Escribía Barthes en Le Monde en 1971 del teatro de Brecht que es "refinado y a la vez popular" y que "es imposible que se dé dentro de una economía privada, en la que no podrían sostenerlo ni el público burgués, que proporciona el dinero, ni el público pequeñoburgués, que constituye el número", por lo que, necesariamente, tiene que ser un teatro financiado por entidades públicas para poder soportar los gastos de un teatro "caro, por el insólito cuidado de la puesta en escena, por la elaboración del vestuario, por la cantidad de los ensayos, por la seguridad profesional de los actores, tan necesaria para su arte". Qué razón tenía Brecht cuando buscaba un teatro rompedor, que despertara al público proletario antes de que el poder de la comunicación de masas se quedara en manos de la burguesía acomodada. Y qué poco lo pensamos ochenta años después, cuando la comunicación lo ocupa todo, y la pequeña burguesía ahora ya ni siquiera existe. Hace falta otra vez un teatro "revolucionario, significante y voluptuoso". Hace falta más Brecht, y suerte que España aún puede ver representadas, aunque sea de vez en cuando, algunas de sus obras. Lo mismo pronto llega la censura.
Vida de Galileo en el Teatro Valle-Inclán hasta el 20 de marzo.