lunes, 18 de mayo de 2015

Escribir. La soledad, el silencio y el tiempo.

Me he propuesto actualizar más a menudo, por imposición personal y nada más, aunque tenga poco que decir. En realidad tampoco pretendo que todo lo que hay en este blog sea de éxito para la crítica y la audiencia (¿es audiencia la que lee? ¿es audiencia si se le lee?). Así que escribo, para ejercitar las palabras que salen cada día con algo más de dificultad de entre mis dedos, que se escurren o no se dejan moldear, creando entre ellas frases desesperantes en incoherentes, por mucho que lea en español, por poco -aunque lo intento- que lea en alemán. 

A lo que voy es que desde la soledad de esta casa, a la que llamo cariñosamente -y despectivamente a la vez- zulo, subterránea en la que habito y también vivo, la soledad se siente a veces muy cercana. De vez en cuando aparecen unos gatos en el jardín que se ve desde la habitación, y unos pájaros, de alguna raza que desconozco y, al menos de momento, tampoco me interesa, se dedican a beber de un camión de juguete, del romelque, en el que también sumergen la cabeza como para despertarse en las todavía frescas mañanas del norte alemán. Pocas visitas más recibe esta casa en la que falta salón y casi cocina, en la que todo son apaños y las comodidades son prácticamente un lujo, pero que de alguna manera voy haciendo mía y que me cuesta abandonar. ¿Dónde mejor lee uno que en el silencio de una noche en una calle sin gente y sin tráfico, con una ventana que no da a una farola -estratégicamente colocadas todas en esta Alemania para atacar con su luz a los pobres durmientes-? ¿Dónde mejor puede tener alguien la certeza del descanso que en un sitio en el que ni siquiera parece que pueda vivir nadie? Y sin embargo todo está cerca. Y tener todo cerca en Alemania -bares, supermercados, discotecas, restaurantes, cines, teatros, colegios, el río, incluso un estadio- no es tan sencillo como puede parecer. 

Lo peor de la soledad y del silencio y del tiempo son las tres cosas. Y la experiencia de la muerte y estar lejos.


Las horas quietas

No es la muerte en sí misma
lo que te desconcierta, es su serenidad.

Como se toma el aire sin sentirlo,
como se late la sangre, sin oírse,
en la profundidad del pensamiento.

Como olvidarlo todo y que la hierba
segada del verano
le confiera a tu cuerpo el espejismo,
o la certeza misma, de la felicidad.

Cuando por la ventana ves el mundo,
pero no ves los árboles,
ni el cielo de tu casa, ni la calle
por la que cada día, 
mientras estabas vivo, te sumabas al mundo.

Basilio Sánchez (en Cristalizaciones)

No hay comentarios:

Publicar un comentario