lunes, 13 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo VII: De nuevo en Budapest


Después de Sarajevo, donde la vida era extraña y, sin embargo, cercana, como si la conociera de antes, Budapest se me presenta un tanto más lejana. En estas calles que me resultan familiares, conocidas de otros países y otros tiempos de mi historia, que me recuerdan, anchas y señoriales, a ciudades como Múnich o Stuttgart, a veces incluso a Berlín, con sus edificios amplios, de un pasado grandioso zarandeado por los acontecimientos; esta ciudad que me traslada con su amplio río al Rin junto a Bonn, o a Viena, kilómetros antes de aquí, me resulta, al menos hoy, mucho más desconocida. Sorprendentemente, sé cómo funciona todo, nada me es extraño, y, sin embargo, me siento más extranjero aquí que estos días pasados en Sarajevo. No sé si tiene que ver con el hecho, tal vez lógico, de que llevo dos años leyendo y releyendo sobre Sarajevo, sobre Bosnia, o si, más bien, el idioma es el mayor impedimento. Si en la ciudad junto al Miljacka no entendía apenas nada, pues no era capaz de descifrar los carteles, aunque a veces podía, al menos, identificar sobre qué versaban, en Budapest soy incompetente para comprender absolutamente nada, tal vez una palabra de cada cientos, normalmente algún mes, alguna palabra latina… Poco más. Ni siquiera soy capaz de imaginar cómo suenan las combinaciones de grafías de las palabras que me encuentro. Y no es que mis conocimientos de bosnio -o serbocroata sin más- sean maravillosos, pues carezco de ellos absolutamente, pero algo puedo recordar de alguna otra lengua eslava que traté de aprender sin mucho éxito: soy capaz de leer con cierta proximidad lo que veo escrito, incluso en cirílico, entiendo algunos números y palabras sueltas y, además, se aprecian más palabras latinas. Por otro lado, a pesar, insisto, de mi escasísima preparación, suelo ser capaz de identificar el verbo. Todo esto me es completamente imposible en húngaro. Tal vez por eso, a pesar de encontrarme en un terreno más conocido, mucho más parecido a los lugares en los que he vivido, aquí me encuentro mucho más despistado, como si esperara que al llegar a una tienda entendería lo que hay, conocería los productos, entendería los ingredientes… Quizás por eso también me encontraba en Sarajevo mucho más en casa, porque no esperaba que fuera así y, de repente, me vi en un mundo culturalmente parecido al mío, con la gente haciendo vida en la calle, en las cafeterías, los coches pitando, cierta cercanía en el trato y, al mismo tiempo, estos mismos edificios europeos, colocados en calles mucho más estrechas, como si Sarajevo fuera un modelo pequeño de toda Europa, con sus diferentes culturas entre las calles, relacionándose unas con otras. Aquí, de algún modo, al menos hoy, lo que siento es que se encuentran cosas distintas que soy incapaz de relacionar: la Europa que conozco más o menos bien con algo que soy incompetente completamente para entender lo más mínimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario