar sobre qué versaban, en Budapest soy incompetente para comprender absolutamente nada, tal vez una palabra de cada cientos, normalmente algún mes, alguna palabra latina… Poco más. Ni siquiera soy capaz de imaginar cómo suenan las combinaciones de grafías de las palabras que me encuentro. Y no es que mis conocimientos de bosnio -o serbocroata sin más- sean maravillosos, pues carezco de ellos absolutamente, pero algo puedo recordar de alguna otra lengua eslava que traté de aprender sin mucho éxito: soy capaz de leer con cierta proximidad lo que veo escrito, incluso en cirílico, entiendo algunos números y palabras sueltas y, además, se aprecian más palabras latinas. Por otro lado, a pesar, insisto, de mi escasísima preparación, suelo ser capaz de identificar el verbo. Todo esto me es completamente imposible en húngaro. Tal vez por eso, a pesar de encontrarme en un terreno más conocido, mucho más parecido a los lugares en los que he vivido, aquí me encuentro mucho más despistado, como si esperara que al llegar a una tienda entendería lo que hay, conocería los productos, entendería los ingredientes… Quizás por eso también me encontraba en Sarajevo mucho más en casa, porque no esperaba que fuera así y, de repente, me vi en un mundo culturalmente parecido al mío, con la gente haciendo vida en la calle, en las cafeterías, los coches pitando, cierta cercanía en el trato y, al mismo tiempo, estos mismos edificios europeos, colocados en calles mucho más estrechas, como si Sarajevo fuera un modelo pequeño de toda Europa, con sus diferentes culturas entre las calles, relacionándose unas con otras. Aquí, de algún modo, al menos hoy, lo que siento es que se encuentran cosas distintas que soy incapaz de relacionar: la Europa que conozco más o menos bien con algo que soy incompetente completamente para entender lo más mínimo.

sábado, 11 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo VI: Un escritor migrante


Hoy ha sido mi último día de este viaje en Sarajevo. Mañana vuelvo a Budapest para volar desde allí a Madrid y luego regresar a Sevilla. Demasiadas escalas para la cercanía que yo noto en estas calles.

Como ayer no conseguí quedar con el profesor V., aplazamos la cita para esta mañana a las doce en la puerta de la Facultad de Filosofía, de nuevo. Realmente él tenía interés en quedar conmigo y yo bastante interés en quedar con él. Si de aquí sale una futura estancia en Sarajevo, ya se verá. El caso es que algo antes de las doce del mediodía estaba yo en la puerta de la Facultad, esperando a V., que ha llegado algo tarde. Es un tipo grande, muy grande, casi más ancho que alto, que fuma como una chimenea. No creo que ningún análisis médico le augure muchos años de futuro. Hemos ido directamente a un centro comercial que hay frente a la Facultad, justo al lado del Hotel Holiday Inn, a una cafetería que hay en la parte contraria a la que estábamos nosotros, con terraza. Nada más entrar me ha dicho que tenía que comprar tabaco, y antes de que nos sirvieran el café ya se había fumado dos cigarrillos.

Después de una pequeña conversación sobre cómo es y cómo se pide el café aquí, y qué ponen y qué no ponen, hemos hablado un poco de todo: del tiempo, de Sarajevo, de la historia, de política; aunque sobre todo hemos hablado de trabajo. Conoce bastante bien el tema que trabajo, ha leído casi todos los libros que yo he leído para preparar la tesis, también algunos que no he leído y otros que yo ni siquiera conocía. La lista de recomendaciones asciende a unos diez libros, un número concreto de una revista, dos autores completos y la tesis de una profesora cuyo contacto me ha proporcionado. Eso sí, las recomendaciones no han venido sólo por parte de V. Cuando estábamos tomando café ha recibido una llamada. Era Ilija Trojanow. Resulta que I. está aquí dando un curso de poética en la Universidad de Sarajevo como profesor invitado. Aunque probablemente no sea un autor muy conocido, es, al menos parcialmente, parte de mi ámbito de estudio. I. es un escritor búlgaro que trabaja en alemán sobre identidad, transculturalidad, etc. Tiene varias novelas publicadas en España (El coleccionista de mundos o El mundo es grande y la salvación acecha por todas partes, publicadas ambas en Tusquets) y me ha estado comentando que el próximo año se publicará un nuevo libro suyo (Macht und Widerstand), en una editorial que empieza por A, creemos que Acantilado.
 
El caso es que, de repente, V. y yo hemos cogido un taxi para ir al centro y tomarnos un café junto a la catedral católica mientras esperábamos a I., y al poco allí estábamos los tres, hablando de nuevo sobre trabajo, autores, la literatura en Alemania o la situación política en Bosnia o en España, de la que I. es bastante conocedor por interés personal, y es que, según me ha dicho, su padre vive cerca de Puerto Banús. I. es un tipo bastante divertido y directo. No sé por qué, lo imaginaba algo más joven, probablemente porque habré visto alguna foto suya de hace algunos años. Sea como sea, no esperaba encontrarme con un escritor de renombre en la literatura en alemán durante estos cuatro días en Sarajevo, y mucho menos tener una conversación más o menos larga con él, de la que me llevo algunas percepciones sobre las migraciones, la política, la situación actual del mercado editorial en alemán y la promesa de una serie de contactos. Durante el rato que hemos estado hablando, cuando ha salido el tema de si la gente es o deja de ser y lo que suponen las perspectivas neoimperialistas en la percepción cultural, I. ha propuesto que alguien debería estudiar las relaciones entre la forma de vida aquí y la forma de vida en el sur de España, lo he mirado y le he dicho que llevo días sintiéndome en casa, por la gente en la calle, la forma en la que te hablan… han salido a colación los sefardíes, huidos de la Península Ibérica por culpa de los Reyes Católicos y que acabaron llegando, muchos de ellos, a esta ciudad. Quién sabe si no habrá alguien por aquí que tenga antepasados vecinos de los míos: ya se sabe que el mundo es un pañuelo y que cuanto más nos movemos, más pequeño se hace.

Durante el rato que hemos conversado sobre la literatura en lengua alemana, la influencia y las exigencias a los escritores migrantes, hemos llegado a la conclusión de que el humor de los escritores migrantes en alemán es mucho mayor y está mucho más claro que en los escritores “bioalemanes”. Su respuesta ha sido que “no es un mérito ganarle en humor a los alemanes, es como ganarle en una carrera a V.” Nos hemos reído los tres de la ocurrencia, V. ni siquiera se ha ofendido, ha asentido con la cabeza y la conversación ha continuado como si nada.

Así que ahí estábamos un escritor búlgaro que escribe en alemán novelas que tratan sobre la identidad, un profesor bosnio que fue durante la guerra en su país un refugiado en Alemania y que está especializado en literatura alemana y un doctorando español que trabaja sobre identidad en literatura en alemán escrita por migrantes juntos en una mesa de la terraza de una cafetería de la plaza de la catedral católica de Sarajevo. Supongo que de algún modo la confluencia de los tres es extraña, pero también supongo que de algún modo no es nada extraordinario. Quizás lo más peculiar de todo sea que hablábamos en alemán y que todo ha sido “organizado” de manera espontánea, como si, realmente, la lengua y sus hablantes no tuvieran nada que ver. Tal vez fuera sólo el espíritu de Sarajevo, esta ciudad cuyas calles me llevo conmigo, aunque ya estuvieran en mí.

viernes, 10 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo V: La guerra y la vida


Ya había leído en algún sitio que los bosnios hablan de la guerra en cuanto pueden, no sé si por una especie de orgullo por haber sobrevivido y haber sido capaces de mantener cierta cordura, haber sido capaces de cerrar el conflicto y pronto ponerse a buscar culpables, prácticamente sin ayuda de la comunidad internacional, o si por el hecho de haber seguido viendo, como en el caso de Sarajevo, a los vecinos como vecinos, a pesar de lo que se ha querido contar de ellos en muchos medios, “ni todos los serbios, ni todos los croatas, ni todos los musulmanes”, me han dicho hoy.

Resulta que hoy he ido a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sarajevo para ver si encontraba a un profesor. Como aquí estoy sin teléfono, no ya datos, sino que ni siquiera tengo red porque todas las redes a las que intento conectarme me deniegan el permiso sin saber muy bien por qué, es difícil quedar con nadie. A este profesor le he escrito varios emails y, en fin, todos sabemos cómo son los profesores muchas veces. El caso es que debo de haber salido de casa y de haberme quedado sin internet como diez minutos antes de que me haya mandado el email diciéndome que podíamos vernos esta tarde en la puerta de la Facultad. Yo he tenido noticia de eso esta tarde al llegar a casa, porque por algún motivo que desconozco, el email no se ha sincronizado con el wifi del restaurante en el que he comido. Así que yo, en mi más absoluta inocencia o estupidez, me he dirigido a la Filozofski fakultet de la Univerziteta u Sarajevu a probar suerte. Efectivamente, no ha habido suerte, como era de esperar. Pero al llegar mi sorpresa ha sido mayúscula, porque desde la puerta de la Facultad se tiene prácticamente de frente el Holiday Inn, ese hotel ya mítico en el que se refugiaban los periodistas que venían a contar la guerra. Imagino la de gente que pasó por ahí en su día y en qué situación se encontraban. Justo al lado de la Facultad, por lo tanto, el edificio que ocupa el Consejo de Ministros de Bosnia y Herzegovina, una imponente torre que aparece en cientos de imágenes de la guerra completamente destruida.

Después de subir a la cuarta planta de la Facultad, donde se encuentra el departamento de germanística y comprobar, ciertamente, que el profesor en cuestión no estaba, he tomado dirección a la Avaz Twist Tower, el edifico más alto de los Balcanes, muestra de la renovación, reconversión y casi resurrección de la ciudad de Sarajevo. Allí, en el piso 35, al que se sube con un ascensor escalofriantemente rápido, hay una cafetería de precios siniestramente normales: Tercio de cerveza Sarajevska, que es lo que yo he tomado, 3 marcos convertibles, es decir, 1,5€. Las vistas son espectaculares desde ahí arriba. Situado en una colinita a las afueras de la ciudad, desde ahí se puede ver la práctica totalidad de Sarajevo, a la derecha, aún se podía ver algo de nieve en una de las montañas, en el fondo del valle, el río y la parte más o menos plana de la ciudad, y las casas que parecen nacer entre los árboles de los bosques que rodean toda la ciudad, encuadrada mucho más entre montañas de lo que se pudiera imaginar: tal vez sólo las dos orillas, las partes que están literalmente pegadas al río, y la zona de la Baščaršija hasta Sebilj (la Plaza de las Palomas) y de la Ferhadija sean lo único plano de la ciudad, el resto, subidas y bajadas y más subidas.

Desde ahí me he ido andando hasta el edificio central de la BH Pošta, construido en época de dominación del Imperio Austro-Húngaro con un estilo típicamente centroeuropeo y señorial. He vuelto a hacer un intento por llegar a la sinagoga asquenazí, pero me quedaré definitivamente sin verla, porque había cerrado ya cuando he llegado y mañana, Sabbat, no abre al turismo.

Como ya iba siendo hora de comer, me he acercado a un restaurante que está justo a la entrada del barrio de Alifakovac, prácticamente enfrente de la Vijećnica. Comer en ese restaurante, que tiene por nombre Inat Kuća ha sido toda una experiencia, además de haber sido lo mejor del día seguramente. El restaurante se encuentra en una casa típica otomana, justo a la orilla del río, y tiene una historia un tanto peculiar. Se cuenta que, cuando los austrohúngaros quisieron construir la Vijećnica tuvieron que expropiar ciertas tierras, pero uno de los dueños de las casas no quería, así que el proceso se fue retrasando y retrasando. Al final, lo que este señor reclamó y se le concedió fue que le pagaran el dinero que fuera y le trasladaran la casa, piedra por piedra, a la otra orilla. Recibe, por esto, el nombre de Inat Kuća, es decir, la Casa del Rencor.

A pesar de lo que dice el nombre, no hay nada de rencor entre las paredes de este restaurante. Cuando estaba terminando de comer se me ha acercado un tipo que llevaba mucho tiempo sentado en una esquina, vestido bastante informalmente, con pantalón corto de deporte, zapatillas llamativas… Sin embargo, por como hablaba con la gente, por su comportamiento, parecía ser alguien importante. Efectivamente, al acercarse a mí me ha contado que era el dueño y que, por curiosidad, si le podía decir de dónde era y qué me había traído a Sarajevo. Le he explicado la historia, que soy de España, que trabajo sobre migrantes yugoslavos, sobre lo que ellos mismos escriben de la identidad, de la pertenencia, del espacio… y que llevo dos años sin entender nada de la vida. Ahí ha sido cuando ha salido inmediatamente el tema de la guerra.

Yo tenía trece años cuando empezó la guerra -me ha dicho-, una guerra causada sólo por el egoísmo y los nacionalismos, por los políticos, para tener más poder, alimentada de mentiras, que ha destruido Sarajevo, que era una ciudad avanzada, estupenda, que tuvo el primer baño público del mundo cuando el resto de ciudades de Europa han sido basureros hasta hace nada… Teníamos una ciudad avanzada, diversa, nos llevábamos bien todos con todos, porque eso de que los serbios eran los malos… qué serbios, porque yo tenía amigos serbios que estaban defendiendo esta ciudad como la defendíamos los demás, que cuidaban el patrimonio que era de todos. Yo, que vivía en la calle Zelenih bertki, enfrente de la catedral ortodoxa, sin ser ortodoxo, me refugiaba allí, con cristianos, musulmanes y quien hiciera falta. Aquí, en este restaurante, en una casa otomana, la mayoría de la gente que trabaja en la cocina son serbios… El problema son los nacionalismos, y las mentiras que se cree la gente. Y ahora nos va a costar treinta o cuarenta años recuperar la ciudad que teníamos antes. Mi padre, que era militar cuando empezó la guerra, se vio luchando contra su cuñado serbio, porque estaba casado con su hermana en un matrimonio mixto. Se llevaban bien, yo me llevaba bien con mi tío, que ha seguido casado con mi tía hasta hace un par de años, cuando ya se ha creído esa mierda de los nacionalismos. Pero luchaban en bandos diferentes y se llevaban bien y se querían, y sólo estaban separados por ocho kilómetros. Ahora Sarajevo está renaciendo, pero necesita tiempo para volver a ser lo que era, aunque la gente se quiere y tiene la esperanza de volver a vivir juntos, en paz, porque eso es Sarajevo.

Luego hemos hablado un poco sobre lo parecido que es el temperamento y la actitud españoles al de los bosnios, o al de la gente de Sarajevo. Ciertamente, la gente en Sarajevo me recuerda bastante al sur, a mi sur. Antes de irse me ha ofrecido algo más de beber, otra cerveza, tal vez, me ha dicho, con mi vaso aún medio lleno, no, gracias, aún tengo… ¿Un licor, algo? Por la conversación, me ha dicho. Querría probar alguna rakija, he contestado, sin conocer muy bien las normas de cortesía en Bosnia. Enseguida se ha puesto a hablar en bosnio con los camareros. ¿Quieres probar dos?, me ha preguntado. Antes de que pudiera contestar, ya venía un camarero con una especie de matraces pequeños de forma más o menos cónica con dos rakijas diferentes, una transparente, como el aguardiente, y otra mucho más oscura, hecha a partir de la mezcla de la rakija con hierbas, azúcar… una especie de licor de hierbas pero con un sabor muy peculiar. Son artesanos, me dice, el oscuro lo hacemos nosotros y el otro… lo hace otra gente.

Todo lo que ha venido después en el día ha estado bien (por fin he entrado en la mezquita y en la madrasa de Gazi-Husrev y he visitado la casa de un antiguo comerciante otomano), pero ya no tenía apenas importancia: he comprobado hasta cierto punto la hospitalidad, las ganas de conversar porque sí, de contar, de hablar de las peculiaridades de Sarajevo, de lo orgullosos que están de su diversidad, de lo cansados que están de los nacionalismos, que les han causado tanto daño, me han hablado, efectivamente, de la guerra, de su historia, de su vida. He visto Sarajevo de nuevo como una ciudad cercana y extraña. Y he probado una rakija espectacular. Živeli!

jueves, 9 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo IV: Experiencias místicas


Después del día de ayer, soleado y sin apenas nubes, parecía que en Sarajevo sería imposible que lloviera, pero hoy ha amanecido lluvioso, nublado, un día de esos en los que poco apetece salir de la cama, de los de arroparse bajo una manta y leer tranquilamente. Pero yo he salido de la cama, tarde, eso sí, porque después del día de ayer, de apenas dormir la noche anterior, de los viajes, necesitaba descansar y, para qué salir a la lluvia sin planear el día. Así que he aprovechado la mañana para elegir qué sitios iba a ver y qué ruta iba a seguir.

Desde que he salido de casa he entrado en la Catedral ortodoxa de la Natividad de la Madre de Dios, la Catedral católica del Corazón de Jesús, el museo Galerija 11/7/1995, el Museo de los judíos de Bosnia y Herzegovina, el Museo Sarajevo 1878-1918, he asistido a un rezo en la mezquita de Gazi-Husrev y he llegado justo a tiempo para que me cerraran en las narices el museo ortodoxo, pero no la Antigua Iglesia Ortodoxa. Ha sido un día bastante religioso, aunque me ha faltado la Sinagoga Asquenazí, que estaba cerrada cuando he llegado.

De los edificios religiosos el que más me ha sorprendido ha sido, probablemente, la catedral ortodoxa. No había estado nunca antes en ninguna iglesia ortodoxa y me resulta curioso que no haya ningún tipo de silla o banco para seguir el culto. Es más o menos como una iglesia católica, pero está absolutamente vacía, sólo las paredes están ocupadas con cuadros. De algún modo ese espacio luminoso es sobrecogedor, da una idea de lo que aún falta por llenar, como si aún no estuviera terminado. Soy incapaz de imaginarme una ceremonia religiosa ortodoxa, aunque he oído que pueden llegar a durar hasta cuatro horas. No lo sé. De cualquier modo, también me ha parecido curioso, aunque razonable, el hecho de que sea casi únicamente en estos lugares ortodoxos donde se escribe con letras cirílicas. De hecho, en la Antigua Iglesia Ortodoxa, mucho más pequeña y blanca, más elegante, menos lujosa, la señora que me ha informado de que el museo estaba cerrado lo ha hecho hablándome en ruso y no en bosnio/serbocroata. No es que yo recuerde mucho de ruso, pero de algún modo es la única persona a la que he entendido con cierta claridad (todo en términos muy relativos) lo que me ha dicho desde que llegué aquí, y no creo que sea casualidad.

La otra experiencia religiosa que me llevo del día ha sido el rezo conjunto de los musulmanes en la mezquita de Gazi-Husrev. Pasaba casualmente por allí para ver el horario de visitas y los precios cuando, de repente, he visto unas pantallas encendidas a los lados de las zonas de rezo exteriores, poco después ha empezado a sonar por los altavoces una voz que ha ido guiando el rezo. En el interior de la mezquita, todo hombres, todos puestos en dirección a la meca, fuera, en dos zonas separadas, dos mihrab y frente a cada una de ellas, otro grupo de fieles, las mujeres en el de la izquierda, los hombres en el de la derecha. En la mezquita, situada en el recinto de la Baščaršija, reinaba el silencio, incluso con algunos curiosos, como yo, en el interior del patio de la mezquita. En el centro del patio, la fuente que utilizan los fieles para lavarse junto a un hermoso árbol. No tengo muy claro cómo, pero, de repente, en un momento, han empezado a salir los que estaban dentro de la mezquita, se han saludado, se han despedido, ha habido un momento de reunión, como los que hay a la salida de la iglesia los domingos, imagino, pero de algún modo en este acto había una parte de humildad, supongo que porque la ropa no era la misma que los domingos se usa para ir a misa (la más elegante, la bonita). Aquí la gente llevaba la ropa que le pillaba, asistía al rezo con la cotidianeidad de lo habitual. De hecho, de la mezquita Careva, la mezquita del Emperador, he visto salir a un militar, vestido con su uniforme, con el escudo de la Federación de Bosnia y Herzegovina en el brazo, lo he visto sacar la gorra del bolsillo y calársela para volver a la rutina del trabajo, imagino, para volver a ser un soldado más. Yo estaba dentro del patio, solo esta vez, sorprendido de nuevo por el hecho de que únicamente se escuchara el sonido del agua al brotar de la fuente, a pesar de estar junto a una calle por la que no dejaban de pasar coches.

De cualquier modo, la experiencia del día ha sido entrar en la Galerija 11/7/1995, dedicada a mostrar al mundo la masacre de Srbrenica en la que participó el ejército de la República Srpska mientras la ONU miraba para otro lado. Hasta el momento se han recuperado 8372 cadáveres, pero no se descarta que aparezcan más. Durante la visita he pasado momentos un tanto difíciles, he estado a punto de soltar alguna lágrima, la rabia y la impotencia, la incomprensión, han estado presentes durante la mayor parte de las casi dos horas que he estado dentro de la exposición. Es difícil de explicar que, después de tanto sufrimiento, después de escuchar a Radko Mladić decir que era el momento de vengarse de los turcos, la República Srpska sea una de las dos partes que conforman Bosnia y Herzegovina junto con la Federación de Bosnia y Herzegovina. La audioguía, en español, expresaba ese mismo sentimiento de desconfianza hacia la policía de la República de Srpska en uno de los actos conmemorativos por las víctimas de la matanza del 11 de julio de 1995, cuando cientos de musulmanes bosnios se acercaron a Srbrnica y la misma policía que les aseguraba el paso en autobuses era la misma gente que, unos años antes, los masacraba, pues anteriormente habían formado parte del ejército de la república de los serbios de Bosnia. El país, a consecuencia de esto, se ha puesto a la cabeza de la identificación de víctimas y cadáveres, ya que tan sólo siete años después de terminar la guerra, empezaron a trabajar con los huesos. He escuchado alguna historia devastadora, como la de algunos padres que entierran a veces un único hueso, que es lo que se ha encontrado de sus hijos, sólo por poder enterrar algo, porque no saben si, en algún momento se encontrará algo más. Y es que resulta que los asesinos movieron los cuerpos entre fosas para esconderlos, para decir que habían sido muertos en combate, para poner dificultades, al fin y al cabo, a la hora de juzgarlos por genocidio. De esos huesos pertenecientes a un mismo cuerpo y encontrados en varias fosas comunes, destaca uno, el de un hombre cuyos huesos han aparecido en cinco fosas diferentes. Tremendo.

Sea como sea, me quedo con lo que he escuchado a un sarajevés en el documental Miss Sarajevo, en la misma exposición y dedicado a la vida de la Jerusalem Europea durante el asedio: “El espíritu de Sarajevo es vivir juntos, y a quién le importa de dónde seas”.

De esta ciudad, del día de hoy, podría escribir aún mucho más, pero lo importante ya está dicho, hoy he visto de todo, he pasado de una religión a otra sin caminar demasiado, he tomado café bosnio con un tipo que se llamaba Huseim, que me lo ha preparado con una especie de zumo de limón con miel, azúcar, canela y agua para acompañarlo, y me lo ha explicado todo en itañol, y he mantenido una miniconversación en el mismo sitio con Mirža, que me ha deseado unos días geniales en Bosnia, y se le veía en los ojos que lo decía muy en serio. Podría seguir escribiendo, pero tal vez no terminaría nunca, y tal vez pueda escribirlo más adelante, con la calma de quien reposa lo que ha visto, vivido y sentido. De momento, como escribí ayer, en esta ciudad siento que he encontrado algo que reconozco, pero que no sabía realmente dónde estaba.  

miércoles, 8 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo III: Descubrir lo conocido


El día ha comenzado temprano en Budapest: sobre las siete y media tenía que estar esperando al autobús para volver al aeropuerto y embarcar rumbo a Sarajevo. Madrugar no es algo que se me dé especialmente bien, pero cuando tengo viajes así no es que me levante temprano, es que duermo bastante poco entre los nervios del viaje y las opciones que sé que tengo de quedarme dormido, así que algo antes de que a las seis sonara el despertador yo ya tenía los ojos abiertos en la cama del hostel donde dormí ayer. En la calle ya lucía un sol espléndido a las siete de la mañana que me ha recordado que aquí los horarios son otros, que amanece antes y se hace antes de noche, como en todo el mundo excepto en España, donde llevamos el retraso acumulado.

Durante el vuelo apenas me ha dado tiempo de cerrar los ojos mientras escuchaba Three Letters from Sarajevo, de Goran Bregović y ya estábamos aterrizando en el pequeño Aeropuerto Internacional de Sarajevo. Un autobús conecta el aeropuerto con el centro por 5 marcos convertibles (KM), unos 2,5€, y hace paradas en el Puente Latino y en la Sibilj, la conocida como plaza de las palomas. Yo me he bajado en el Puente Latino para llegar al piso en el que me quedaré estos días. Como aquí no sólo no tengo internet, sino que ni siquiera me funciona la red móvil, estoy bastante desconectado y no sabía muy bien adónde tenía que llamar, pero una señora de una peluquería, que me veía bastante perdido, me ha ofrecido su ayuda y he acabado en un negocio en el que me han ofrecido su red WiFi para poderme conectar a internet, así he conseguido quedar con el casero. La simpatía hoy se ha notado.

Después de descansar un poco he ido a pasear por la Baščaršija, el barrio más animado de Sarajevo, según parece. Tiene todas las características para convertirse en un centro masificado de turistas, pero sigue teniendo el aspecto de un mercado de artesanía, centro neurálgico de cualquier ciudad en el que sus habitantes pasean y se paran a disfrutar el paso del tiempo sin más prisa que la de evitar que la bebida se enfríe. Muchas de las tiendas que antes serían de artesanía son ahora lugares de cambio de divisas o simplemente tiendas de souvenirs, pero el aspecto exterior salva aún el espacio y lo mantiene con esencia. El conjunto de edificios más importante de la Baščaršija es el de Gazi-Husrev, compuesto por una madrasa, una mezquita y un museo. En toda la zona encontramos una gran cantidad de mezquitas, una iglesia ortodoxa (dos si contamos la Catedral de la Natividad de la Madre de Dios, que está fuera de los límites del barrio), una sinagoga reconvertida en museo y la católica Catedral del Corazón de Jesús, todo ello en escasos 500 metros. Las estrechas calles de la Baščaršija dan paso, en la zona oeste de la avenida de Ferhadija a calles más anchas, de estilo más centroeuropeo, con edificos mucho más altos, ventanas y puertas más amplias, más lujosas.

Esa zona más occidental la he dejado de momento y me he dirijido al río Miljacka, que atraviesa Sarajevo de este a oeste en dirección al Bosna. No es un río especialmente caudaloso o cristalino, es casi un riachuelo si lo comparamos con el Danubio, por ejemplo, pero los habitantes de Sarajevo le tienen un cariño especial, y su longitud, de apenas 35 kilómetros, lo hace identificarse casi en exclusiva con la capital bosnia. Junto al río, pegada al puente Šeher-Ćehajina, se encuentra la Vijećnica, la antigua biblioteca de Sarajevo, arrasada en agosto de 1992 y reconstruida con fondos europeos. Actualmente ya no es biblioteca y ha vuelto a la función de administración gubernamental, en este caso siendo sede del ayuntamiento de Sarajevo. He entrado sin proponérmelo y aún no sé si vale la pena pagar la entrada de 10KM por visitarla. Es difícil decir, porque es espectacular, a pesar de ser una reconstrucción, es un edifico emblemático por muchos motivos y merece ser visitado, pero cinco euros por una visita tan escasa me parece un tanto abusivo, pero en fin. En su interior, el techo es asombroso, una cristalera muy colorida que no invita a pensar en la impasibilidad de un edificio de la administración pública. Ciertamente, me parece que sería más atractivo para albergar de nuevo una biblioteca, pero qué no.

Al final de la tarde he subido el largo camino hasta Bijela Tabija (Fortaleza Blanca). Tal vez no sea tan largo, pero las empinadas calles sin apenas acera, con curvas y coches pasando a una velocidad innecesaria más cerca de lo habitual han hecho la subida un tanto lenta. Al llegar, aún no sé por qué, la fortaleza estaba cerrada, pero desde arriba se pueden contemplar magníficas vistas de Sarajevo. He llegado más tarde de la llamada al rezo que, según parece, crea un ambiente mágico en lo alto de la colina. Por el camino, eso sí, se encuentra un llamativo cementerio musulmán en el que está ubicada la tumba del primer presidente de Bosnia-Herzegovina y, muy cerca, una suerte de escenario resguardado con unas paredes llenas de nombres de lo que presumiblemente fueron ciudadanos de Sarajevo fallecidos o asesinados durante el asedio de la ciudad, que duró 1425 días. Aquí la guerra sigue en la mente de todos, ya me han hablado incluso de ella, pero nadie parece preocuparse de nada, la calma reina en esta ciudad, las religiones vuelven a vivir juntas, los carteles están en un idioma y en dos grafías. Todo sigue su curso fuera de la violencia.

Sarajevo es como el sur que yo conozco, pero más silencioso, como si elevar la voz fuera contra alguna norma tácita, o no tanto. Las calles de esta ciudad podrían estar en cualquier lugar de España, excepto por el hecho de que allí la convivencia de las religiones parece que nunca existió, se ha borrado de muchos sitios. Sarajevo es el sur que yo conozco, pero de algún modo mágico algo más cerca de Centroeuropa. Sarajevo me resulta sorprendentemente conocida y enigmática.

martes, 7 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo II: Parada en Budapest

Budapest nos cuenta mucho de su historia con sólo poner un pie en la ciudad. Desde el autobús que me lleva del aeropuerto al centro se ven unos alrededores descuidados, casas con fachadas desconchadas, de una parte más reciente de su pasado, parece. Pero en cuanto se pone un pie en el centro, la ciudad se vuelve señorial, imperial, edificios altísimos, con grandes entradas que lo dejan a uno aún más pequeño de lo que es, aparecen por todas partes. Budapest cuenta la historia de su pasado más imperial, más glorioso.

Para mí, Budapest es sólo una parada necesaria más en mi camino hacia Sarajevo. Desde aquí, antigua parte dominante del Imperio Austrohúngaro, es fácil llegar a Sarajevo, aunque no tanto como pensaba. La compañía húngara de bajo coste Wizzair ofrece vuelos directos, pero no hay autobuses ni trenes (al menos yo no los he encontrado) que vayan directamente hasta allí. Imagino que es por el hecho de que la Jerusalem de los Balcanes no se encuentra dentro de las fronteras de la Unión Europea. Desde aquí, parece ser, la mejor manera de llegar en autobús es a través de Zagreb, una locura se mire por donde se mire, si el objetivo del viaje es la capital bosnia.

Por unas cosas o por otras me he visto en la necesidad de hacer ahora una noche en Budapest y casi tres a la vuelta y, aun así, era mejor que pagar un vuelo desde España directamente (es decir, con alguna escala propuesta por la compañía Fulanito Airlines) a Sarajevo. Será tal vez porque esta vez es realmente sólo de paso y que la ciudad me interesa ahora mismo solo como punto de descanso que no he preparado absolutamente nada para hoy. Mi intención es descansar para poder llegar mañana como una rosa a Sarajevo y aprovechar allí el día, así que me he dedicado a pasear por los alrededores del hostel y he llegado al Danubio. Es magnífica la sensación que transmite el río. Hace no mucho que leí el libro de Claudio Magris y no puedo apartar de mi mente la cantidad de ciudades y de historias que están regadas por este mismo río, que se alimentan de los mismos cuentos de quienes los navegaban antaño. Y no sólo el río. La propia ciudad de Budapest parece una suerte de oasis dentro de Europa. No sé si en términos positivos o negativos, simplemente algo diferente. Me resulta casi imposible que una ciudad, una nación, como ésta, completamente europea, haya sido capaz de mantener un idioma tan diferente del resto, no ya sólo estando pegada a grandes potencias con cuyas lenguas no tiene la más mínima posibilidad de entenderse, sino habiendo conformado con Austria un mismo imperio que acabó dominando media Europa. Supongo que eso, en cierto sentido, hace a los húngaros celosos de sus peculiaridades. Uno se siente aquí en Centroeuropa. Tal vez diga esto porque, a mi lado, en el bar en el que escribo esto, tres alemanes conversan entre ellos y hablan con la camarera en inglés, que los conoce, que les ha preguntado si lo de siempre. Todo junto al Danubio, que nace en Alemania, atraviesa Austria y Eslovaquia antes de llegar a Hungría y luego seguir su camino hasta el Mar Negro. Yo me siento aquí en Europa, en la confluencia de todos los que forman (¿formamos?) parte de este continente, sé más o menos lo que pasa a mi alrededor, pero no entiendo nada.

lunes, 6 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo I: El comienzo

Trato de imaginarme cómo sería este mismo viaje hace algunos años. Hace 30 años sería algo posible pero tal vez extraño. En 1989 poca gente, supongo, saldría de Zafra con la sola intención de llegar a Sarajevo para recorrer sus calles y tratar de entender la sociedad bosnia. Imagino que sería extraño porque, entre otras cosas, aún no habían sucedido los acontecimientos que se recuerdan hoy cuando pensamos en Bosnia, en Sarajevo, en la Avenida de los Francotiradores y en el necesario Holiday Inn; aún se mantenía en pie la Vejecnica, aún la ciudad no había sido asediada por los vecinos serbios. Hace no tantos años Pérez-Reverte emitía desde las calles de Bosnia y Sarajevo terribles crónicas de guerra, los ciudadanos huían del país y se instalaban como refugiados en otras partes de Europa. Aún hoy, cuando he comentado a la gente más cercana que voy a Sarajevo, hay quien piensa más en eso que en un país que renace y que busca recuperar una vida normal dentro de las fronteras de Europa; hay quien tiene cierto miedo, y no negaré que yo no me he enfrentado a un viaje así nunca: nunca he llegado solo a un país del que desconozco casi todo, del que llevo varios años leyendo y que no termino de entender, de cuya lengua desconozco la práctica totalidad. No sé qué me voy a encontrar y, realmente, tampoco sé qué posibilidades tengo de comunicarme en inglés con los sarajevenses. Voy con la idea de eliminar los prejuicios que aún yo conservo, con la intención de traerme de allí algo más de comprensión y de contar a quienes me leéis, lo que me encuentre, cómo y con qué espíritu se vive en Sarajevo.



De momento, el viaje comienza en tren desde Zafra y me llevará a parar en varios puntos: Madrid, Budapest, Sarajevo. Durante el largo viaje que comparto con un señor que ha tratado tomar un AVE en Sevilla para llegar a Madrid y que se ha encontrado con que estaban todos los trenes llenos para todo el día y se ha visto en la “obligación” de tomar un media distancia de Sevilla a Huelva para allí enlazar con el media distancia Huelva-Madrid, un tren que sólo circula los fines de semana y que, de diario, tiene salida en Zafra. Sea como sea, debatimos un poco sobre las necesidades del tren en Extremadura y ambos contemplamos con la calma que otorga la obligada paciencia el paisaje: junto a la estación de Mérida, el acueducto de los milagros muestra su esplendor junto a un cauce seco pero previsiblemente liberado. Pienso entonces en mi destino final de estos días, y pienso en que, por muy lejos que vaya yo ahora, según dice mi abuela, ya los romanos llegaron antes allí, ya aquella zona pertenecía a un mismo espacio político, aquella gente tenía cierta conciencia, como la tenían lo emeritenses de entonces, de pertenecer a Roma. Cuando se dividió el Imperio, cuando hubo un Imperio Romano de Oriente y uno de Occidente, Bosnia quedó justo en la mitad, justo en la frontera entre ellos y nosotros, se convirtieron ya entonces en un pueblo de diferenciación y de encuentro, según se quisiera ver.

Espero tener mucho que contar y poder actualizar con frecuencia este espacio durante los próximos días. De momento, Madrid ya se ve al fondo.

viernes, 3 de mayo de 2019

Este hogar

Cuando puedo, apuro hasta el final en la Facultad, si consigo que sea hasta las diez, incluso algunos días hasta las once, cuando ya no queda nadie por aquí. Las tardes siempre son tranquilas, al mediodía el barullo de turistas y alumnos desaparece y el contraste con las mañanas es asombroso. Imagino que todo el mundo prefiere estar en casa con sus familias, cenando, viendo la televisión, tal vez en el teatro o en el cine, o sin hacer nada, simplemente descansando. A mí, sin embargo, me gusta disfrutar de la calma que brinda la Facultad por la tarde, hasta entrada la noche, cuando la oscuridad de los pasillos ayuda a pensar en otros muchos silencios y en otras miles de historias. Para trabajar siempre he preferido la calma, el sosiego y la bruma. Dejo que se vaya apagando el día y que de las claraboyas del despacho la luz desaparezca. Enciendo entonces solamente la luz del flexo, como si todo la luz fuera un foco de trabajo, como si mientras más concentrada esté, más y mejor avanzara el trabajo. 

Para esa hora hace ya tiempo que la gente celebra en todas partes el final de la jornada laboral, pero yo no consigo adaptarme a ese horario, no consigo evitar respirar hondo y profundamente sabiendo que la gente descansa y yo trabajo y que, por las mañanas, quien descansa soy yo. Me siento bien. De cualquier modo, es en este escritorio, en esta silla, en este espacio de silencio, donde paso la mayor parte del tiempo en esta ciudad junto al Guadalquivir, así que supongo que será que, de algún modo, tras años de idas y venidas, de varias casas, ciudades y países, este sitio, este hueco en una esquina de la azotea de la Fábrica de Tabacos es, lo quiera o no, mi hogar hispalense.