lunes, 4 de junio de 2012

Aquí todo tiene su tiempo

Miraba por la ventana como absorta, llena de dudas, muda pero con la elocuencia en los ojos, en la frente. No movía los labios ni un solo milímetro, sin embargo lo decía todo con su postura, con los ojos abiertos, mirando a la calle sin ver ni un solo palmo de ella. Sentada junto a la ventana, al refugio del agua que caía en primavera para aliviar el calor sofocante.

Pero el calor no amaina: derrite las aceras, los escaparates, el sudor casi se evapora en las camas, el agua no consigue crear charcos, al poco ha desaparecido del suelo, que levanta un humo espeso y asfixiante. Llueve solamente humedad.

Ella sigue pegada a la ventana y ha empezado a morderse las uñas, como nerviosa. Sus ojos todavía tienen la misma actitud, ven caer las gotas de lluvia contra los coches, contra las ventanas, pero yo no tengo claro que sepa lo que pasa, que vea más allá de la lluvia y que sienta más allá del sonido de la ruptura con el presente, con lo que hay, del tiempo indefinido que está por llegar, del que ha llegado y nadie entiende.

Estoy seguro de saber lo que piensa y, sin embargo, puedo estar equivocado, quizá ella ni siquiera sabe que lo piensa: la percepción del pensamiento no es algo de lo que siempre se sea consciente.

La miro y lo sabe. En algún momento se girará inquisitiva, como recrimándome que lo haga, supongo. No dejaré de hacerlo. Se muerde las uñas obsesiva, como negándose algún pensamiento, como queriendo eliminarlo a través de sus dedos, como si pudiera llegar a ellos y arrastralos al vacío.

Llueve y el calor es insoportable. Al interior sólo consigue llegar el sonido del agua al golpear contra el techo y las paredes, contra las sombras y el futuro. Ella parece no inmutarse.

El calor es insoportable; la lluvia no consigue eliminarlo.

El tiempo es subjetivo e inalcanzable: inabarcable, inalterable.

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