Aterrizamos en Dubrovnik por la tarde, cerca de que empiece a anochecer. El aeropuerto es otro completamente distinto desde la última vez que estuve aquí. No es que lo hayan trasladado o reformado o lo que sea que pudieran haber hecho físicamente con él, no. La cuestión es que ahora hay gente, parece un aeropuerto de una ciudad turística de la costa en verano. Parece lo que es, quiero decir.
Mi primera impresión es extraña, me lleva a tiempos en los que el covid lo donimaba todo y este aeropuerto estaba vacío, apenas unas pocas personas esperábamos al vuelo Dubrovnik-Zagreb y nada más. Todo estaba cerrado, únicamente un mostrador o dos para ese solitario vuelo y ya. Juraría, aunque no lo recuerdo, que tuve que venir en taxi, pero me extraña haber pagado lo que costaría un taxi en ese momento. No lo sé, sólo recuerdo el vacío, las cientos de sillas esperando ser útiles para los cuerpos cansados de las hordas de turistas de una temporada normal. Recuerdo el silencio. El insoportable silencio de un tiempo que parecía apocalíptico.
Y también recuerdo que el taxista que me llevó del aeropuerto de Zagreb a casa, en la Ulića Huga Badalića, me anduvo contando que había sido jugador profesional de balonmano y que había visitado España varias veces cuando jugaba con equipos alemanes. Aunque, ahora que lo pienso, tal vez fuera jugador de baloncesto, ¿qué importa eso ya, si pensé escribir sobre esa historia y nunca lo hice, como tantas otras veces?
Ahora esta ciudad se ha transformado en lo que yo sabía que era y decenas de turistas esperan un autobús carísimo que los lleve al centro. Diez euros por persona para que muchos tengan que hacer el viaje de pie. Un trayecto que se alarga casi tres veces más de lo normal por el tráfico incesante en una ciudad que, teóricamente, no debería acoger a tanta gente. Pero así funcionan este mundo, el capitalismo y las redes sociales. Dubrovnik es preciosa, pero se puso de moda, sobre todo, a partir de Juego de Tronos. Ahora todo el mundo quiere hacerse fotos en los escenarios de la serie, pero imagino que pocos querrían convivir con los dragones, ni tampoco pagar lo que cuesta un piso en esta ciudad, en la que la mayoría de la población ha terminado expulsada del interior de las murallas para poder acoger a los que vienen a dormir temporalmente aquí. La experiencia ni siquiera es inmersiva: las mismas tiendas, los mismos bares, las misas cadenas de panadería que en casi cualquier parte. Los free tours se dispersan por toda la ciudad en muchos y diversos idiomas. Es un escenario, literalmente. Precioso, sí, pero apenas nada parece real. Nosotros mismos hacemos un free tour, porque qué hacer, si no, en esta ciudad. Ya que estamos aquí, pues hacemos el turista.
Nuestro viaje tenía que comenzar aquí, pero vamos a pasar menos de 24 horas en la ciudad y en Croacia: no está en nuestro itinerario por preferencia, sino porque la logística para llegar a Bosnia es la que es: Madrid-Dubovnik era el vuelo más barato, y la economía era una de nuestras preocupaciones para las dos semanas que vamos a pasar en los Balcanes.
Antes del free tour, que hacemos por la mañana, después de llegar, hemos aprovechado para dar un paseo nocturno por la ciudad. Primero vamos al piso que hemos alquilado. Está en el patio de la casa de una familia. Han creado, dentro de su propio espacio, en el que viven todo el año, un pequeño apartamento para dos o tres personas, con una pequeña cocina y un baño. La noche va a ser la más cara de todo el tiempo que pasemos en la región y estaremos más lejos que nunca del centro: a 40 minutos andando del interior de las murallas. Dejamos las cosas y vamos al centro en el autobús urbano que nos indica la señora de la casa. Me pregunto si trabajará o si simplemente vivirá de esto. A casi 150€ la noche en una ciudad en la que casi todo el año es temporada alta, probablemente no necesite mucho más para vivir.
Cuando llegamos al centro, es casi imposible encontrar un sitio para sentarse. Todo el mundo está pendiente de la eurocopa. España acaba de clasificarse contra Alemania, nos hemos enterado mientras íbamos en el autobús, y ahora juegan Portugal y Francia. Vemos los penaltis por el rabillo del ojo desde las escaleras en las que no sentamos. Las mesas son algo así como unos taburetes medianamente anchos, los asientos, unos cojines puestos en las escaleras. Podemos darnos con un canto en los dientes por haber encontrado este sitio, ciertamente, porque está todo lleno y la gente se agolpa en todas partes.
Yo no puedo parar de pensar en la otra vez que estuve en esta ciudad, en la que todos los bares estaban cerrados, solamente una hamburguesería quedaba abierta en el interior de las murallas, y yo cené ahí dos noches seguidas. Subí a las murallas y era el único turista. Parecía mentira que eso estuviera así ahí, solamente para mí. Y ahora todo lo contrario, las colas de gente por todas partes, una ciudad con muchísima vida, en la que se cruzan millones de historias, aunque sean temporalmente, porque aquí todo parece efímero, porque nada parece pensado para durar más allá del beneficio: estos cojines, estas mesas que se recogen con rapidez... todo está pensado para dar un servicio rápido y efímero. Luego, en invierno, tal vez, vuelva cierta calma y, como en muchos lugares de costa, cerrará casi todo, aunque los turistas no dejen de venir, porque aquí se vive de eso, de que venga el turista, de los negocios con la gente que llega del mar. En realidad ha sido un poco siempre así en esta ciudad que fue independiente mucho antes de que se pensara en las independencias en muchos otros sitios. Los negocios siempre les han gustado por aquí, cuentan. La diplomacia eran su mejor ejército, es decir, las intrigas y las mentiras.
Después del free tour, nos vamos a comer a la estación de autobuses y nos tomamos nuestro primer cevapi, No será el último. Pero el viaje está casi a punto de comenzar, realmente. Esto sólo ha sido la introducción a lo que vendrá, la experiencia Balcánica está por comenzar. Yo me espero casi cualquier cosa, porque algo empiezo a saber de cómo funciona todo por aquí, pero mis compañeras de viaje son novatas del todo. Para que comience la inmersión, el autobús que nos llevará a Mostar llega a la estación con casi una hora de retraso. De algún modo, ése es el comienzo real de esta pequeña aventura. Ya llegaremos a ello.
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