Después de Sarajevo, donde
la vida era extraña y, sin embargo, cercana, como si la conociera de antes,
Budapest se me presenta un tanto más lejana. En estas calles que me resultan
familiares, conocidas de otros países y otros tiempos de mi historia, que me
recuerdan, anchas y señoriales, a ciudades como Múnich o Stuttgart, a veces
incluso a Berlín, con sus edificios amplios, de un pasado grandioso zarandeado
por los acontecimientos; esta ciudad que me traslada con su amplio río al Rin
junto a Bonn, o a Viena, kilómetros antes de aquí, me resulta, al menos hoy, mucho
más desconocida. Sorprendentemente, sé cómo funciona todo, nada me es extraño,
y, sin embargo, me siento más extranjero aquí que estos días pasados en
Sarajevo. No sé si tiene que ver con el hecho, tal vez lógico, de que llevo dos
años leyendo y releyendo sobre Sarajevo, sobre Bosnia, o si, más bien, el
idioma es el mayor impedimento. Si en la ciudad junto al Miljacka no entendía
apenas nada, pues no era capaz de descifrar los carteles, aunque a veces podía,
al menos, identificar sobre qué versaban, en Budapest soy incompetente para comprender
absolutamente nada, tal vez una palabra de cada cientos, normalmente algún mes,
alguna palabra latina… Poco más. Ni siquiera soy capaz de imaginar cómo suenan
las combinaciones de grafías de las palabras que me encuentro. Y no es que mis
conocimientos de bosnio -o serbocroata sin más- sean maravillosos, pues carezco
de ellos absolutamente, pero algo puedo recordar de alguna otra lengua eslava
que traté de aprender sin mucho éxito: soy capaz de leer con cierta proximidad
lo que veo escrito, incluso en cirílico, entiendo algunos números y palabras
sueltas y, además, se aprecian más palabras latinas. Por otro lado, a pesar,
insisto, de mi escasísima preparación, suelo ser capaz de identificar el verbo.
Todo esto me es completamente imposible en húngaro. Tal vez por eso, a pesar de
encontrarme en un terreno más conocido, mucho más parecido a los lugares en los
que he vivido, aquí me encuentro mucho más despistado, como si esperara que al
llegar a una tienda entendería lo que hay, conocería los productos, entendería
los ingredientes… Quizás por eso también me encontraba en Sarajevo mucho más en
casa, porque no esperaba que fuera así y, de repente, me vi en un mundo
culturalmente parecido al mío, con la gente haciendo vida en la calle, en las
cafeterías, los coches pitando, cierta cercanía en el trato y, al mismo tiempo,
estos mismos edificios europeos, colocados en calles mucho más estrechas, como
si Sarajevo fuera un modelo pequeño de toda Europa, con sus diferentes culturas
entre las calles, relacionándose unas con otras. Aquí, de algún modo, al menos
hoy, lo que siento es que se encuentran cosas distintas que soy incapaz de
relacionar: la Europa que conozco más o menos bien con algo que soy incompetente
completamente para entender lo más mínimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario