sábado, 21 de abril de 2012

Tabúes

Me pregunto cuántas veces habría pedido la ciudadanía alemana, que parece ser la que nos guía por la senda de la recuperación económica en los tiempos que corren, la cabeza de la canciller Angela Merkel o su Bundespräsident si hubieran sido ellos quienes, con como están las cosas, se hubieran ido a cazar elefantes a Botsuana en viaje privado a costa del dinero que ganan de los contribuyentes.

Pongo a los alemanes porque parece que son el modelo a seguir en lo económico, pero ¿qué habría pasado si, en lugar del Rey, hubiera sido algún presidente, qué habría hecho la oposición?

Pero no, el Rey ha pedido perdón, avergonzado y tímido, como un crío que hace una travesura de la que esperaba que nadie nunca se enterara. Pero se rompió la cadera, lástima que ese "susto" no le vaya a servir para cambiar, y mucho menos para cambiarlo.

Y la pregunta es, ¿tendremos que aguantarlo, a él y a su familia, para siempre?

En el balcón del piso en el que vivo cuelga una bandera republicana desde el día anterior a las elecciones de noviembre, y cada día hay más motivos para no retirarla nunca.

viernes, 13 de abril de 2012

Entre el arte y la osadía(?)

El arte, como forma de conocimiento, es imperfecto, no sigue unas reglas básicas, ni siquiera aquella de la verosimilitud, que decía Aristóteles del drama, o, al menos, no tiene por qué seguirlas. Es una forma de conocimiento, por lo tanto, que no es tal, que da a conocer verdades no absolutas y, de este modo, no son verdades, pero tampoco son mentiras.

Como forma de creación, el arte busca la perfección, lo sublime, en el campo que sea, la más perfecta descripción de la belleza o de la destrucción, da igual: la perfección: perfecto, de perficio (perfeci, perfectum; per + facio), llevar a término una acción, acabar. Así, la perfección es la cualidad de lo que está completamente terminado, y, el arte, como tal, como búsqueda, no puede, por definición (la definición de búsqueda es eso, búsqueda, no encuentro) ser perfecto, pero se le acerca a la idea que el autor de la obra que sea tiene de la perfección. O eso es lo que nos han vendido. Si el arte no fuera la búsqueda de la perfección, sino la perfección en sí misma, habríamos terminado con la historia del arte en el momento en el que se datara la obra de arte más antigua, sería perfecta. Punto.

Pero no es así, como bien sabemos, la perfección cambia con el tiempo, los cánones de lo perfecto varían, porque la perfección no existe, por lo que tampoco existe la obra perfecta, la realización más acabada posible de algo, no, no puede existir. Nunca.

Sin embargo, cuando alguien escribe, o pinta, o talla, o compone o millones de oes, le dedica un tiempo maravilloso a encontrar la mejor forma (para ese alguien) de llegar a la perfección, de comunicar, de expresar, de transmitir, de contar (podría seguir con la lista de sinónimos, pero es absurdo), la mejor forma, en definitiva, de conocer, él mismo, y dar a conocer, porque, dijimos en el primer párrafo que el arte es, también, una forma de conocimiento. Me da igual si hablamos de Realismo, Romanticismo, Postmodernidad, Transmodernidad o Época Clásica griega, me da lo mismo, en todas las etapas de la historia del arte se trata de la perfección, lo exacto, la mejor forma. Incluso en las vanguardias, aunque sea la mejor forma de crear un juego con palabras, incluso para quien "mantiene sucia la estrofa", para quien destroza su propia escultura, porque en el arte las cosas no son gratuitas, o no deben serlo, porque si eso está así es porque, quien lo creó, pensó que era la mejor forma de hacer lo que fuera que iba a hacer, le parezca al público lo que le parezca.

He pensado algo en esto últimamente, porque últimamente me encuentro con más visitantes de este blog de los que esperaba. Es curioso, no es que la gente me vaya parando por la calle, lógicamente, ni que ésta sea, por suerte (y también lógicamente), una de las páginas más visitadas de la red, pero este juego de creación y reflexión que nació después de otros varios y que se ha consolidado, parece ser, en la mi rutina habitual de escritura, que desarrollo más por inercia que por constancia, comenzó por la simple idea de escribir para todos y para nadie, como la modelo que se presenta a un casting entre desconocidos sin necesidad de saber su opinión, y, si la dan, por una opinión sincera, sin miramientos (no vales para nada o tienes algo de futuro, pero no mucho), aquello que nunca dice quien, desde cerca, conoce las ilusiones en vano.

Lo curioso de todo esto es que, quien, últimamente, me ha dicho que me lee, me lo suele decir con una especie de entusiasmo no encubierto pero no entusiasta, es decir, como haciéndome saber que le gusta, que lee con agrado, pero con sinceridad, afianzados en una seriedad pasmosa, dando una visión innecesaria, pues nadie la ha pedido, pero que tampoco suele estar de más; orgullosos, los más cercanos, cercanos, los menos. No espero que la gente vaya criticando de primeras (pues anda que escribes bien, majo), por supuesto que no, eso llegaría a ser incluso descortés, pero es sorprendente que la autocrítica a la que yo mismo me someto sea tan extrema que, muchas veces, como he venido haciendo desde hace años, lleve mis palabras al vertedero. Así, con ese nombre, "Vertedero", llamé a una carpeta en la que guardaba pequeños relatos, poemas y demás construcciones cuasiliterarias salidas de las manos que ahora teclean; pero no sirvió de nada. Y no por extrema por serlo en sí misma, porque a mí no me lo parece, pero sí por alejada del contexto que contemplo atónito desde la silla de mi escritorio, a través de la pantalla del ordenador. No comprendo, y nunca llegaré a hacerlo, que haya quien, con esos adefesios literarios, consigan siquiera publicar un libro, pero ahí están. Ayer, además, leí algo que anda relacionado, y por eso, intuyo, escribo esto hoy.

Como ya he dicho, cada uno tiene una concepción diferente de la perfección, y no sé si seré el más perfeccionista de todos los pseudo-creadores/escritores, pero seguro que mucho más autocrítico que la mayoría. Quizá es que yo tengo una forma muy distinta de interpretar lo que debería ser la literatura (por poner aquello a lo que dedico mis días y mis noches y en lo que, por supuesto, no soy el más docto), pero hasta me planteo presentar algún día alguno de mis trabajos-estudios (esto me recuerda a las clases de violín: Estudio nº1, Estudio nº2...), no demasiado pronto, tampoco demasiado tarde, a alguno de estos pequeños concursos literarios, por aquello de la modelo.

Supongo que porque quienes leéis esto me habéis dado algo de ánimo (ahora es cuando toca decir que fue mentira), pero también supongo que porque la perfección de otros me parece tan imperfecta... Aunque intuyo que no todo es perfección, habrá también valor, ¿o tal vez osadía? Quién sabe, lo mismo sólo son las concepciones.

viernes, 6 de abril de 2012

Sombras en Madrid

La noche cae sobre Lavapiés y el barrio no pierde su fuerza. Hace calor y en la calle, a la salida del teatro Valle-Inclán, un centenar de personas toma el aire como si el mundo estuviera paralizado. Debe de haber, en la misma plaza, al menos cuarenta nacionalidades diferentes, personas de toda raza y preferencia bajo las mismas luces. En las ventanas, la gente asomada para ver el espectáculo de la vida en comunión, con un aura de humildad y lógica.

Al fondo de la plaza, en una esquina, una luz se enciende y unas cortinas se mueven un poco. Una sombra parece desvestirse y vestirse de nuevo, pero sólo eso, una sombra que se pone y se quita la ropa tras una cortina. La luz se apaga y pocos segundos después vuelve a encenderse. La misma sombra cruza la habitación, no sabemos si la misma persona.

Unas pocas calles más arriba, entre las sábanas de algún cuarto desgastado, el mundo desaparecerá, y quedarán también otras sombras, mientras en la calle continuará el ruido de la gente en los bancos, a la luz de unas pocas farolas negras.

En Madrid, en Lavapiés, el recuerdo.