domingo, 26 de enero de 2020

Berlín es un homenaje al pasado


Cuando murió el abuelo L. yo estaba en Alemania, lejos de casa, como en tantas otras ocasiones. Al principio creí que lo más importante era estar con la familia, superar juntos el luto, estar allí con todos, con mi padre. Busqué billetes que no podía pagar y me sentí vacío, inútil. Luego entendí que realmente lo que tenía era miedo de estar solo y me vine a Berlín a casa de quien no tenía necesidad de acogerme, pero lo hizo. Ahora, también en Berlín, me llega la noticia de que es mi abuela A. quien ocupa una cama en el hospital y, aunque está medianamente bien, no puedo evitar pensar una y otra vez en esta ciudad como ese espacio de lejanía que, por un lado, te roba vida y, por otro, te arranca los miedos.

Nunca me he sentido completamente solo en Berlín, nunca abandonado -tal vez sea esa la palabra-, siempre he estado acompañado de alguien, de sus recuerdos. Es irremediable que venga a esta ciudad en la que todo fue y piense en quienes ya no están ni aquí ni allí.

De algún modo sospechoso hay parques en esta ciudad que me llevan automáticamente a pensar en las vías de tren semivacías en las que me despedí por última vez de L., a las que, dolorido como estaba, débil, se acercó para besarme y desearme, como siempre, buen viaje. Yo no contaba con verlo ese día, no contaba con que llevara a cabo esa tradición que cumplía siempre que podía: cruzar las vías para ver llegar al tren, saludar y besar al nieto que nunca está, que nunca estaba, y despedirse de nuevo viendo cómo el tren se alejaba un par de minutos después. ¿Quién iba a imaginarse que en su estado volvería una vez más, una última vez, a presentarse ahí, por cerca que estuviera?

Quien me acogió en su casa esos días nunca lo supo, pero llevarme a pasear por el Park am Gleisdreieck, entre las vías abandonadas en las que se encuentra, se convirtió entonces en la mejor forma de homenaje: conectó Berlín-Llerena sin una sola parada intermedia.

Hay para mí en estas calles y estos parques más historias y más intimidad de la que hay en la mayoría de los espacios del mundo que me habitan, así que, volver a esta ciudad es volver a caminar y recordar, a pesar de los cambios que la hacen tan distinta, es venir a homenajear de algún modo íntimo y sincero a todos los que ya no están, a todos los que siguen pero se encuentran lejos, a todos los que perdimos, a todos los que fallamos.

Berlín es un homenaje al pasado, para mí, sobre todo el íntimo.

jueves, 23 de enero de 2020

Varias veces Berlín


La primera vez que vine a Berlín, me enamoré de la ciudad y no sólo. Entonces empezaba a sonar Electroviral y mi vida giró varias veces sobre sí misma. Las calles se llenaron de un sol enternecedor y duro a un tiempo. Conocí, por primera vez, lo que significaba vivir una ciudad llena de culturas, de historia, de ritmo, una ciudad en movimiento. Me pudieron las ganas de estar aquí. Entonces me dije que volvería a vivirla, que vendría a estar en ella varios meses, tal vez años. Era la ciudad en la que quería habitar, porque de algún modo sentía ya que la ciudad se había quedado conmigo. Diría que aún lo siento. Es la ciudad a la que volví cuando necesitaba pasear, cuando necesitaba airearme. Sin embargo, ahora que vuelvo a recorrer sus calles, casi diez años después, sé que los espacios son los mismos, pero el significado es otro bien distinto. Recuerdo una librería en Oranienburgerstraße donde compré, a un escaso kilómetro de la Brecht-Haus, un libro de poemas de amor del poeta de Augsburgo. Entonces apenas podía entender más de un par de versos y me propuse leerlo más adelante, siempre más adelante.

Hoy, paseando por esa misma calle he descubierto que la librería no existe, que, realmente, la ciudad que me acogió un mes escaso ya no existe. Los libros han sido sustituidos por copas caras de un bar elegante pensado para turistas y las multinacionales que pueden existir en cualquier otra ciudad del mundo están en cada esquina. Probablemente mi memoria me engañe y nada fuera exactamente como yo pienso que era, eso es cierto, pero hoy, como cada vez que piso estas calles, pienso en Heráclito. Antes pensaba que la ciudad no era la misma. Hoy sé, con certeza, que yo tampoco lo soy.

Berlín me cambió la forma de entender Alemania y fue un punto de inflexión en mi vida. Hoy lo certifico.