martes, 14 de mayo de 2013

Sobre el Rin y los pueblos


Prometí intentar traducir el texto de Carl Zuckmayer y aquí está el resultado. No soy traductor, y, ya se sabe, no se le pueden/deben pedir peras al olmo.

Sobre el Rin, algo más sobre eso. Sobre el Rin. Sobre el gran molino del pueblo. ¡Sobre el lagar de Europa! Tranquilamente ahora póngase delante todos sus antepasados desde el nacimiento de Cristo. Aquí hubo un capitán de batalla romano, un tipo negro, moreno como una aceituna madura, que enseñó latín a una joven rubia. Y tras él llegó a la familia un comerciante de especias judío, un hombre serio, que antes de casarse se volvió cristiano y fundó la tradición católica en casa. Y tras esto se unió un médico griego, o un legionario celta, un lansquenete grisón, un caballero sueco, un soldado de Napoleón, un desertor cosaco, un filonero de la Selva Negra, un joven molinero peregrino de Alsacia, un gordo barquero de Holanda, un magiar, un pandur húngaro, un oficial de Viena, un actor francés, un músico de Bohemia. Todos ellos han vivido, se han peleado, se han emborrachado y han cantado y han engendrado hijos junto al Rin. Y aquel Goethe, ése viene de la misma olla, y Beethoven y Gutenberg, y Matthias Grünewald y, ah, siga buscando en una enciclopedia. ¡Fueron los mejores, querido! ¡Los mejores del mundo! ¿Y por qué? Porque ahí se han mezclado los pueblos. ¡Mezclado! Como el agua de las fuentes y los arroyos y los ríos, para correr juntos en una viva y gigantesca corriente. Sobre el Rin, es decir: sobre Occidente. Esto es nobleza natural. Esto es raza. Esté orgulloso de ello, Hartmann, y deje los papeles de su abuela en retirada. Salud.
Carl Zuckmayer, en "Des Teufels General

sábado, 11 de mayo de 2013

Donde se queman libros, se acaban quemando personas (H.Heine)

El 10 de mayo de 1933 tuvo lugar en Alemania uno de los episodios más tristes, denigrantes, duros y absurdos contra la cultura que cualquier país, ciudadano, entidad y, en general, sociedad, pueda llevar a cabo, la Bücherverbrennung (Quema de libros).

En las plazas de muchas ciudades alemanas se quemaron todos los libros que se encontraron de autores que no eran adeptos a la causa de Hitler, los llamados Undeutsch, un término que niega lo alemán. La mayoría de estas plazas están muy cerca de las Universidades, y no en especial como amenaza a los intelectuales, qué va, sino por quien lo llevó a cabo. En Berlín, por ejemplo, en la Bebelplatz, los estudiantes seguidores de las ideas del partido nacional-socialista quemaron cientos de libros, y allí se encuentra el monumento subterráneo en memoria a esos libros y a sus autores: un cristal deja ver, en el suelo, una sala donde las paredes son estanterías blancas y vacías, en las que, según tengo entendido, cabrían 20.000 libros. No creo equivocarme en la cifra.

Erich Kästner, uno de los autores cuyos libros fueron quemados ese día, pasó por la Bebelplatz de Berlín durante la Bücherverbrennung y escribió después lo que sintió. Yo no quiero ni imaginarme cómo sería para él, y para muchos otros, ese momento.

Para recordar que han pasado ochenta años de este deleznable acontecimiento, en Bonn, donde las asociaciones de estudiantes, profesores, el alcalde de Bonn y el de Beuel (actualmente uno de los distritos más importantes de la ciudad), los bibliotecarios y ciudadanos de a pie se acercaron a la Marktplatz, abarrotada por el acontecimiento, a quemar libros, hoy se ha inaugurado un monumento. No son más que unas placas de bronce con el nombre de un autor y uno de los títulos quemados. Estas placas están situadas como si fueran libros tirados, por lo que tenemos que suponer una especie de centro, que sería la hoguera, y los libros alrededor, como sumándose a los castigados. En el punto central, donde se supone el foco, una placa recuerda el acontecimiento y los nombres de decenas de autores que vieron sus libros arder. Bajo ésta, enterrados, los libros que aparecen en las placas repartidas alrededor del recordatorio, en una caja hermética. El alcalde ha recibido la llave para abrir el monumento, es decir, la caja, y cedérsela a los institutos, instituciones y colegios para coger y meter libros. Un monumento, como ha dicho su creador, del pueblo.

En esta inauguración había, sobre todo, personas mayores, seguramente aquéllos que eran jóvenes cuando la Bücherverbrennung, o sus hijos, aquellos que no creían que sus padres no supieran lo que estaba pasando.

Dejo aquí lo que ha leído el alcalde al final de si intervención, una cita de Carl Zuckmayer, del libro "Des Teufels General", uno de los que se supone que ardería en alguna de las muchas hogueras repartidas por el país. La dejo en alemán pero prometo intentar traducirla estos días y dejarla por aquí:

Vom Rhein - noch dazu. Vom Rhein. Von der großen Völkermühle. Von der Kelter Europas! Ruhiger Und jetzt stellen Sie sich doch mal Ihre Ahnenreihe vor - seit Christi Geburt. Da war ein römischer Feldhauptmann, ein schwarzer Kerl, braun wie ne reife Olive, der hat einem blonden Mädchen Latein beigebracht. Und dann kam ein jüdischer Gewürzhändler in die Familie, das war ein ernster Mensch, der ist noch vor der Heirat Christ geworden und hat die katholische Haustradition begründet. Und dann kam ein griechischer Arzt dazu, oder ein keltischer Legionär, ein Graubündner Landsknecht, ein schwedischer Reiter, ein Soldat Napoleons, ein desertierter Kosak, ein Schwarzwälder Flözer, ein wandernder Müllerbursch vom Elsaß, ein dicker Schiffer aus Holland, ein Magyar, ein Pandur, ein Offizier aus Wien, ein französischer Schauspieler, ein böhmischer Musikant - das hat alles am Rhein gelebt, gerauft, gesoffen und gesungen und Kinder gezeugt - und - und der der Goethe, der kam aus demselben Topf, und der Beethoven und der Gutenberg, und der Matthias Grünewald und - ach was, schau im Lexikon nach. Es waren die Besten, mein Lieber! Die Besten der Welt! Und warum? Weil sich die Völker dort vermischt haben. Vermischt - wie die Wasser aus Quellen und Bächen und Flüssen, damit sie zu einem großen, lebendigen Strom zusammenrinnen. Vom Rhein - das heißt: vom Abendland. Das ist natürlicher Adel. Das ist Rasse. Seien Sie stolz darauf, Hartmann - und hängen Sie die Papiere Ihrer Großmutter in den Abtritt. Prost.
Carl Zuckmeyer, Des Teufels General

martes, 7 de mayo de 2013

Bonn: Altstadt, el barrio en el que vivo.

La primera vez que pisé Alemania fue en abril, a finales de abril del año 2007. No era normal, nos decían, el calor que estaba haciendo, y sería así, pero no nos importó demasiado a todos los que íbamos porque pudimos disfrutar del sol y de los paisajes alemanes, entre ellos la impactante Selva Negra. Además, acostumbrados a las altas temperaturas que se dan en Extremadura en verano, el calor de aquí sólo incomodaba porque no era esperado y nuestra ropa no era la más adecuada para soportarlo, por lo demás, felicidad.

Fue ésa la imagen que me llevé de aquí, el sol y el calor que todos decían que aquí no existía, así que, en cierto sentido, para mí, aunque sé que no es así, Alemania tiene algo de cálida.

Las demás veces que he venido, he ido descubriendo la niebla, el frío y la lluvia. La nieve. La vida de casa, con esa forma típica que tienen de crear ese ambiente casero con olor a madera y a vela y que, extranjeros de nosotros, seguramente nunca podamos crearlo.

Pero después del invierno siempre llega la primavera, y tras ver los árboles sin hojas, pelados por el frío y la lluvia, las calles atestadas de una nieve que primero es blanquísima y luego pasa a ser de un gris poco agradable por el paso de los vehículos una y otra vez sobre ella, tras ese frío que te invita a quedarte en casa con la calefacción y un té con aroma de canela, florece la vida. Y no es una metáfora de la primavera, no. No es sólo que los árboles se hayan cargado en menos de un mes de hojas verdes y relucientes, no es que Perséfone haya vuelto a la tierra abandonando el inframundo y Deméter la reciba con esta decoración imposible, aunque esto casi, porque cuando uno pasea por las calles en las que vive, las que ha estado recorriendo en invierno, procurando no resbalar, en la soledad de las noches, o de las mañanas, o del mediodía, esa soledad absurda e inconcebible para quien no nace aquí y no sabe que la calle no es el lugar para vivir, sino sólo una forma de llegar de un punto a otro, y las ve tan diferentes, siente que aquí sí ha llegado un dios, una diosa, que las ha hecho revivir. Entonces uno es capaz de entender que las religiones hayan existido, porque no es concebible, o no lo parece a simple vista, que lo que antes parecía muerto, el mismo espacio en el que la mayor belleza estaba en los edificios creados por el hombre, ahora tenga colores que van del verde al rosa, del blanco al rojo. No es sólo que ahora esas mismas calles se hayan vuelto vivas por los árboles, no es sólo que la naturaleza supere ahora con creces la imagen de las casas más o menos elegantes que ocupan el barrio de Altstadt en Bonn, no, es que ahora la primavera ha hecho algo de magia, la que sea y como sea que la haga, y no sólo llena de vida vegetal las calles y las plazas, sino que también la vida humana las atesta. Los bares, numerosos para ser Alemania, han sacado las mesas a la calle, cada rayo de sol se aprovecha con la mayor capacidad y, desde algo antes de la hora de comer, no hay prácticamente un resquicio de sol que no esté ocupado por quienes degustan cerveza Kölsch o cualquier otra. Hacia las dos de la tarde la comida y las cervezas han dejado ya paso al café, Eiscafé, dicen, café helado, porque la temperatura, que estos días está rondando los 20-25ºC, acompaña.

Parece que vivo en otra ciudad distinta, Bonn ya era bonita en invierno, pero en primavera, como le pasaba a la Alemania que conocí por primera vez, es preciosa, al menos el barrio en el que vivo.