domingo, 20 de diciembre de 2015

Mi análisis ante las elecciones (II): Podemos, el voto útil y la paradoja Garzón.

    Éramos unos pocos los ilusos que en algún momento creímos en que la cuestión de la unidad popular sería algo real, aunque he de reconocer que duró poco. En un primer momento yo confiaba en que Podemos y Pablo Iglesias mirarían de frente los resultados de las elecciones locales y autonómicas y apostarían por crear una coalición fuerte para las elecciones del día 20 de diciembre. Poco duró la ilusión. Bien es cierto que nunca me ha llegado a convencer Podemos y su discurso abierto y ambiguo, palabras bonitas que no dicen siempre más allá que algo de lo que queremos escuchar. No olvidemos que Manuela Carmena y Ada Colau, flamantes alcaldesas del cambio, no tienen equipos formados sólo por Podemos, como nos quieren hacer creer los medios de comunicación.

     Al partido del cambio, como se autodenomina, ya le han caído algunas críticas a lo largo de su corta existencia y eso, por desgracia, a mí no me da la confianza que debería. La forma de elegir a sus candidatos fue cuestionada por los propios miembros del partido. No sé si aquello se silenció a golpe de mandamiento o se solucionó de buenas maneras, pero a mí me suena más a que se acallaron las voces críticas para evitar males mayores. Tengo la sensación de que Podemos ha sido muchos partidos a la vez y de que no en todas partes funciona como debería funcionar. Y la parte que, desde mi punto de vista, funciona peor, la que peor ejemplo da de cambio, es la de la ejecutiva nacional. Pablo Iglesias se ha ido ganando su hueco y se ha ido acomodando en el sillón. A lo mejor es el más capaz, no lo dudo, pero, desde fuera, a mí no me ha parecido del todo limpio la forma en la que él ha llegado hasta ahí. 

     Este partido, como digo, no me parece que se haya llegado a convertir en lo que se supone que iba a ser y ahora anda pidiendo el voto útil como lo han hecho siempre todos los partidos que se han visto con opciones de alcanzar cierto poder. Qué es el voto útil para Podemos, me pregunto, porque se ve que el voto útil para ellos no es lo mismo que para mí. Para mí el voto útil es el voto en el que creo de verdad, y ya digo que no creo que sea bueno que el partido del cambio haya desarrollado ciertos resquemores dentro de él mismo en tan poco tiempo. Una lástima.

     Andamos a vueltas desde hace años con lo de la utilidad del voto, y andamos otra vez a vueltas, o al menos yo conmigo mismo, con la democracia. La democracia se supone que no es miedo, o no debería serlo, y el voto útil sólo sirve para andar pensando en el miedo de que pase lo que no queremos que pase. El voto útil supone votar a un partido para evitar que gane otro, por miedo a que gane otro, y yo lo que quiero no es que no gane otro, quiero que gane el partido que me representa, el que dice las cosas como las cree, no el que me dice hoy OTAN no y mañana OTAN sí, ni el que me dice que es republicano pero que la República no es importante. El voto útil es el voto real, lo que quieren que hagamos de él es el voto del miedo. Y no creo que debamos aceptar eso. No podemos estar con la democracia del odio. No nos lo podemos permitir. 

     Y esto me lleva a la paradoja Garzón. Me he dado el capricho de bautizar así a algo que pasa en España a costa del voto útil y que es una de las mayores desgracias que pueden sucedernos estas elecciones. Alberto Garzón es uno de los políticos mejor valorados, ha luchado por sacar a su partido adelante pese a las dificultades y lo ha hecho bastante bien, ha apostado por la unidad popular que se supone que representa Podemos y Podemos lo ha dejado a él y otros muchos ilusionados que esperaban, esperábamos, que por fin la izquierda se juntara para hacer algo bueno, porque era el momento, es un político joven, preparado, nadie habla mal de él, porque no pueden, y, sin embargo, no he escuchado ni una ni dos veces eso de "votaría a Garzón, pero...". Curiosamente, el político que mucha gente quiere de presidente de gobierno en España no va a ser votado por la gente que lo quiere en ese puesto porque no tiene opciones, dicen. 

    Yo me pregunto: ¿entonces, la democracia es como echar la quiniela o es expresar el deseo de cómo se quieren las cosas realmente? A mí me dijeron que lo segundo, pero a lo mejor resulta que yo lo he entendido mal y consiste en meter en el sobre la papeleta del más votado, y entonces ganas, no del que quiere hacer el país que tú siempre has deseado. 

      A mí que me lo expliquen todo de nuevo.


Nota: Estoy un tanto dormido y tengo la sensación de que la sintaxis y el vocabulario bailan un poco, pero no puedo hacer nada ahora mismo para evitarlo. Y así se va a quedar.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Mi análisis ante las elecciones (I): El gobierno

     Me propongo hacer un pequeño análisis de mis impresiones antes del próximo 20 de diciembre. Es cierto que estando fuera de España como estoy, no estoy del todo puesto en los últimos acontecimientos y en todas y cada una de las noticias que aparecen estos días, por lo que el análisis no será demasiado extenso, sino lo más intenso posible. Aquí va la primera parte. 
     
     El día 20 de diciembre son las elecciones nacionales. Después de estos cuatro años, cualquiera en su sano juicio diría que el Partido Popular está destinado a una derrota sin precedentes por su mala gestión al frente del Gobierno. No es que yo sea economista, pero, así a grandes rasgos, no parece que la labor de Mariano Rajoy y su equipo de ministros haya causado muchos beneficios a la sociedad española. 

     Desde la aprobación de leyes como la llamada Ley Mordaza, criticada y cuestionada por la propia ONU, el incumplimiento de promesas electorales, el aprovechamiento para sí de la televisión pública que hace el propio Partido Popular (la Familia, diría), pasando por la movilización social creada en contra de las labores de privatización de diferentes sectores -en Comunidades Autónomas gobernadas por el PP y a nivel nacional- o los casos de corrupción no resueltos, que llegan a manchar al propio presidente del gobierno, hasta la masiva emigración de españoles que no tienen más remedio que buscarse la vida fuera del país que los ha formado y en el que quieren vivir o la supresión de derechos laborales, el gobierno del señor Rajoy ha dado ejemplo de lo que es la mala gestión, si no para las empresas, que pagan impuestos los justos, sí para los ciudadanos, que se empobrecen a medida que pasan los días. 

    Viendo esto, como digo, estaría claro que el gobierno actual de España no saldrá elegido en las próximas elecciones. Pero claro, no contamos en este cálculo con que en el país en el que estamos del que hablamos la política es algo que se toca de puntillas, un par de discusiones alzando la voz y poco más, sin enjundia, como si hablar de política fuera algo que estuviera prohibido por alguna ley mítica y tácita, más importante que el propio bienestar. Quienes consiguieron los derechos que ahora estamos perdiendo lo hicieron con esfuerzo, sudor y sangre, no gratuitamente, pero la sociedad acomodaticia en la que vivimos no lo valora, y pasado el cénit del movimiento 15M, muchos han vuelto a sus casas confiando en que la salvación llegará por gracia Dios(?), o peor, han vuelto a olvidarse de que las cosas no van tan bien como la televisión y los periódicos cuentan. Pero de qué puedo quejarme yo, si al menos tengo trabajo, me dicen, como si tener trabajo fuera el único problema que deberíamos tener, lo único que debería importarnos, como si la calidad del trabajo y de la vida no importara. 

     Contando, pues, con el país del que hablamos, al que tanto importan la tradición y el amiguismo, al que le dan miedo el cambio y el riesgo porque así le presentan las cosas los medios de comunicación, como arriesgadas, al que la información y la autocrítica le son desconocidas, las cuentas cambian y el Partido Popular se convierte, por arte de magia, en el partido con mayor intención de voto. Fíjate tú lo que hace la incultura. Ayuda, quizá, y eso es cierto, que un tanto por ciento importante de los votantes ni siquiera van a tener la opción de depositar su papeleta en la urna el domingo por vivir en el extranjero, qué casualidad que los que se han ido por la gestión de quienes gobiernan no pueden votar para expulsar a quienes los echaron. 

     Resumiendo: los únicos que han salido ganando con todo esto han sido quienes pertenecen a las clases más pudientes, pero eso ya lo sabíamos antes de que empezara. Así que, si vivimos con peores condiciones de trabajo, si la deuda no ha descendido, si seguimos emigrando porque no hay forma de ganarse la vida en España, si privatizan servicios y los propios trabajadores se quejan de ello, si la corrupción está en el propio partido del gobierno, si los bancos y las grandes empresas siguen teniendo ganancias millonarias pero sus trabajadores cada día cobran menos y tienen contratos peores, sólo me caben dos opciones para que este partido vuelva a ser el más votado, o en España hay muchos ricos, o en España hay muchos gilipollas*. Sacad vuestras conclusiones. 

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*No quería emplear esta palabra, pero no he encontrado otra mejor. Pido disculpas a los lectores por mi falta de vocabulario en el caso de que ellos tengan un vocablo más adecuado. 

martes, 3 de noviembre de 2015

Sólo de visita.

    Soy alguien de contradicciones. Me gustan. Supongo que porque las tengo y las puedo más o menos comprender y apreciarlas. Una de las mayores contradicciones que vivo es, exactamente, el dónde vivo: odio y adoro a partes iguales el país que me acoge y al que, en parte, me dedico. Soy de los que defiende a Alemania cuando hay que defenderla y la critica cuando hay que criticarla. La veo desde un punto de vista más o menos neutro: sin idealizaciones, sin menosprecios. O al menos eso creo e intento. 

     Una de las cosas que más odio aquí es a la gente, pero no a la gente así en general y ya. No. Odio a la gente en los medios de transporte. A veces pienso que tiene que ver con la actitud individualista de las grandes ciudades; otras veces creo que es por la actitud individualista alemana sin más. El caso es que la actitud de la gente en los medios de transporte me parece maleducada y grosera. Lo normal es que un alemán cualquiera ocupe dos asientos -el que recoge su culo y el que recoge sus cosas- y que, aunque el tren, autobús, tranvía, metro o lo que sea esté a rebosar de gente, el alemán cualquiera no se preocupe de retirar sus cosas para cederle el asiento a nadie. Es bastante normal, también, que un alemán cualquiera atropelle a la gente a su paso para entrar o salir de este medio de transporte, bien porque tiene prisa, bien porque él (o ella) es lo más importante de todo lo que hay alrededor. Siempre hay excepciones y, curiosamente, suelen ser niños pequeños o gente mayor quienes más se preocupan por el resto de pasajeros. Algunos jóvenes, pero los menos. Esa gente mayor suele ser -en estos casos a los que me refiero- amable, son educada¡e incluso te habla!

     El caso es que hoy venía yo en el tranvía de camino a casa desde la estación central de Bremen para bajarme cuatro paradas después. Sólo cuatro. En ese tiempo me han arrollado tres veces sin pedirme perdón siquiera chavales que rondarían mi edad o serían poco mayores, y, poco antes de llegar a la tercera parada, una señora se ha levantado y el anciano que estaba enfrente suya, muy amablemente, me ha dicho siéntese. Me bajo ya, le he respondido. Pero, no conforme con la respuesta, me ha insistido. 

     "Da igual que se baje ya, hombre, el asiento está vacío y no está bien que todo el mundo vaya de pie. Siéntese. No, hombre, no, no hace falta que me dé las gracias. Qué más da si viejo o joven, si el asiento está libre y nadie lo usa, úselo usted, además, es sólo amabilidad, que no cuesta nada. Dinero no puede ser, pero la amabilidad deberíamos darla todos. Yo he visto cómo gente deja asientos libres cuando un negro está sentado al lado... Y yo pienso, pero, hombre, si en este mundo estamos todos de visita, ¿qué más te da quien sea? ¿qué más da lo que sea y cómo piense? ¿te cuesta algo ser amable? Esta pobre gente que viene con familia, con hijos, a buscar un trabajo... ¿no se merecen que todos seamos amables con ellos? Mi mujer murió ya hace diez años, de visita, como le digo, pero ella y yo siempre les procuramos enseñar a nuestros hijos a ser amables. ¿Estamos de visita o no estamos de visita? ¿Usted qué cree? Claro, ¿ve? Si de visita. A mí lo que no me gusta es que me hable alguien con las gafas de sol puestas. Eso tampoco es ser amable. Eso no, porque no se le ven los ojos, y los ojos son el espejo del alma. Claro que sí. Y yo veo en su cara que está de acuerdo conmigo, ja ja ja, ¿y ve?, se sonríe. Ahora la gente no se mira a los ojos ni se dice nada. Ni es amable. Ya ve, yo soy católico, de la región de Münster, ¿qué vas a ser allí si no católico? Y voy de negro y demás (padre, hijo y espíritu santo), pero las gafas negras... las gafas negras no me gustan, eso sí que son espejos y no lo del alma. Sí, claro, ya se baja. Sí, lo mismo le deseo yo a usted: un buen día."

     Mientras me hablaba -voz muy suave y entre dientes, como quien procura que no se le escuche, y sn embargo con una naturalidad magnética- con sus ojos azules me miraba los míos fijamente y sonreía. Sonreía con ellos. Y vestido de negro por completo: gorra, camisa y abrigo; debajo enseñaba un poco una camiseta blanca. En el momento de hacer la improvisada señal de la cruz, ha curvado los labios hacia arriba, enseñando levemente los dientes, de tal manera que parecía un cura que no se creyera del todo lo que hacía, o, incluso se burlara de ello, perdonando el pecado de ir en un tranvía en el que la gente ni se habla ni se entiende, o dando la bendición por entender que en este mundo estamos sólo de visita. 

domingo, 25 de octubre de 2015

Otras ciudades y otras lenguas: una cita

     En Alemania no suelo moverme en autobús. Los viajes así se suelen hacer eternos, y lo que en tren se hace en cinco horas se convierte en más de ocho programadas y, muy probablemente, a causa de los atascos, en alguna más. Sin embargo, he usado el autobús con cierta frecuencia en la última semana para acercarme a ver a amigos y conocidos por regiones bastante más meridionales que la de la ciudad hanseática en la que vivo.

     Sumando creo que no han sido más de quince horas en total, aunque bien cierto es que la vuelta la hice en tren desde Göttingen. Esta ciudad, que en mi mente está exclusivamente relacionada con los hermanos Grimm y que en realidad es mucho más que eso, tiene una de las universidades con más renombre de Alemania, encargada de la importancia cultural, turística y científica de este enclave del sur de la Baja Sajonia.

     Pero a lo que iba. En Göttingen sólo había estado una vez y de noche, también en un encuentro relativamente casual con otra persona de un pasado no lejano, pero no inmediato. -Los pasados se convierten a veces en presentes.- Esta vez la visita ha durado algo más y me ha servido para conocer un poco la vida universitaria, el campus, las librerías (de nuevo y de viejo) y, aunque no precisamente espectacular, me ha gustado. Supongo que porque no soy fan de grandes urbes y porque se respira una mezcla de ambientes cultural, familiar y estudiantil bastante sano que raramente se ve en ciudades alemanas.

     Entre conversaciones sobre literatura, idiomas y vidas, una cita que me parece bastante sincera e importante y que refleja el espíritu de la relación que mantenemos muchos de los que nos dedicamos a esto de los idiomas.

Solange ich mich nur in einer Sprache bewege, bin ich ihr gegenüber blind. Sie ist mein einziges Erkenntnisinstrument. Will ich auf sie blicken, brauche ich einen Standpunkt außerhalb ihrer selbst. Ulrike Draesner 
Mientras que sólo me mueva en una lengua, estoy ciega ante ella. Es mi único instrumento de comprensión. Si quiero mirar hacia ella, necesito un punto de vista independiente de ella misma. Ulrike Draesner
    Esta cita, en alemán y en boca de una inglesa, cobra, si cabe, al menos para mí, mucho más sentido. Me resulta, además, curioso hablar de conocimiento en Göttingen con alguien con quien comparto el alemán como lengua prestada y que, en contra de lo habitual en mi entorno, la emplea conversaciones con preferencia sobre el inglés con quienes no son angloparlantes.

lunes, 12 de octubre de 2015

A propósito de un día y de una cita.

A propósito del día de la Hispanidad, de la Fiesta Nacional española, me pregunto qué sentido tienen las patrias, qué las hace mejores o peores, qué las mantiene. La patria: los paisajes y mi lengua.

Escribe Max Frisch comentando unas fichas de vigilancia estatales que se escribieron sobre su persona lo siguiente:

-Patria: Zürich
Zürich es mi lugar de nacimiento.
(
Max Frisch, Ignoranz als Staatsschutz?, pág. 29, Suhrkamp, 2015. Traducción propia.)

Me pregunto si alguien, en algún momento, ha sido capaz de desechar el término "patria" con menor explicación(?), con menos palabras.

viernes, 24 de julio de 2015

Sobre viajes, trenes y Extremadura

Suelo dejar estos temas de lado en el blog, y en realidad no sé por qué, pero hoy estoy tan cansado, tan asqueado, tan hasta las narices de que se rían de nosotros en nuestra propia cara, que he decidido escribir al respecto.

Llegué ayer de Alemania, un país en el que los trenes no funcionan con la eficacia esperada o deseada en muchas ocasiones, pero es comprensible, no nos vamos a engañar, porque hay una cantidad de tráfico ferroviario increíble, enorme, en unas zonas más que en otras, claro, y a un precio bastante elevado, pero se paga, porque hay ofertas, porque hay descuentos -para grupos, para días enteros en regiones enteras, los estudiantes no pagan el transporte público en las zonas en las que se encuentran sus universidades, etc.-. Eso en España no pasa. Además, ahora hay una competitividad importante por parte de las compañías de autobuses, que se han lanzado a un mercado hasta ahora inexplorado en el país del chucrut. Pero lo que más (me) impresiona/llama la atención de Alemania -en comparación con España- es que se puede ir de ciudades como Bremen hasta otras como Leipzig sin pasar por Berlín, ni por Fankfurt, ni por Colonia, que el centralismo al que está sometido el Estado español desde el punto de vista, en este caso, de los transportes, es una realidad inexistente.

Llego con ganas a Extremadura, como siempre, cada año con unas ganas diferentes, es verdad, y cada año con la esperanza que viene dada por la idealización de una situación que no termina nunca, la de no estar incomunicados y perdidos, dejados del mundo civilizado en el que se suponía que vivíamos.

La primera hostia, de hecho, me la dieron nada más llegar al aeropuerto, en la venta de billetes de Renfe que hay junto a la salida del metro y del cercanías, le pido amablemente a la señora un billete para ir de Zafra a Coruña la semana que viene. No hay, me dice, no me sale. Esto ya me lo temía. Llega el señor que, imagino, está al cargo, gordo, con la camisa medio salida del pantalón, los dos botones de arriba desabrochados, enseñando parte del pecho, las gafas colgando del cuello y la barba desarreglada: claro que no hay, Zafra es un apeadero y tienes que venir a Madrid. ¿Zafra un apeadero? Zafra tiene un apeadero, sí, claro, pero Zafra no es un apeadero. Esto es lo que piensan en Madrid del resto de España, o, al menos, de la España que no tiene trenes de alta velocidad, que todo son apeaderos y que para cualquier cosa tenemos que ir a Madrid. No quise discutir, le dije que ya los compraría en otro momento.

Ya hoy, en la estación de Atocha, entre los trenes de cercanías, alejados de los nuevos trenes de alta velocidad, los regionales que recorren los pueblos a los que casi nadie va, en los que no vive nadie, o eso creerán, supongo, desde las direcciones de RENFE y ADIF, esas dos empresas insostenibles que se sacaron de la manga para poder meter mano y rebañar un poquito. Pero ese es otro tema.

El tren que llega a Zafra ahora no es el tren que va a Zafra, sino que llega hasta Huelva Término. Bueno, supongo que un mal menor, aunque lo supongo sólo si no tengo en cuenta que casi todas las estaciones entre Mérida y Zafra sí que son apeaderos, pues no tienen prácticamente nunca personal atendiéndolas, así que no me extrañaría que en algún momento esa fuera su intención con la estación segedana.

En fin, como iba diciendo, en la estación de Atocha-Cercanías, el tren con destino Huelva está entre los cercanías -como si el viaje de nueve horas hasta Huelva fuera un chistecito- y se retrasa en la salida: un tren que llega vacío a la salida desde la estación y que antes de salir ya lleva cinco minutos de demora. Es el único tren que llega hasta Zafra directo, cuesta la friolera de 40€, no es ni moderno, traquetea sobre las, en muchos tramos, maltrechas vías, y ni siquiera tiene la decencia, Renfe, no el tren, de sacarlo a la hora prometida, las 10:18 de la mañana. Ésa se supone que es la hora de salida, la estimada de llegada, las 15:59. Yo calculo que llegaremos como media hora más tarde.

Se me dirá que hay pocos viajeros, que a Cáceres hay más trenes y se pondrán cien mil excusas, pero creo que ya va siendo hora de reconocer que las excusas no sirven, que a Extremadura se la está dejando de lado en el mapa de España, sin conexiones ferroviarias con Portugal, con un tren que tarda casi cuatro horas en llegar a Sevilla desde Mérida… Hablamos de despoblación, de éxodo rural, de que a Extremadura le falta gente para hacerla crecer… y ni siquiera conseguimos traer a gente para que quiera quedarse. Es insoportable vivir fuera y tener que hacer un viaje de 24 horas para llegar a casa. La única otra opción para llegar ayer desde Bremen a Zafra -que no es precisamente uno de los últimos pueblos perdidos de Extremadura, que está bien conectada, o tiene las infraestructuras suficientes para estarlo- sin hacer noche en Madrid era un autobús esta mañana a las 8:00, o mejor ayer por la noche un autobús hasta Mérida y que alguien, en su infinita bondad, se acercara a la una de la mañana en coche para luego llevar al viajero, en este caso yo, hasta Zafra. Una maravilla, vaya.

Es hora de plantarse, es hora decir que estamos hasta las narices, que estamos aquí, mientras estemos, y que no queremos tener que pasar por Madrid para ir a Coruña, que España es mucho más que Madrid, que no somos sucursales de la capital, ni de otras capitales, ni de otras comunidades, que todos tenemos el derecho a ser, a ir y a venir, y que mientras este país siga haciendo las gilipolleces que hace, mientras la obsesión por hacer de Madrid el motor de todo no se pierda, la periferia quedará reducida a la nada, al olvido y al retraso.


Hace poco me decía un par de personas que Extremadura no les llamaba, que no tenían ninguna intención de ir a visitarla, y esto me creaba una mezcla de pena y decepción, y me acordaba de aquello de Trapiello: Viajero, pasa de largo. Pues bien, visto esto, visto que Extremadura está olvidada por el resto de españoles, y que ni los gobernantes ni las empresas, ni siquiera los propios extremeños, que no nos plantamos, tienen interés en que la región esté en los mapas, no será que los viajeros pasen de largo, sino que no habrá viajeros que crucen este seco, duro y extremo, pero maravilloso, diverso y alegre trozo de tierra. 

lunes, 6 de julio de 2015

Un viaje inusual (para mí)

Cuando viajo suelo moverme solo. Voy a sitios en los que hay alguien a quien voy a ver, con quien paso un par de días, luego vuelta en solitario hasta el lugar donde me encuentre. No es algo que me moleste demasiado. No es algo que me moleste siquiera. Quienes me conocen saben que necesito ratos de soledad, que me gusta rodearme de buena gente, pero que no puedo vivir sin encerrarme un rato en mí mismo y luego volver al mundo. 

La última semana me uní, sin embargo, a un viaje en grupo: seis personas en un coche relativamente grande -y al mismo tiempo bastante pequeño- entre pueblos y carreteras alemanas. Atascos, -muchos, al estilo alemán- diferentes modos de entender los viajes, de planear las rutas, de vivir y de reírse de la vida, algún pequeño percance sanitario, cervezas y risas. 

Es algo que no suelo hacer. Suelo ir solo al volante, no pendiente del frío que tienen los unos y los otros, de si aquella o esta persona se encuentra bien, de si hay que parar para ir al baño, de si visitamos esto o lo otro. Así que, en realidad, a este tipo de viajes no estoy demasiado acostumbrado, pero de vez en cuando te devuelven al mundo, te demuestran que las diferencias están ahí, pero sobre todo, que las risas, las muchas y buenas risas, son mejor en grupo. 

Después de esto, la vuelta, la despedida y el final a medias. La casa vacía. Los nuevos principios.

Lo más extraño de todo es que este viaje "no me correspondía" hacerlo y me han invitado a participar de él. Y lo agradezco.




domingo, 14 de junio de 2015

Para escribir

Para escribir hay que tener una historia. Eso parece lógico. O, bueno, hay que tener, más bien, algo que contar, aunque no sea una historia en sí, sino más bien una acción, un pensamiento, una imagen, un motivo para un crimen - incluso sin el crimen-. Vaya, que para escribir, hay que tener algo que decir. Eso está claro.

No está tan claro, sin embargo, que para escribir hay que vivir. Hay quien escribe como si viviera en un libro, como si la vida fuera algo que no está ahí afuera, esperándonos, pidiéndonos hacer alguna pequeña locura mensual, semanal o diaria. Como si los finales sólo pudieran ser felices. Y son más comunes los que no, me temo.

Para escribir hay que conocer el amor y los besos, la muerte y el olvido, el desamor y el recuerdo, los viajes y la pérdida. Para escribir hay que aprender que detrás de cada sonrisa hay una historia, que detrás de una mirada hay dolor y hay alegría, hay dificultades que se sobrellevan o que no; que los aviones de ida y vuelta vienen con una historia diferente de la que se fue, que entre el equipaje cambian los libros, cambian los gestos y los interrogantes. Hay quien escribe sin saber que allí al frente, entre Asia y Europa, se ama como no se ama en otros puertos. Hay quien lo intuye, pero que no lo sabe, porque no lo lee en los ojos ni en los nervios. 

Para escribir hay que mirarse al espejo por las mañanas y preguntarse qué historias nos rodean, interrogarse por las cervezas aquí y allí, entre bares y aeropuertos, entre casas y ríos, por aquella cena y aquella cama, aquella dedicatoria en aquel libro, aquella pareja que nunca lo fue y aquella otra que no lo sabes. Para escribir algo hay que sentirlo, hay que sufrirlo. No basta con saberlo. Para escribir hay que revivir, recordar una y mil veces, y ser consciente de que tras las letras lo que se esconde no es sólo una simple historia, sino, más bien, un mosaico de vidas de personas que fuimos nosotros, pero que ya no somos. 

sábado, 23 de mayo de 2015

Hablemos de política: Mi jornada de reflexión

Hoy es jornada de reflexión, lo que supone que la campaña electoral ha terminado y hoy cada ciudadano, en su casita, decidirá, leyendo la prensa, los programas electorales y sumido en una profunda soledad reflexiva, quién quiere que sea el señor o señora, el partido o partida -de póker, por ejemplo, o una partida de armas y droga, que con nuestros gobernantes nunca se sabe- que va gobernar su municipio y/o su comunidad autónoma durante los próximos cuatro años. 

Yo ya he votado, como nos corresponde a los españoles que estamos lejos de casa -aunque, claro, casa no tenemos ya allí porque ya no podemos votar en las elecciones municipales algunos de nosotros. Eso en el caso de que podamos votar, pero bueno-. Como decía, yo ya he votado, así que mi jornada de reflexión es inexistente, pero me gustaría dejar por aquí algo que creo importante: La gente es gilipollas estúpida. Y cuando digo la gente no quiero decir "toda la gente", sólo hablo de "una gran cantidad de personas". Y con "gran" sí quiero decir "gran". Al menos en el país que tenemos, la gente va a votar como quien no quiere la cosa -si va-, como si del voto no dependiera la mayoría de las decisiones que se van a tomar en el pueblo, en la comunidad autónoma. La gente vota por simpatía, por novedad, por despecho o por visceralidad. Y la gente sigue usando el voto útil, cuando lo único útil del voto útil es su nombre, al menos para los ciudadanos. 

Hace cuatro años voté a un partido que no me decepcionó, a pesar de sus cuitas internas en el tiempo que ha seguido a aquellas elecciones. Hace cuatro años voté a IU-Extremadura-Los Verdes. Y hace cuatro años comenzó el conflicto. Ya hablé de ello aquí, y ya me posicioné a favor de lo que habían hecho desde la organización regional: Abstenerse en el proceso de de investidura, lo que supondría la subida al poder por primera vez de un presidente del Partido Popular. Hace cuatro años defendí aquella postura, porque me pareció una lección de dignidad y de democracia, algo tan de moda últimamente, pero que por entonces sólo se dejaba entrever. Hace cuatro años IU-Extremadura-Los Verdes decidió acudir a sus bases, ir pueblo por pueblo preguntando qué hacer en la investidura: abstención, negación, aprobación. Y las bases lo decidieron. Es bien cierto que se puso sobre la mesa de José Antonio Monago una serie de cuestiones, que se habrán conseguido o no, o en mayor o menor medida, cuestiones como la renta básica, a pesar del "decretazo", o como la refinería de Tierra de Barros. IU-Extremadura-Los Verdes se abstuvo, lo que permitió al PP gobernar, pero una abstención no es un apoyo en ningún caso, como se cansan de decir los medios en contra de lo que creemos la mayoría. Quizá aquello fue un suicidio político, pero fue una lección de democracia. Y es ahora cuando vuelvo a lo de que la gente de este país es estúpida, pues pide democracia y, cuando la democracia se expresa, aunque sea dentro de un partido, con las bases incluidas, lo llaman al orden, le niegan la capacidad de decisión y lo critican por haber tomado una mala(?) decisión. De todos modos, la culpa de que IU-Extremadura se abstuviera en su día la tiene quien votó en menor grado al PSOE que al PP y, por supuesto, el PSOE, que, entre otras cosas, ni siquiera estuvo nunca dispuesto a quitar de su programa uno de los requerimientos básicos de IU: la refinería. Pueden acusar a IU-Extremadura de lo que sea, pero yo me sé de un gobierno que, tras escuchar sentencias de Medio Ambiente desfavorables para la construcción de una refenería, seguiría intentando construirla, porque era una "decisión política". Política, democracia y principios llevaron posiblemente a que IU-Extremadura no consiga representación autonómica en estas elecciones. Que lo vea quien quiera verlo.

Y yo ya he votado. Y bien es cierto que esta vez me lo he pensado un poco más que la última vez, pero he sido fiel al partido que ha representado desde siempre las ideas que ahora otros se enorgullecen de haber sacado de su recién estrenada chistera. Y para votar, algo que iba a hacer por correos -papeleta de voto dentro del sobre, el sobre con un certificado de inscripción en el registro consular dentro de otro sobre junto con una fotocopia del DNI, dentro todo esto de otro sobre con otro certificado de inscripción en el registro consular-, todo esto recibido por correo postal después de ciertos trámites burocráticos que llevan en marcha desde, exactamente, el 22 de diciembre, al final tuve que ir el miércoles a Hamburgo -23 euros ida y vuelta, como el 22 de diciembre, cuando fui a inscribirme-, porque correos en Alemania está de huelga y no quería arriesgarme a que el voto no llegara, al menos, al consulado. Si llega a Badajoz ya nunca lo sabremos. Lo peor de todo es que, de los españoles que conozco, soy, al menos que yo sepa, el único que va a poder votar, y conozco a más españoles que alemanes. 

Pero en fin, que todo esto no es más que una digresión mientras hago un descanso de corregir exámenes en un país que te recibe -mejor o peor, no se nos llene la boca tampoco- cuando del tuyo te echan y ni siquiera tienen la decencia de llamarlo por su nombre. No les conviene tenernos allí, como tampoco les conviene que reflexionemos de esta manera. Aun así, ganarán, ¿quién si no?

Buen voto mañana, y, por qué no, salud y República.

lunes, 18 de mayo de 2015

Escribir. La soledad, el silencio y el tiempo.

Me he propuesto actualizar más a menudo, por imposición personal y nada más, aunque tenga poco que decir. En realidad tampoco pretendo que todo lo que hay en este blog sea de éxito para la crítica y la audiencia (¿es audiencia la que lee? ¿es audiencia si se le lee?). Así que escribo, para ejercitar las palabras que salen cada día con algo más de dificultad de entre mis dedos, que se escurren o no se dejan moldear, creando entre ellas frases desesperantes en incoherentes, por mucho que lea en español, por poco -aunque lo intento- que lea en alemán. 

A lo que voy es que desde la soledad de esta casa, a la que llamo cariñosamente -y despectivamente a la vez- zulo, subterránea en la que habito y también vivo, la soledad se siente a veces muy cercana. De vez en cuando aparecen unos gatos en el jardín que se ve desde la habitación, y unos pájaros, de alguna raza que desconozco y, al menos de momento, tampoco me interesa, se dedican a beber de un camión de juguete, del romelque, en el que también sumergen la cabeza como para despertarse en las todavía frescas mañanas del norte alemán. Pocas visitas más recibe esta casa en la que falta salón y casi cocina, en la que todo son apaños y las comodidades son prácticamente un lujo, pero que de alguna manera voy haciendo mía y que me cuesta abandonar. ¿Dónde mejor lee uno que en el silencio de una noche en una calle sin gente y sin tráfico, con una ventana que no da a una farola -estratégicamente colocadas todas en esta Alemania para atacar con su luz a los pobres durmientes-? ¿Dónde mejor puede tener alguien la certeza del descanso que en un sitio en el que ni siquiera parece que pueda vivir nadie? Y sin embargo todo está cerca. Y tener todo cerca en Alemania -bares, supermercados, discotecas, restaurantes, cines, teatros, colegios, el río, incluso un estadio- no es tan sencillo como puede parecer. 

Lo peor de la soledad y del silencio y del tiempo son las tres cosas. Y la experiencia de la muerte y estar lejos.


Las horas quietas

No es la muerte en sí misma
lo que te desconcierta, es su serenidad.

Como se toma el aire sin sentirlo,
como se late la sangre, sin oírse,
en la profundidad del pensamiento.

Como olvidarlo todo y que la hierba
segada del verano
le confiera a tu cuerpo el espejismo,
o la certeza misma, de la felicidad.

Cuando por la ventana ves el mundo,
pero no ves los árboles,
ni el cielo de tu casa, ni la calle
por la que cada día, 
mientras estabas vivo, te sumabas al mundo.

Basilio Sánchez (en Cristalizaciones)

viernes, 15 de mayo de 2015

Escuchar leer

"Escuchar a alguien que lee en voz alta es muy distinto de leer en silencio. Cuando lees, puedes pararte o saltarte frases: el ritmo eres tú quien lo decide. Cuando lee otro es difícil hacer coincidir tu atención con el ritmo de su lectura: la voz va o demasiado rápida o demasiado lenta" (Italo Calvino, en Si una noche de invierno un viajero), y, sin embargo, no podemos evitar escuchar a quien nos cuenta una historia, a quien nos lee, por el simple hecho de escuchar su voz abrirse entre el silencio de una habitación en semioscuridad, o no podemos evitar leer en voz alta, para ver cómo reacciona, cómo sonríe o cómo, quizá, llora la persona que escucha -si lo hace atentamente; "pero lo que yo siento es de verdad"- nuestras palabras. Escuchar leer no es tan sencillo, es cierto, es necesaria una capacidad de concentración que en la lectura individual no es necesaria, pero cuando quien lee y quien escucha se conectan, cuando lo único que hay son las palabras de la historia que se lee, de la historia que se escucha, entonces la literatura vive, las emociones renacen, la vida se para y el tiempo corre. La literatura cuenta.

martes, 12 de mayo de 2015

Literatura y política

Es tiempo de elecciones y uno tiene entre las manos la Introducción a la literatura comparada de A. Gnisci. Y encuentra estas cosas:
La literatura es necesaria a la política ante todo cuando da voz a lo que no tiene voz, cuando da un nombre a lo que todavía no tiene nombre, y especialmente a lo que el lenguaje político excluye o intenta excluir [...]. Pero hay también, creo, otro tipo de influencia, es decir la capacidad de imponer modelos de lenguaje, de visión, de imaginación, de trabajo mental, de correlación de hechos, en suma la creación (y por creación entiendo organización y elección) de ese género de modelos-valores que son al mismo tiempo estéticos y éticos, esenciales en todo proyecto de acción y especialmente en la vida política.
Italo Calvino, en "Usi politici giusti e sbagliati della letteratura" 

Quizá sea más tiempo de poetas que de políticos. Ojalá, aunque Platón nos odie.

domingo, 10 de mayo de 2015

Una imagen y una carta

Creo encontrarte al final de cada vaso de whisky que tomo en solitario a deshoras en el pequeño espacio en el que vivo. En las horas que pierdo creo también encontrarte. No necesito buscarte para saber que andas en alguna parte, en cualquier gesto, sin ni siquiera salir de casa, en alguna esquina de la habitación, persiguiéndome. Luego, en la calle, en la gente, en una sonrisa o en una mirada, en un paso o un tropiezo, en el tranvía o en los parques. En cualquier parte puedes aparecer de repente. Sin que te busque, sin que pretenda que estés, más bien todo lo contrario, Pero no se puede pretender lo contrario de algo sin ser consciente de lo que se niega. Como no se puede negar a Dios sin ser consciente de que en algún universo posible, en alguna mente inconsciente, existe la posibilidad de que haya un dios, cualquiera, o al menos sin su concepto. 

Si me cuesta escribir y me propongo hacerlo, apareces, como de la nada, sin que te llame, y una vez que estás ahí, entonces, ya no puedo dejar de prestarte atención y se me acaban las palabras, como si la historia ya no tuviera sentido, como si el principio fuera el final, como si la tierra se acabara y no se pudiera cruzar al otro lado, sortear el mar de alguna manera. De repente, te apareces y es el silencio lo que traes, y a mí también me saben a podridas las palabras en la boca, se me resbalan como tierra entre los dedos, sin la opción de atraparlas con una mínima fuerza. A veces tienen la textura de la tierra húmeda y consigo retenerlas un poco, pero si las trabajo, poco a poco se me desmoronan de nuevo y las pierdo y vuelvo al vaso de whisky y allí te veo, sonriéndome con ironía al final de la última gota. Y allí me veo, pensando en esa carta y diciéndome a mí mismo que no haré lo que Lord Chandos.

domingo, 1 de marzo de 2015

No hay mal tiempo... para beber.

En cada lugar hay unas tradiciones, faltaría más, y en Bremen y la zona occidental de Baja Sajonia hay una bastante típica por estas fechas. Es el tiempo de la col rizada, Grünkohl (col verde) en alemán, y con él, el tiempo de los Kohlfahrten, algo así como los viajes de la col. Es un tiempo frío, húmedo y ventoso, por eso lo primero que me dijeron al llegar fue una típica frase noralemana: "Es gibt kein schlechtes Wetter, es gibt nur unangemessene Kleidung" ("No hay tiempo malo, hay sólo ropa inadecuada"). Pues con estas condiciones atmosféricas, la gente se reúne para pasear con un Bollerwagen cargado hasta arriba de bebidas de mayor y de menor graduación y comida. Los participantes en esta peculiar ruta, realizan una serie de juegos y pruebas que tienen como premio ver cómo los jugadores del equipo rival han de beber un chupito con cada punto perdido. En realidad, se gane o se pierda, el chupito lo toman todos, pero en fin. Después del viaje, cena a base de col y salchichas, todo marinado con cerveza y a dormir la mona. 

Cuando arriba he dicho "la gente" me refería, en realidad, a grupos de amigos, trabajadores de una empresa, etc., o, como en mi caso, los profesores del mismo instituto; los que quieren participar, claro está. Yo, que no lo había hecho nunca, no me lo podía perder. Además, para una oportunidad que se tiene a lo largo del año de hacer algo con unos cuantos compañeros...

La peculiaridad de la zona bajosajona, incluyendo a Bremen, es que hay un juego más o menos estipulado, el Busseln(?). La palabrita no he sido capaz de encontrarla por ninguna parte más que con la acepción sureña de "besar", pero partiendo de la base de que son el bajoalemán o el frisio las lenguas que deben de haber dado origen a tal palabra, puesto que son sus pueblos los que juegan, seguiré pensando que se escribe así. 

El juego consiste en lo siguiente: Por equipos -en nuestro caso de grupos de dos equipos-, los participantes se enfrentan entre sí: equipo azul contra naranja, verde contra rojo. Cada uno de los jugadores tiene asignado un número, que es el correspondiente a la posición en la que le toca jugar. Los números uno de cada equipo empiezan lanzando una bola lo más lejos posible, y se trata de que el jugador que tiene el mismo número en el equipo contrario consiga superar el lanzamiento del contrincante. Si esto es así, es el turno de los portadores del número dos, luego el de los tres y así hasta dar la vuelta y volver a empezar por los primeros. Cuando el jugador cuatro, pongamos por caso, no consigue superar el lanzamiento del cuatro contrario, es el turno del número cinco de su mismo equipo, y, si éste tampoco logra superarlo, entonces el equipo rival consigue un punto y se empiezan con los chupitos de licores de todo tipo. 

Cada equipo tiene sus vasos, que llevan colgados los miembros del cuello, con los colores identificativos del grupo al que pertenecen, claro. Muy alemán todo. 

A medida que se van bebiendo chupitos y la cerveza, que es sólo para refrescar, corre por las gargantas de los jugadores, el ritmo se va ralentizando y las pelotas van peor encaminadas. Claro.

Para hacerlo todo más entretenido, esto se juega en el campo, en terrenos más o menos asfaltados, con riachuelos a los lados, eso sí, nieve en algunos casos y cultivos, claro, porque toda Baja Sajonia es un mar inmenso de cultivos, y lodo que quedó como prueba en los pantalones. Nosotros tuvimos incluso un perro que nos dificultó bastante el trabajo en un par de tramos, pero fue divertido. Para cuando la bola se pierde o cae al agua, hay una especie de gancho, un palo de madera con una pieza de metal en uno de los lados que tiene forma redonda y la circunferencia exacta para que la bola se sostenga bastante bien. 

Mi equipo ganó, pero no quedó muy claro por cuánto, sólo que los otros, los naranjas, consiguieron un solitario punto y que nosotros llegamos, al menos, al séptimo. Pero lo importante no era eso. Se nos hacía tarde y tuvimos que dejar el juego y correr al Gasthaus donde nos esperaba la suculenta cena. 

Después, vuelta a Delmenhorst, de allí a Bremen, donde los más vivaces nos quedamos a por las últimas pintas en un bar irlandés bastante majo. Allí, de camarera, una conocida que puede dar fe, seguramente, de que habíamos pasado una buena tarde de cervezas.

Lo curioso de todo esto es que, hasta este día, después de algunos chupitos, no me preguntó la jefa de estudios de la secundaria I aquello de "Wollen wir uns dutzen?" ("¿Nos tuteamos?"). O que, justo hasta ese día no me hubieran invitado a jugar al fútbol los jueves los mismos compañeros que pasean por mi lado en los pasillos. En fin, cosas de Alemania, supongo, que necesitan organizar eventos de este tipo para conocerse incluso entre ellos, preguntarse la edad, los críos y la procedencia.