martes, 12 de febrero de 2013

Las fronteras de mi lengua

A veces, me pasa a veces, sí, siento las fronteras de la lengua. No las siento porque no pueda ir o venir de aquí o de allí, no porque no pueda comprar el pan en Alemania, o no pueda ir a Francia a comprar un libro, o a Holanda, o no porque no pueda, que no puedo, entender una radio en finés, o la tele en polaco, en húngaro o en checo. No. Nada de eso. A veces, no muchas, porque no estoy todo el día dándole vueltas, para qué engañarnos. Pero me pasa cuando pienso en un pasado no demasiado remoto, cuando quiero escribir algo para que llegue a otras partes del mundo, cuando lo que escribo creo que merece la pena -eso también pasa sólo a veces- y siento que estaría genial que alguien, amigos, en Polonia, en Hungría, en la República Checa, en Irlanda, en Ucrania, en Finlandia pudieran leerlo. A veces, cuando pienso que quiero escribir por ellos, por lo que ellos han traído a mi vida, por los recuerdos que tan felizmente se guardan en la memoria. Esas veces, en esos momentos, me arrepiento de no ser capaz de escribir cuatro frases seguidas en alemán, en un alemán mío parecido a mi español. Esas veces quiero una lengua universal en las palabras y no sólo en la mirada.