De nuevo los Balcanes (V): primer día Sarajevo

Llegamos al hostal en el que nos vamos a quedar estos días en Sarajevo y lo primero que hacemos es replantear la ruta. En principio íbamos a pasar un par de noches aquí y luego deberíamos marcharnos hacia el sur, al parque nacional de Sutjeska, pero el calor que prevemos y la idea de que Sarajevo nos puede dar más juego del esperado nos hacen cambiar de opinión, así que decidimos que vamos a pasar cuatro noches en Sarajevo antes de salir en dirección a Višegrad, la ciudad del puente de Andrić. 

En realidad hemos dejado que Sarajevo nos sorprenda. También nos sorprende el calor y nos hace sentir que la decisión de dejar el parque nacional para otro viaje es la acertada. En realidad no tenemos mucha información más allá de la típica. Yo no he mirado nada, tengo la sensación de que lo que quiero es pasear y ya está, caminar y descubrir algo nuevo. Hace menos de un mes estuve en Serbia y me dieron recomendaciones de restaurantes y espero poder visitar la mayoría de ellos y, de camino, ver qué nos ofrece la ciudad. Pero lo primero que hacemos es pasear por la Baščaršija e ir a la oficina de turismo, a ver qué nos cuentan. El chaval empieza hablándonos en inglés, pero al escucharnos hablar en español entre nosotros, cambia rápidamente de idioma. Resulta que tiene un amigo en Barcelona y visita mucho España, dice. De eso lo habla. Una vez más, la cosa con el idioma aquí es sorprendente. La facilidad que tienen para aprender, para absorber cualquier lengua. Al menos aparentemente. De la visita a la oficina de turismo sacamos, sobre todo, la idea de ir al Kino Bosna. Nos cuenta que es un sitio pensado para turistas, en el que cantan música popular de la época yugoslava especialmente, pero que, en realidad, turistas apenas hay, porque se llena de gente que va a recordar y a cantar las canciones de su infancia, o las que escuchaban en casa. Nos parece una buena idea para hacer algo diferente. Nos dice que sólo tienen esas sesiones un día a la semana. Justamente hoy. Ya tenemos plan para la noche. 

Mientras esperamos que se haga de noche, paseamos junto al Miljacka, cruzamos al otro lado del río y paseamos. Es lo único que hemos venido a hacer, en realidad. Unas musulmanas nos paran para que les hagamos unas fotos delante del ayuntamiento, es decir, de la antigua biblioteca. Es el primer momento en el que me paro a pensar en lo distinto que va a ser la relación con las musulmanas, con el islam, en este viaje y en esta ciudad. Son turistas, pero vienen de Bélgica, nos cuentan. Arregladas, elegantes, simpáticas y graciosas. Europeas. Llevan velos coloridos y finos, casi lujosos. A diferencia de ellas, ya hemos visto a decenas de mujeres tapadas de arriba abajo, sin nada más a la vista que sus ojos. Es un contraste extraño en esta ciudad que se sabe europea, que se siente completamente multicultural. Asistimos a dos versiones del islam en unos pocos metros y eso nos va a dar que pensar en este tiempo en Sarajevo. 

Junto al río se encuentra la primera mezquita de Sarajevo, la Careva džamija, es decir, la mezquita del emperador. Es una de las primeras mezquitas de Bosnia-Herzegovina, construida al poco de fundarse la ciudad, hacia finales del siglo XV. Es una mezquita de un tamaño considerable y que permite observar el estilo clásico otomano. Es extrañamente sobria, al menos para los ojos españoles, acostumbrados a edificios musulmanes cargados de arabescos y florituras. Al acceder al patio donde se encuentra la fuente, de repente, estamos como en silencio, como fuera de la civilización, y ahí, sentados en corro, unos cuantos niños y niñas estudian el Corán. Estamos, entiendo, ante lo que será una especie de catequesis en un espacio privado y al mismo tiempo abierto al público. Estamos como en mitad de su lección, observando sin observar. Ellos están ahí y nosotros simplemente paseamos por su espacio de recogimiento. Es una situación que me resulta curiosa. Me parece también mucho más bonito hacerlo así que encerrados en alguna clase de cualquier casa parroquial con fotocopias con dibujos extraños. Se ve, se siente, que hay un sentimiento como de comunidad. Y de fondo se escucha el agua de la fuente, como limpiando el ruido del tráfico, del griterío, del mundo. 

Antes de salir a buscar el restaurante Avlija (algo así como patio o jardín) compramos unas frambuesas deliciosas y rojísimas a una vendedora callejera para paliar el hambre que empieza a gestarse y el calor. El agua no nos va a sobrar en este viaje. El restaurante ha sido una recomendación de una sarajevita que vive en Francia. Vamos a seguir todos sus consejos en este viaje, está claro, porque es un total acierto. El sitio es agradable, simular ser como un jardín de una casa de campo, con sus macetas, sus carteles... Es un sitio bastante curioso que no está en el centro y que nos permite pasear a otros barrios y disfrutar de la ciudad más allá de la versión fotografiable. Para llegar, subimos y bajamos cuestas, sufrimos en cierto sentido cómo es eso de que Sarajevo esté sobre las colinas a ambos lados del río. Uno de los edificios que podemos ver parece que pudo ser en algún momento una antigua escuela judía, por los símbolos que lo decoran: la estrella de David, la menorá. Ahora vemos que está completamente abandonado, como tantísimos otros edificios en esta ciudad... Pero dan buena imagen de cómo pudo haber sido este espacio en otros momentos. Imagino que este edificio en cuestión tuvo más uso a principios del siglo XX, tal vez a finales del XIX. La comida, en fin, merece la pena. Pedimos una ensalada por el calor, pero el resto es más bien comida que merecería la pena probar en invierno: carne con salsas de quesos y un pan delicioso. Yo ya sabía que la comida en la región estaba exquisita, pero no deja de ser agradable volver a disfrutarlo.

Por la tarde yo me quedo en el hostal para terminar unas correcciones de un artículo y dejo que L. y L. vayan a visitar mezquitas, iglesias y sinagogas que yo ya conozco. Nos encontramos para tomar un café bosnio y, de ahí, subir a la Fortaleza Amarilla para ver la puesta de sol, como unos turistas más. Merece la pena, pero, a final, es eso, ser un turista y ya. De bajada, cansados, sudorosos de todo el día, pasamos por una pekarna a por algo de cena que podamos ir comiendo de camino al Kino Bosna. Al caer la noche se ha nublado también el cielo y empezamos a ver relámpagos, pero nuestro propósito es llegar hasta el lugar indicado que, en realidad, creo que se va a convertir en una de las experiencias más interesantes de Sarajevo. 

En internet dicen que el sitio es algo así como alegal, nos costó encontrar la entrada y llegamos cuando ya se había puesto a llover. Junto al edificio, sin ver la puerta y empapados, temíamos que ese día estuviera cerrado por algún motivo desconocido para nosotros. Pero no, cuando ya estábamos un poco desesperados y empapados, dimos con la puerta, que estaba, una vez más subiendo una pequeña cuesta. El sitio, como su propio nombre indica, es un antiguo cine, reconvertido en bar. Todo el patio de butacas está ahora ocupado por sillas y mesas de distintos tipos y formatos. El techo, desconchado, estaba ocupado por grandes lámparas de las que solamente la fila central estaba encendida, a lo ancho, iluminando con una luz tenue todo el espacio. Todas las mesas, absolutamente todas, se llenaron a lo largo de la noche. No cabía ni un alfiler. Pillamos una de las últimas mesas libres y nos dedicamos a ver cómo la gente cantaba a pleno pulmón canciones que desconocíamos, pero cuya alegría y pasión sentíamos como si las entendiéramos. El ambiente estaba supercargado por el humo del tabaco que salía de un número nada despreciable de los presentes. Es extraño volver a un sitio en el que se fume dentro, pero eso le daba, al mismo tiempo, una sensación como de viaje al pasado, como de estar en otro tiempo y en otra época. Estábamos como en una película. El aire acondicionado era inexistente y las cervezas se calentaban más o menos rápido, pero daba igual. Junto a nuestra mesa, dos chicas jóvenes, rubias, arregladísimas (como todo el mundo excepto nosotros, por otra parte) se saben todas las canciones. Me sorprende porque son probablemente más jóvenes que nosotros y las canciones suenan antiguas. Seguro que lo son. Pero eso también es una muestra de lo popular que es esta música, de lo arraigada que está en la cultura bosnia. Estamos ante una experiencia de ésas que parece que van a dejar de existir en no mucho tiempo. Esto es estar realmente en Sarajevo. Estamos ante algo que no podríamos estar viviendo en ningún otro sitio del mundo.

Pienso que hemos vivido todo esto en una ciudad con una importantísima presencia musulmana, con numerosos turistas de países como Arabia Saudí, de donde vienen miles de mujeres que no muestran ni siquiera su rostro. Y aquí, en este espacio, las mujeres cantan, bailan, beben, se muestran sensuales. Es como si fueran dos países distintos. Dos mundos distintos. Me pregunto si estos mundos dialogan entre sí. Y, si lo hacen, qué se dicen. 

Llegada la hora, apareció la policía en la puerta y nos fueron desalojando. Es hora de irse a casa. Entre el humo, las cervezas y lo largo que ha sido el día, está bien que nos manden a casa. Todo el mundo parece que seguirá de fiesta, pero nosotros no sabemos dónde y mañana será un día muy largo. Así que vamos de vuelta al hostal con olor a tabaco en la ropa y a tierra mojada en el ambiente. 

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