Cuando murió el abuelo L. yo estaba en Alemania, lejos de
casa, como en tantas otras ocasiones. Al principio creí que lo más importante
era estar con la familia, superar juntos el luto, estar allí con todos, con mi
padre. Busqué billetes que no podía pagar y me sentí vacío, inútil. Luego entendí
que realmente lo que tenía era miedo de estar solo y me vine a Berlín a casa de
quien no tenía necesidad de acogerme, pero lo hizo. Ahora, también en Berlín,
me llega la noticia de que es mi abuela A. quien ocupa una cama en el hospital
y, aunque está medianamente bien, no puedo evitar pensar una y otra vez en esta
ciudad como ese espacio de lejanía que, por un lado, te roba vida y, por otro,
te arranca los miedos.
Nunca me he sentido completamente solo en Berlín, nunca
abandonado -tal vez sea esa la palabra-, siempre he estado acompañado de
alguien, de sus recuerdos. Es irremediable que venga a esta ciudad en la que
todo fue y piense en quienes ya no están ni aquí ni allí.
De algún modo sospechoso hay parques en esta ciudad que me
llevan automáticamente a pensar en las vías de tren semivacías en las que me despedí
por última vez de L., a las que, dolorido como estaba, débil, se acercó para
besarme y desearme, como siempre, buen viaje. Yo no contaba con verlo ese día,
no contaba con que llevara a cabo esa tradición que cumplía siempre que podía: cruzar
las vías para ver llegar al tren, saludar y besar al nieto que nunca está, que
nunca estaba, y despedirse de nuevo viendo cómo el tren se alejaba un par de
minutos después. ¿Quién iba a imaginarse que en su estado volvería una vez más,
una última vez, a presentarse ahí, por cerca que estuviera?
Quien me acogió en su casa esos días nunca lo supo, pero
llevarme a pasear por el Park am Gleisdreieck, entre las vías abandonadas en
las que se encuentra, se convirtió entonces en la mejor forma de homenaje: conectó
Berlín-Llerena sin una sola parada intermedia.
Hay para mí en estas calles y estos parques más historias y
más intimidad de la que hay en la mayoría de los espacios del mundo que me
habitan, así que, volver a esta ciudad es volver a caminar y recordar, a pesar
de los cambios que la hacen tan distinta, es venir a homenajear de algún modo
íntimo y sincero a todos los que ya no están, a todos los que siguen pero se
encuentran lejos, a todos los que perdimos, a todos los que fallamos.
Berlín es un homenaje al pasado, para mí, sobre todo el
íntimo.
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