jueves, 14 de marzo de 2013

La carrera y la bolsa

Yo estaba sentado en un banco cuando lo vi aparecer corriendo y esquivando a la gente, no sé qué narices haría aquél loco.

Bajó a toda prisa del autobús y miró el reloj del móvil, que avanzaba más rápido de lo que él querría. Sujetó bien fuerte la bolsa que llevaba entre las manos y echó a correr en dirección a la estación, atropellando a la gente a su paso, que lo miraban hechos una furia, gritándole de todo. Tropezó en el primer escalón de la entrada y tuvo que apoyarse en una columna para mantenerse en pie. Cuando alcanzó el centro de la estación y encontró los carteles de información, buscó rápidamente el tren: salía en cuatro minutos desde el andén número cinco. Volvió a la carrera y bajó, rápidamente y saltando, los escalones del pasaje subterráneo que da acceso a los andenes; al saltar del último escalón dio de golpe contra una de las maletas de una vieja que lo miró con desprecio y le habló, seguramente le insultó, en una lengua ininteligible.Continuó su carrera hacia el andén y, cuando por fin lo encontró, subió las escaleras y primero avanzó hacia la izquierda, buscando a alguien en su interior, llegó casi hasta el final y decidió que allí no estaba, no sabía por qué, tenía que estar en la otra dirección. Avanzó pegado al tren y mirando en su interior cuando faltaban sólo dos minutos para que se cerraran las puertas y partiera. Por fin la distinguió en el interior de un vagón y la saludó, con ambos brazos en alto, jadeando, ella sonrió y se acercó a la puerta del vagón, él le entregó una bolsa y ella, aún con la sonrisa en la cara, lo abrazó y lo besó en los labios poco antes de que sonara el aviso de que las puertas iban a cerrarse y ella desapareciera dentro del tren, con la bolsa en la mano, mirando hacia fuera y sonriendo, como si le hubieran hecho el mayor regalo de su vida, como si partir no fuera el final sino el principio.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Caminos de Europa

Europa no es Europa. Europa es más que un viaje, o que muchos. Es más que un hotel con muchas camas, y mucho más que una cama en muchos hoteles. Europa son los trenes que la recorren desde Brujas hasta Olomouc, y también aquéllos que van desde Olomouc a Moscú y aún desconocemos. Los que recorren el espacio conocido y el desconocido, los que nos llevan a la verdad, las esperas sinceras en las estaciones al aire libre.

Europa no existe, tampoco las concepciones de ella, si no se la camina.

Las caras en los vagones de hace sesenta años, las de ahora, las que sonríen a pesar de todo, las que por detrás, como una máscara de comedia griega, lloran, sin entender, sin saber por qué. Porque toda acción tiene dos resultados. Las caras de los miles de viajeros que hayan subido al mismo tren, a lo largo de muchos años, todas sus caras, mirándote reír, o llorar, pero observándote desde el silencio y el vacío. El calor de la calefacción, la aceptación. La risa sincera.

Europa se puede dividir aún en muchas mitades: este  y oeste; contigo y sin ti; conocida y desconocida; rica y pobre; con euro y sin euro; con besos y sin besos. Pero aparte de todo eso queda Bratislava, indivisible, y sus calles y sus cuestas y su castillo, sus recovecos y sus piedras. Aparte están el chocolate y las literas, los intentos fallidos de un rato mejor, más íntimo, los abrazos necesarios, las estaciones con prisa.

A Europa no se vuelve, en ella se retoma el camino.