jueves, 23 de enero de 2020

Varias veces Berlín


La primera vez que vine a Berlín, me enamoré de la ciudad y no sólo. Entonces empezaba a sonar Electroviral y mi vida giró varias veces sobre sí misma. Las calles se llenaron de un sol enternecedor y duro a un tiempo. Conocí, por primera vez, lo que significaba vivir una ciudad llena de culturas, de historia, de ritmo, una ciudad en movimiento. Me pudieron las ganas de estar aquí. Entonces me dije que volvería a vivirla, que vendría a estar en ella varios meses, tal vez años. Era la ciudad en la que quería habitar, porque de algún modo sentía ya que la ciudad se había quedado conmigo. Diría que aún lo siento. Es la ciudad a la que volví cuando necesitaba pasear, cuando necesitaba airearme. Sin embargo, ahora que vuelvo a recorrer sus calles, casi diez años después, sé que los espacios son los mismos, pero el significado es otro bien distinto. Recuerdo una librería en Oranienburgerstraße donde compré, a un escaso kilómetro de la Brecht-Haus, un libro de poemas de amor del poeta de Augsburgo. Entonces apenas podía entender más de un par de versos y me propuse leerlo más adelante, siempre más adelante.

Hoy, paseando por esa misma calle he descubierto que la librería no existe, que, realmente, la ciudad que me acogió un mes escaso ya no existe. Los libros han sido sustituidos por copas caras de un bar elegante pensado para turistas y las multinacionales que pueden existir en cualquier otra ciudad del mundo están en cada esquina. Probablemente mi memoria me engañe y nada fuera exactamente como yo pienso que era, eso es cierto, pero hoy, como cada vez que piso estas calles, pienso en Heráclito. Antes pensaba que la ciudad no era la misma. Hoy sé, con certeza, que yo tampoco lo soy.

Berlín me cambió la forma de entender Alemania y fue un punto de inflexión en mi vida. Hoy lo certifico.

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