sábado, 23 de mayo de 2015

Hablemos de política: Mi jornada de reflexión

Hoy es jornada de reflexión, lo que supone que la campaña electoral ha terminado y hoy cada ciudadano, en su casita, decidirá, leyendo la prensa, los programas electorales y sumido en una profunda soledad reflexiva, quién quiere que sea el señor o señora, el partido o partida -de póker, por ejemplo, o una partida de armas y droga, que con nuestros gobernantes nunca se sabe- que va gobernar su municipio y/o su comunidad autónoma durante los próximos cuatro años. 

Yo ya he votado, como nos corresponde a los españoles que estamos lejos de casa -aunque, claro, casa no tenemos ya allí porque ya no podemos votar en las elecciones municipales algunos de nosotros. Eso en el caso de que podamos votar, pero bueno-. Como decía, yo ya he votado, así que mi jornada de reflexión es inexistente, pero me gustaría dejar por aquí algo que creo importante: La gente es gilipollas estúpida. Y cuando digo la gente no quiero decir "toda la gente", sólo hablo de "una gran cantidad de personas". Y con "gran" sí quiero decir "gran". Al menos en el país que tenemos, la gente va a votar como quien no quiere la cosa -si va-, como si del voto no dependiera la mayoría de las decisiones que se van a tomar en el pueblo, en la comunidad autónoma. La gente vota por simpatía, por novedad, por despecho o por visceralidad. Y la gente sigue usando el voto útil, cuando lo único útil del voto útil es su nombre, al menos para los ciudadanos. 

Hace cuatro años voté a un partido que no me decepcionó, a pesar de sus cuitas internas en el tiempo que ha seguido a aquellas elecciones. Hace cuatro años voté a IU-Extremadura-Los Verdes. Y hace cuatro años comenzó el conflicto. Ya hablé de ello aquí, y ya me posicioné a favor de lo que habían hecho desde la organización regional: Abstenerse en el proceso de de investidura, lo que supondría la subida al poder por primera vez de un presidente del Partido Popular. Hace cuatro años defendí aquella postura, porque me pareció una lección de dignidad y de democracia, algo tan de moda últimamente, pero que por entonces sólo se dejaba entrever. Hace cuatro años IU-Extremadura-Los Verdes decidió acudir a sus bases, ir pueblo por pueblo preguntando qué hacer en la investidura: abstención, negación, aprobación. Y las bases lo decidieron. Es bien cierto que se puso sobre la mesa de José Antonio Monago una serie de cuestiones, que se habrán conseguido o no, o en mayor o menor medida, cuestiones como la renta básica, a pesar del "decretazo", o como la refinería de Tierra de Barros. IU-Extremadura-Los Verdes se abstuvo, lo que permitió al PP gobernar, pero una abstención no es un apoyo en ningún caso, como se cansan de decir los medios en contra de lo que creemos la mayoría. Quizá aquello fue un suicidio político, pero fue una lección de democracia. Y es ahora cuando vuelvo a lo de que la gente de este país es estúpida, pues pide democracia y, cuando la democracia se expresa, aunque sea dentro de un partido, con las bases incluidas, lo llaman al orden, le niegan la capacidad de decisión y lo critican por haber tomado una mala(?) decisión. De todos modos, la culpa de que IU-Extremadura se abstuviera en su día la tiene quien votó en menor grado al PSOE que al PP y, por supuesto, el PSOE, que, entre otras cosas, ni siquiera estuvo nunca dispuesto a quitar de su programa uno de los requerimientos básicos de IU: la refinería. Pueden acusar a IU-Extremadura de lo que sea, pero yo me sé de un gobierno que, tras escuchar sentencias de Medio Ambiente desfavorables para la construcción de una refenería, seguiría intentando construirla, porque era una "decisión política". Política, democracia y principios llevaron posiblemente a que IU-Extremadura no consiga representación autonómica en estas elecciones. Que lo vea quien quiera verlo.

Y yo ya he votado. Y bien es cierto que esta vez me lo he pensado un poco más que la última vez, pero he sido fiel al partido que ha representado desde siempre las ideas que ahora otros se enorgullecen de haber sacado de su recién estrenada chistera. Y para votar, algo que iba a hacer por correos -papeleta de voto dentro del sobre, el sobre con un certificado de inscripción en el registro consular dentro de otro sobre junto con una fotocopia del DNI, dentro todo esto de otro sobre con otro certificado de inscripción en el registro consular-, todo esto recibido por correo postal después de ciertos trámites burocráticos que llevan en marcha desde, exactamente, el 22 de diciembre, al final tuve que ir el miércoles a Hamburgo -23 euros ida y vuelta, como el 22 de diciembre, cuando fui a inscribirme-, porque correos en Alemania está de huelga y no quería arriesgarme a que el voto no llegara, al menos, al consulado. Si llega a Badajoz ya nunca lo sabremos. Lo peor de todo es que, de los españoles que conozco, soy, al menos que yo sepa, el único que va a poder votar, y conozco a más españoles que alemanes. 

Pero en fin, que todo esto no es más que una digresión mientras hago un descanso de corregir exámenes en un país que te recibe -mejor o peor, no se nos llene la boca tampoco- cuando del tuyo te echan y ni siquiera tienen la decencia de llamarlo por su nombre. No les conviene tenernos allí, como tampoco les conviene que reflexionemos de esta manera. Aun así, ganarán, ¿quién si no?

Buen voto mañana, y, por qué no, salud y República.

lunes, 18 de mayo de 2015

Escribir. La soledad, el silencio y el tiempo.

Me he propuesto actualizar más a menudo, por imposición personal y nada más, aunque tenga poco que decir. En realidad tampoco pretendo que todo lo que hay en este blog sea de éxito para la crítica y la audiencia (¿es audiencia la que lee? ¿es audiencia si se le lee?). Así que escribo, para ejercitar las palabras que salen cada día con algo más de dificultad de entre mis dedos, que se escurren o no se dejan moldear, creando entre ellas frases desesperantes en incoherentes, por mucho que lea en español, por poco -aunque lo intento- que lea en alemán. 

A lo que voy es que desde la soledad de esta casa, a la que llamo cariñosamente -y despectivamente a la vez- zulo, subterránea en la que habito y también vivo, la soledad se siente a veces muy cercana. De vez en cuando aparecen unos gatos en el jardín que se ve desde la habitación, y unos pájaros, de alguna raza que desconozco y, al menos de momento, tampoco me interesa, se dedican a beber de un camión de juguete, del romelque, en el que también sumergen la cabeza como para despertarse en las todavía frescas mañanas del norte alemán. Pocas visitas más recibe esta casa en la que falta salón y casi cocina, en la que todo son apaños y las comodidades son prácticamente un lujo, pero que de alguna manera voy haciendo mía y que me cuesta abandonar. ¿Dónde mejor lee uno que en el silencio de una noche en una calle sin gente y sin tráfico, con una ventana que no da a una farola -estratégicamente colocadas todas en esta Alemania para atacar con su luz a los pobres durmientes-? ¿Dónde mejor puede tener alguien la certeza del descanso que en un sitio en el que ni siquiera parece que pueda vivir nadie? Y sin embargo todo está cerca. Y tener todo cerca en Alemania -bares, supermercados, discotecas, restaurantes, cines, teatros, colegios, el río, incluso un estadio- no es tan sencillo como puede parecer. 

Lo peor de la soledad y del silencio y del tiempo son las tres cosas. Y la experiencia de la muerte y estar lejos.


Las horas quietas

No es la muerte en sí misma
lo que te desconcierta, es su serenidad.

Como se toma el aire sin sentirlo,
como se late la sangre, sin oírse,
en la profundidad del pensamiento.

Como olvidarlo todo y que la hierba
segada del verano
le confiera a tu cuerpo el espejismo,
o la certeza misma, de la felicidad.

Cuando por la ventana ves el mundo,
pero no ves los árboles,
ni el cielo de tu casa, ni la calle
por la que cada día, 
mientras estabas vivo, te sumabas al mundo.

Basilio Sánchez (en Cristalizaciones)

viernes, 15 de mayo de 2015

Escuchar leer

"Escuchar a alguien que lee en voz alta es muy distinto de leer en silencio. Cuando lees, puedes pararte o saltarte frases: el ritmo eres tú quien lo decide. Cuando lee otro es difícil hacer coincidir tu atención con el ritmo de su lectura: la voz va o demasiado rápida o demasiado lenta" (Italo Calvino, en Si una noche de invierno un viajero), y, sin embargo, no podemos evitar escuchar a quien nos cuenta una historia, a quien nos lee, por el simple hecho de escuchar su voz abrirse entre el silencio de una habitación en semioscuridad, o no podemos evitar leer en voz alta, para ver cómo reacciona, cómo sonríe o cómo, quizá, llora la persona que escucha -si lo hace atentamente; "pero lo que yo siento es de verdad"- nuestras palabras. Escuchar leer no es tan sencillo, es cierto, es necesaria una capacidad de concentración que en la lectura individual no es necesaria, pero cuando quien lee y quien escucha se conectan, cuando lo único que hay son las palabras de la historia que se lee, de la historia que se escucha, entonces la literatura vive, las emociones renacen, la vida se para y el tiempo corre. La literatura cuenta.

martes, 12 de mayo de 2015

Literatura y política

Es tiempo de elecciones y uno tiene entre las manos la Introducción a la literatura comparada de A. Gnisci. Y encuentra estas cosas:
La literatura es necesaria a la política ante todo cuando da voz a lo que no tiene voz, cuando da un nombre a lo que todavía no tiene nombre, y especialmente a lo que el lenguaje político excluye o intenta excluir [...]. Pero hay también, creo, otro tipo de influencia, es decir la capacidad de imponer modelos de lenguaje, de visión, de imaginación, de trabajo mental, de correlación de hechos, en suma la creación (y por creación entiendo organización y elección) de ese género de modelos-valores que son al mismo tiempo estéticos y éticos, esenciales en todo proyecto de acción y especialmente en la vida política.
Italo Calvino, en "Usi politici giusti e sbagliati della letteratura" 

Quizá sea más tiempo de poetas que de políticos. Ojalá, aunque Platón nos odie.

domingo, 10 de mayo de 2015

Una imagen y una carta

Creo encontrarte al final de cada vaso de whisky que tomo en solitario a deshoras en el pequeño espacio en el que vivo. En las horas que pierdo creo también encontrarte. No necesito buscarte para saber que andas en alguna parte, en cualquier gesto, sin ni siquiera salir de casa, en alguna esquina de la habitación, persiguiéndome. Luego, en la calle, en la gente, en una sonrisa o en una mirada, en un paso o un tropiezo, en el tranvía o en los parques. En cualquier parte puedes aparecer de repente. Sin que te busque, sin que pretenda que estés, más bien todo lo contrario, Pero no se puede pretender lo contrario de algo sin ser consciente de lo que se niega. Como no se puede negar a Dios sin ser consciente de que en algún universo posible, en alguna mente inconsciente, existe la posibilidad de que haya un dios, cualquiera, o al menos sin su concepto. 

Si me cuesta escribir y me propongo hacerlo, apareces, como de la nada, sin que te llame, y una vez que estás ahí, entonces, ya no puedo dejar de prestarte atención y se me acaban las palabras, como si la historia ya no tuviera sentido, como si el principio fuera el final, como si la tierra se acabara y no se pudiera cruzar al otro lado, sortear el mar de alguna manera. De repente, te apareces y es el silencio lo que traes, y a mí también me saben a podridas las palabras en la boca, se me resbalan como tierra entre los dedos, sin la opción de atraparlas con una mínima fuerza. A veces tienen la textura de la tierra húmeda y consigo retenerlas un poco, pero si las trabajo, poco a poco se me desmoronan de nuevo y las pierdo y vuelvo al vaso de whisky y allí te veo, sonriéndome con ironía al final de la última gota. Y allí me veo, pensando en esa carta y diciéndome a mí mismo que no haré lo que Lord Chandos.