jueves, 4 de noviembre de 2021

Bulgaria I: Dos meses después

Están a punto de cumplirse dos meses desde que llegué a Bulgaria y aún no termino de acostumbrarme. Dicen que los comienzos son duros, pero diría que para mí está siendo más duro afrontar finales. Cuando me vine aquí ya sabía que no era el mejor momento, que tal vez no era lo que necesitaba, pero no podía dejar pasar la oportunidad. Ahora que van pasando los días y va acercándose el invierno veo claramente que no es el mejor momento para estar aquí. Personal y profesionalmente es difícil hacerse un hueco en un ambiente completamente nuevo sin haber podido cerrar con lo anterior.

Antes de venir hablé con distintas personas sobre mis dudas, mis miedos, mis inseguridades… muchas me dijeron que adelante, que no pensara en las dificultades, que todo iría bien. Es cierto que al final todo va bien, claro. La vida se basa un poco en eso. Hubo quienes me miraron a los ojos y me hicieron cuestionarme si era realmente el momento ideal. Lo cierto es que seguramente no lo fuera ya entonces. Después de años trabajando en la tesis, creía que cambiar de aires me vendría bien para avanzar y cerrarla definitivamente. También hay que añadir que esperaba más calma y menos incertidumbre, así que no puedo decir que se estén presentando las cosas como esperaba. Llevo aquí casi dos meses y hasta ahora no he sido capaz de sentarme a escribir sobre la experiencia, como si estuviera empañada constantemente por todo lo que sucede y por el extraño pero frenético ritmo que tienen ahora mis días: clases, tesis, cursos… todo y más cuando sólo necesitaría un poco de tiempo.

El tiempo también es extraño: es la primera vez que vivo en un huso horario distinto de casi toda la gente que conozco. Aún dependo de los tiempos en España para muchas cosas: llamadas, reuniones, mensajes… es como que de alguna manera es imprescindible vivir en dos horarios a la vez. Durante las últimas semanas he recibido varias llamadas cuando estaba a punto de meterme en la cama. Llamadas importantes con temas un tanto peliagudos que tenía que contestar y que luego probablemente me quitarían algo de sueño. Como si viviera entre dos vidas y no pudiera establecerme en ninguna, porque para hacerlo necesito cerrar primero una y, para cerrarla necesito dedicarle más tiempo y más energías, magnitudes consumidas por la otra. Ya no me extrañan los nombres de las calles ni de las paradas del metro, la publicidad ni escuchar a la gente en un idioma desconocido del que apenas puedo descifrar unas pocas palabras: los números, gracias, buenos días, disculpe, la cuenta, por favor. Pero de repente se me hace mucho más evidente la dificultad de vivir en dos espacios diferentes: en Sevilla y en Sofía. A veces el problema es tener de más y no poder quedarse con lo necesario.

Es como si de verdad estuviera desubicado, como si no lograra sentir que estoy aquí, porque tal vez no lo esté más que físicamente. A veces, de hecho, me pregunto qué hago entre las calles de esta ciudad, como si estar aquí, más que ilusión, me trajera desavenencias conmigo mismo y muchas preguntas. Las dudas, he aprendido con la tesis, son las que nos acaban haciendo avanzar. Con certezas, al final, estaremos siempre en el mismo punto. El problema de las dudas es que hay que responderlas, no desaparecen solas. Y las respuestas conllevan siempre riesgos y renuncias. Aunque se acierte.

Entre las dudas de siempre está cuándo empezar qué proyectos. Hace tiempo que voy retrasando algunos personales porque no los puedo llevar a cabo lejos de casa o porque estoy ocupado con otras cosas o simplemente porque me falta energía. Esperaba encontrar en Bulgaria el tiempo y las oportunidades necesarias para retomarlos de alguna manera. Pero de momento no está siendo así. ¿Cuánto más tiempo pueden esperar las ideas? ¿Cuánto pueden posponerse los proyectos? Tal vez sea necesario sincronizar relojes e ideas, y sincronizar también vidas, y tal vez la primera sea la mía propia y haya de hacerlo desde el origen, desde lo primigenio, con la intensidad que despierta la parte por descubrir de lo conocido. El viaje a la semilla que sólo puede realizar uno mismo. Tal vez esta idea sea sólo pasajera. Tal vez el pasajero aquí sea yo.

Llegué a Bulgaria buscando un camino nuevo, pero quizás el camino necesario lo haya dejado entre las carreteras rectísimas y llanas, rodeadas de pastos, encinas y olivos del lugar del que partí.