Yo estaba sentado en un banco cuando lo vi aparecer corriendo y esquivando a la gente, no sé qué narices haría aquél loco.
Bajó a toda prisa del autobús y miró el reloj del móvil, que avanzaba más rápido de lo que él querría. Sujetó bien fuerte la bolsa que llevaba entre las manos y echó a correr en dirección a la estación, atropellando a la gente a su paso, que lo miraban hechos una furia, gritándole de todo. Tropezó en el primer escalón de la entrada y tuvo que apoyarse en una columna para mantenerse en pie. Cuando alcanzó el centro de la estación y encontró los carteles de información, buscó rápidamente el tren: salía en cuatro minutos desde el andén número cinco. Volvió a la carrera y bajó, rápidamente y saltando, los escalones del pasaje subterráneo que da acceso a los andenes; al saltar del último escalón dio de golpe contra una de las maletas de una vieja que lo miró con desprecio y le habló, seguramente le insultó, en una lengua ininteligible.Continuó su carrera hacia el andén y, cuando por fin lo encontró, subió las escaleras y primero avanzó hacia la izquierda, buscando a alguien en su interior, llegó casi hasta el final y decidió que allí no estaba, no sabía por qué, tenía que estar en la otra dirección. Avanzó pegado al tren y mirando en su interior cuando faltaban sólo dos minutos para que se cerraran las puertas y partiera. Por fin la distinguió en el interior de un vagón y la saludó, con ambos brazos en alto, jadeando, ella sonrió y se acercó a la puerta del vagón, él le entregó una bolsa y ella, aún con la sonrisa en la cara, lo abrazó y lo besó en los labios poco antes de que sonara el aviso de que las puertas iban a cerrarse y ella desapareciera dentro del tren, con la bolsa en la mano, mirando hacia fuera y sonriendo, como si le hubieran hecho el mayor regalo de su vida, como si partir no fuera el final sino el principio.
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