En la estación de autobuses de Dubrovnik la gente empieza a impacientarse. Nadie sabe nada del autobús que cruzará la frontera y nos llevará a Mostar. Somos unos cuantos los turistas que esperamos noticias, que miramos uno por uno los autobuses que van llegando, para ver si alguno es el nuestro. Pasa el tiempo y nada, seguimos esperando y sentimos que estaremos más tiempo esperando en Dubrovnik de lo que dura el trayecto. Pero tampoco será así.
Cuando un autobús blanco para en la dársena en la que esperamos, la gente se alza, muchos estábamos tirados por el suelo, cansados del tiempo y el calor y la sed y el desconocimiento. No hay ni un asiento libre cuando todos los viajeros ocupamos nuestros puestos, preparados para las próximas horas de viaje. Es evidente que no vamos a llegar a las siete y cuarto, porque para eso tendríamos que haber salido hace una hora y no tener retraso en la frontera, pero lo importante es que ya estamos en marcha. El trayecto nos lleva hacia el norte, con el Adriático a nuestra izquierda y el sol pegando en la ventana, yo me rindo al paisaje, a la imagen de los bañistas en las playas dálmatas, al agua y al sol, y poco a poco voy cayendo en un sueño que me llevará directamente a la frontera, no demasiado lejos de donde estamos. Allí comenzará realmente esta pequeña aventura. Volveremos fugazmente a ese mundo en el que no existía internet, en el que se llegaba a los sitios preguntando y a través de recomendaciones humanas y de las que hace google según tu geolocalización. Llevamos ideas anotadas, pero, de alguna manera, la experiencia central del viaje será lo que vayamos encontrando y no lo que ya llevemos pensado. Al menos yo estoy seguro de que eso dota a estos días de algo de humanidad, de algo de autenticidad. Lo sabremos según vayan pasando los días.
El viaje avanza lentamente y, para nuestra sorpresa, hacemos una parada en mitad de la nada, en una especie de área de servicio en la que solamente hay una panadería y un restaurante de comida rápida. Acabamos de pasar Stolac y aún nos queda por delante más de media hora de viaje. Con la hora y pico que llevamos de retraso, no entendemos nada de lo que pasa, pero no podemos hacer nada más que bajarnos y aprovechar para comer algo. Aún no tenemos marcos ni, por supuesto, vamos a poder pagar con tarjeta, pero nos dejan pagar en euros una botella de agua y un burek de queso, que empiezo a temer que sea nuestra única comida hasta mañana. Volvemos al tomar nuestros asientos en el autobús y se nota el cansancio de todos en el ambiente. Hay unos ingleses que van viendo el partido, esperando que su equipo gane y pasen a la final de la Eurocopa. Pierden la cobertura cada poco tiempo y se desesperan. Se les ve el sufrimiento en las caras.
Cuando parece que el viaje va llegando por fin a término, el autobús gira sospechosamente para hacer una nueva parada en una gasolinera. Esta vez parece que tiene sentido que estemos aquí a pesar del retraso. Supongo que la gasolina es imprescindible para llegar a Mostar, pero empieza a alargarse más de lo que esperamos. Yo pienso en la cantidad de litros que tienen que entrar en ese tanque y me parece absurdo tener que repostar a poco menos de media hora del destino final: ¿quién ha calculado esta ruta? Pero, en estas divagaciones absurdas, de repente, el autobús da la vuelta a la gasolinera y vuelve a parar. Aparece una ambulancia y ahí estamos, viendo cómo uno de los viajeros es atendido por los servicios médicos bosnios. Nadie sabe lo que le pasa. Una joven que habla inglés y alemán se va comunicando con todo el mundo. Nos dice que un irlandés se ha desmayado y que los conductores son los que han llamado a la ambulancia. Pero nadie sabe nada más. Creemos que el chico va con los ingleses que están viendo el partido y les preguntamos, pero, o bien no se conocen de nada y sólo comparten idioma o les da bastante igual el irlandés, porque ellos están a lo que están, que es el partido de cuartos de final de Inglaterra frente a Suiza. Nada más importante, supongo.
Desde la gasolinera vemos cómo termina de ponerse el sol. No se ve nada, no hay nada, parece un desierto y esta gasolinera la única en muchos kilómetros a la redonda, como en esas películas en las que los protagonistas siempre se quedan sin combustible y tienen que caminar hasta el lugar más cercano. Pero en esta ocasión el desierto está lleno de vegetación y montañas. Detrás de esas colinas, en algún lugar, estará Mostar, un destino al que cada poco que pasa deseamos llegar con más ganas y el que parece no ser posible acercarse.
El tipo que va junto a L. le cuenta, ya de vuelta en el trayecto, que Mostar es un sitio carísimo, pensado para los turistas. Él, nos dice, es de ahí, pero trabaja en Dubrovnik, así que va y viene todos los fines de semana, y desde hace no mucho usa este autobús porque lo han pillado a muchos más kilómetros por hora de la cuenta mientras iba en moto y le han retirado el carné. Que no se nos ocurra pillar ningún taxi para ir a ningún sitio en Mostar, nos dice, porque van a engañarnos. No duda ni un poco al afirmar esto, así que, cuando llegamos, seguimos su consejo y caminamos el par de kilómetros que separan la estación de autobuses y el apartamento en el que pasaremos la noche. Son casi las diez de la noche cuando llegamos y empezamos a caminar. Al acercarnos, por fin, al apartamento, una señora nos habla, la saludamos, entendemos que es la madre de la dueña del apartamento. Nos da indicaciones a través del teléfono, ayudada del traductor de google. Suficiente para lo que necesitamos saber. Nos muestra el apartamento y, a pesar del cansando que nos acompaña y que es más grande que nosotros, nos encaminamos al puente viejo y al centro, a buscar al que cenar. Llegamos a Irma-Tirma, un restaurante con una señora majísima que nos dice que nos atiende, pero que tenemos que pagarle antes de las once si lo vamos a hacer con tarjeta, ésa es su única condición. Aceptamos, nos sentamos y nos tomamos unos platos de ensaladas y distintos tipos de carne picada que, junto a la cerveza, nos parecen los mayores manjares posibles.
Estamos en Bosnia y mañana será otro largo día, pero de momento podemos brindar tranquilos. Hemos llegado a Mostar y no importa nada más.
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