domingo, 1 de marzo de 2015

No hay mal tiempo... para beber.

En cada lugar hay unas tradiciones, faltaría más, y en Bremen y la zona occidental de Baja Sajonia hay una bastante típica por estas fechas. Es el tiempo de la col rizada, Grünkohl (col verde) en alemán, y con él, el tiempo de los Kohlfahrten, algo así como los viajes de la col. Es un tiempo frío, húmedo y ventoso, por eso lo primero que me dijeron al llegar fue una típica frase noralemana: "Es gibt kein schlechtes Wetter, es gibt nur unangemessene Kleidung" ("No hay tiempo malo, hay sólo ropa inadecuada"). Pues con estas condiciones atmosféricas, la gente se reúne para pasear con un Bollerwagen cargado hasta arriba de bebidas de mayor y de menor graduación y comida. Los participantes en esta peculiar ruta, realizan una serie de juegos y pruebas que tienen como premio ver cómo los jugadores del equipo rival han de beber un chupito con cada punto perdido. En realidad, se gane o se pierda, el chupito lo toman todos, pero en fin. Después del viaje, cena a base de col y salchichas, todo marinado con cerveza y a dormir la mona. 

Cuando arriba he dicho "la gente" me refería, en realidad, a grupos de amigos, trabajadores de una empresa, etc., o, como en mi caso, los profesores del mismo instituto; los que quieren participar, claro está. Yo, que no lo había hecho nunca, no me lo podía perder. Además, para una oportunidad que se tiene a lo largo del año de hacer algo con unos cuantos compañeros...

La peculiaridad de la zona bajosajona, incluyendo a Bremen, es que hay un juego más o menos estipulado, el Busseln(?). La palabrita no he sido capaz de encontrarla por ninguna parte más que con la acepción sureña de "besar", pero partiendo de la base de que son el bajoalemán o el frisio las lenguas que deben de haber dado origen a tal palabra, puesto que son sus pueblos los que juegan, seguiré pensando que se escribe así. 

El juego consiste en lo siguiente: Por equipos -en nuestro caso de grupos de dos equipos-, los participantes se enfrentan entre sí: equipo azul contra naranja, verde contra rojo. Cada uno de los jugadores tiene asignado un número, que es el correspondiente a la posición en la que le toca jugar. Los números uno de cada equipo empiezan lanzando una bola lo más lejos posible, y se trata de que el jugador que tiene el mismo número en el equipo contrario consiga superar el lanzamiento del contrincante. Si esto es así, es el turno de los portadores del número dos, luego el de los tres y así hasta dar la vuelta y volver a empezar por los primeros. Cuando el jugador cuatro, pongamos por caso, no consigue superar el lanzamiento del cuatro contrario, es el turno del número cinco de su mismo equipo, y, si éste tampoco logra superarlo, entonces el equipo rival consigue un punto y se empiezan con los chupitos de licores de todo tipo. 

Cada equipo tiene sus vasos, que llevan colgados los miembros del cuello, con los colores identificativos del grupo al que pertenecen, claro. Muy alemán todo. 

A medida que se van bebiendo chupitos y la cerveza, que es sólo para refrescar, corre por las gargantas de los jugadores, el ritmo se va ralentizando y las pelotas van peor encaminadas. Claro.

Para hacerlo todo más entretenido, esto se juega en el campo, en terrenos más o menos asfaltados, con riachuelos a los lados, eso sí, nieve en algunos casos y cultivos, claro, porque toda Baja Sajonia es un mar inmenso de cultivos, y lodo que quedó como prueba en los pantalones. Nosotros tuvimos incluso un perro que nos dificultó bastante el trabajo en un par de tramos, pero fue divertido. Para cuando la bola se pierde o cae al agua, hay una especie de gancho, un palo de madera con una pieza de metal en uno de los lados que tiene forma redonda y la circunferencia exacta para que la bola se sostenga bastante bien. 

Mi equipo ganó, pero no quedó muy claro por cuánto, sólo que los otros, los naranjas, consiguieron un solitario punto y que nosotros llegamos, al menos, al séptimo. Pero lo importante no era eso. Se nos hacía tarde y tuvimos que dejar el juego y correr al Gasthaus donde nos esperaba la suculenta cena. 

Después, vuelta a Delmenhorst, de allí a Bremen, donde los más vivaces nos quedamos a por las últimas pintas en un bar irlandés bastante majo. Allí, de camarera, una conocida que puede dar fe, seguramente, de que habíamos pasado una buena tarde de cervezas.

Lo curioso de todo esto es que, hasta este día, después de algunos chupitos, no me preguntó la jefa de estudios de la secundaria I aquello de "Wollen wir uns dutzen?" ("¿Nos tuteamos?"). O que, justo hasta ese día no me hubieran invitado a jugar al fútbol los jueves los mismos compañeros que pasean por mi lado en los pasillos. En fin, cosas de Alemania, supongo, que necesitan organizar eventos de este tipo para conocerse incluso entre ellos, preguntarse la edad, los críos y la procedencia.