martes, 31 de diciembre de 2019

No hay final


Todos los años, cuando se acerca el final de diciembre, pienso en escribir algo sobre cómo han ido los últimos doce meses, pero suele costarme, supongo que porque los años siguen sin parecerme que tengan comienzo en enero y final en diciembre, que, de algún modo, empiezan aún en septiembre y terminan en agosto. Aun así, desde hace ya casi tres, los años dan comienzo en abril, cuando el peso del tiempo y de la tesis se nota más, cuando la presión se hace más patente, cuando las prisas me miran desde la esquina oscura de la habitación y me sonríen diabólicamente.
Este año ha sido difícil. Mucho. ¿Para qué engañarnos? La abuela J. ya no está tampoco con nosotros; ya no está al otro lado del tren que me lleva de un lado a otro, y eso creo que le quita a todo lo demás a importancia que pueda tener. Ha habido viajes, encuentros y reencuentros, nuevas amistades, nuevas personas y nuevos destinos. También nuevas necesidades.
El año termina raro. Termina como sin terminar, como incompleto, como sin ganas. Digamos que este último año lleva ya varios años durando y se va a extender todavía un poco más: como el horizonte que pierde el sol pero que sigue ahí y nunca se alcanza, de ese modo más o menos doy por finalizado el año. Qué cosas.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Pasear Sevilla


¿Qué hace un humano sino pasear de una plaza a otra, de una calle a otra, de una ciudad a otra sin apenas darse cuenta? En el recorrido aparecen imágenes deseadas e indeseadas, también indeseables y deseables, peligros de todo tipo, lestrigones, ya se sabe. Los que habitamos las ciudades, con la prisa innecesaria que las caracteriza, pocas veces las paseamos con la calma suficiente como para contemplar las aceras plagadas de adoquines saltados, pocas veces dirigimos siquiera la mirada a los mendigos que pueblan en las entradas de las tiendas, al refugio del frío viento de la noche, de las hostilidades del mundo fuera de las casas que nos mantienen a salvo a los demás, entre las sábanas. ¿Con qué soñarán esos mendigos? ¿Cuáles serán sus pesadillas? 

¿Qué hace un humano, digo, sino pasear, buscar su destino? Hay quienes no pasean en las ciudades, quienes corren y las recorren, sin mirar, sin observar. ¿Qué sentido tiene vivir en un lugar que se desconoce? ¿Qué sentido tiene vivir sin vivir? Contradiciendo a Kavafis, probablemente Ítaca no exista, sea más bien como el horizonte, lejano e inalcanzable, pero es necesario emprender el camino, avanzar, observar, equivocarse y dudar. De algún modo, si al final me equivoco y sí que existe, Ítaca será más rica, más clara, más sabia tras ese camino.

Yo, ahora, paseo dudando Sevilla, de calle en calle, de plaza en plaza, de iglesia en iglesia, de mi yo de antes al yo aún desconocido. Y me reconozco y no, y temo y no, y vivo y no, y existo y no.