Las paredes de esta habitación se vacían de nuevo y poco a poco vuelve a verse por todas partes el color azul que las recubre. Esta vez es todo, posiblemente, para siempre.
Hace ya tres años que puse por primera vez los pies en esta ciudad que no dejará de habitarme, pero en la que yo ya no estaré. El otoño que llegará tras el verano que va a empezar no me regresará a Salamanca. Todo acabará de nuevo. Todo.
Quedará la posibilidad de volver, pero desde que la partida será la menos probable: ¿volver para qué?, ¿volver para quién?
Caminante, no hay camino rezan los versos de Machado y, con cada minúsculo paso, uno se da cuenta de que es verdad, de que no hay camino ni vereda, de que pisar fuerte es la única forma de abrir el paso.
Desde ya las cajas se amontonan y la incertidumbre se pasea entre los huecos y el vacío sólo se cubre bajo las sábanas, y sólo a veces.
jueves, 28 de junio de 2012
domingo, 24 de junio de 2012
miércoles, 13 de junio de 2012
Una verdad
"Elija bien. Lo único que nos queda son recuerdos, al menos que sean lindos, ¿no?"
El secreto de sus ojos.
viernes, 8 de junio de 2012
Las noticias: Krahe
Sigo abriendo el periódico sin ganas, da igual el que sea, en todos no hay más que noticias que lo impulsan a uno a cerrar el ordenador, la puerta, las ventas y dormir, huir al mundo de los sueños y despedirse de este en el que todo parece ir cada día peor, en el que las leyes de la lógica no existen, o no se tienen en cuenta (aquello de las leyes están para saltárselas). Hoy, la única noticia que he visto y me ha alegrado un poco, por coherente, por justa, por lógica, es la que anuncia que Krahe ha sido absuelto. Menos mal. Escucharemos sus canciones como remedio contra el mundo.
martes, 5 de junio de 2012
Vacaciones al olvido
Las puertas se abren y se cierran con fuerza, casi con violencia. El tránsito de huéspedes no para ni un minuto: unos entran y otros salen. Dentro hay un vestíbulo enorme, lleno de gente con maletas y niños correteando. Fuera, por la parte de atrás del hotel, hay una especie de jardín, todo de césped, y una piscina.
Los turistas, los bañistas, se agolpan ante una barra de bar que hay fuera, junto a las hamacas. Justo enfrente, a la sombra de unos toldos a rayas blancas y azules, estás tú. Ahora lo sé porque he escuchado ya tu nombre, de uno de esos críos que corren a tu alrededor, pero entonces no lo sabía. No sabía que fueras tú, aunque te veía y buscaba en mi mente alguien a quien ponerle tus ojos. No parecías tú.
Te vi, tu cara me era familiar, pero como la de tantas otras personas que veo por la calle, como aquel camionero que había visto, unos meses antes, entrar borracho a un bar en el que esperaba encontrar a su mujer, la que lo había dejado hacía poco, y que, cuando vi su foto en el periódico, no supe reconocer. Pero, aun así, había algo en ti que me llamaba la atención, algo que reconocí y que no logro averiguar qué es; pero me fijé en ti.
He pasado a tu lado intentado obligar a mi mente a que me dé datos sobre ti, y entonces ha sido cuando lo he escuchado y he sabido que eras tú. Pero tú no me has visto, me has mirado y no me has reconocido. No sabes quién soy ni que me acuerdo de ti. Hace tanto tiempo que, es muy probable, yo ya no exista.
Los turistas, los bañistas, se agolpan ante una barra de bar que hay fuera, junto a las hamacas. Justo enfrente, a la sombra de unos toldos a rayas blancas y azules, estás tú. Ahora lo sé porque he escuchado ya tu nombre, de uno de esos críos que corren a tu alrededor, pero entonces no lo sabía. No sabía que fueras tú, aunque te veía y buscaba en mi mente alguien a quien ponerle tus ojos. No parecías tú.
Te vi, tu cara me era familiar, pero como la de tantas otras personas que veo por la calle, como aquel camionero que había visto, unos meses antes, entrar borracho a un bar en el que esperaba encontrar a su mujer, la que lo había dejado hacía poco, y que, cuando vi su foto en el periódico, no supe reconocer. Pero, aun así, había algo en ti que me llamaba la atención, algo que reconocí y que no logro averiguar qué es; pero me fijé en ti.
He pasado a tu lado intentado obligar a mi mente a que me dé datos sobre ti, y entonces ha sido cuando lo he escuchado y he sabido que eras tú. Pero tú no me has visto, me has mirado y no me has reconocido. No sabes quién soy ni que me acuerdo de ti. Hace tanto tiempo que, es muy probable, yo ya no exista.
lunes, 4 de junio de 2012
Aquí todo tiene su tiempo
Miraba por la ventana como absorta, llena de dudas, muda pero con la elocuencia en los ojos, en la frente. No movía los labios ni un solo milímetro, sin embargo lo decía todo con su postura, con los ojos abiertos, mirando a la calle sin ver ni un solo palmo de ella. Sentada junto a la ventana, al refugio del agua que caía en primavera para aliviar el calor sofocante.
Pero el calor no amaina: derrite las aceras, los escaparates, el sudor casi se evapora en las camas, el agua no consigue crear charcos, al poco ha desaparecido del suelo, que levanta un humo espeso y asfixiante. Llueve solamente humedad.
Ella sigue pegada a la ventana y ha empezado a morderse las uñas, como nerviosa. Sus ojos todavía tienen la misma actitud, ven caer las gotas de lluvia contra los coches, contra las ventanas, pero yo no tengo claro que sepa lo que pasa, que vea más allá de la lluvia y que sienta más allá del sonido de la ruptura con el presente, con lo que hay, del tiempo indefinido que está por llegar, del que ha llegado y nadie entiende.
Estoy seguro de saber lo que piensa y, sin embargo, puedo estar equivocado, quizá ella ni siquiera sabe que lo piensa: la percepción del pensamiento no es algo de lo que siempre se sea consciente.
La miro y lo sabe. En algún momento se girará inquisitiva, como recrimándome que lo haga, supongo. No dejaré de hacerlo. Se muerde las uñas obsesiva, como negándose algún pensamiento, como queriendo eliminarlo a través de sus dedos, como si pudiera llegar a ellos y arrastralos al vacío.
Llueve y el calor es insoportable. Al interior sólo consigue llegar el sonido del agua al golpear contra el techo y las paredes, contra las sombras y el futuro. Ella parece no inmutarse.
El calor es insoportable; la lluvia no consigue eliminarlo.
El tiempo es subjetivo e inalcanzable: inabarcable, inalterable.
Pero el calor no amaina: derrite las aceras, los escaparates, el sudor casi se evapora en las camas, el agua no consigue crear charcos, al poco ha desaparecido del suelo, que levanta un humo espeso y asfixiante. Llueve solamente humedad.
Ella sigue pegada a la ventana y ha empezado a morderse las uñas, como nerviosa. Sus ojos todavía tienen la misma actitud, ven caer las gotas de lluvia contra los coches, contra las ventanas, pero yo no tengo claro que sepa lo que pasa, que vea más allá de la lluvia y que sienta más allá del sonido de la ruptura con el presente, con lo que hay, del tiempo indefinido que está por llegar, del que ha llegado y nadie entiende.
Estoy seguro de saber lo que piensa y, sin embargo, puedo estar equivocado, quizá ella ni siquiera sabe que lo piensa: la percepción del pensamiento no es algo de lo que siempre se sea consciente.
La miro y lo sabe. En algún momento se girará inquisitiva, como recrimándome que lo haga, supongo. No dejaré de hacerlo. Se muerde las uñas obsesiva, como negándose algún pensamiento, como queriendo eliminarlo a través de sus dedos, como si pudiera llegar a ellos y arrastralos al vacío.
Llueve y el calor es insoportable. Al interior sólo consigue llegar el sonido del agua al golpear contra el techo y las paredes, contra las sombras y el futuro. Ella parece no inmutarse.
El calor es insoportable; la lluvia no consigue eliminarlo.
El tiempo es subjetivo e inalcanzable: inabarcable, inalterable.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)