Creo encontrarte al final de cada vaso de whisky que tomo en solitario a deshoras en el pequeño espacio en el que vivo. En las horas que pierdo creo también encontrarte. No necesito buscarte para saber que andas en alguna parte, en cualquier gesto, sin ni siquiera salir de casa, en alguna esquina de la habitación, persiguiéndome. Luego, en la calle, en la gente, en una sonrisa o en una mirada, en un paso o un tropiezo, en el tranvía o en los parques. En cualquier parte puedes aparecer de repente. Sin que te busque, sin que pretenda que estés, más bien todo lo contrario, Pero no se puede pretender lo contrario de algo sin ser consciente de lo que se niega. Como no se puede negar a Dios sin ser consciente de que en algún universo posible, en alguna mente inconsciente, existe la posibilidad de que haya un dios, cualquiera, o al menos sin su concepto.
Si me cuesta escribir y me propongo hacerlo, apareces, como de la nada, sin que te llame, y una vez que estás ahí, entonces, ya no puedo dejar de prestarte atención y se me acaban las palabras, como si la historia ya no tuviera sentido, como si el principio fuera el final, como si la tierra se acabara y no se pudiera cruzar al otro lado, sortear el mar de alguna manera. De repente, te apareces y es el silencio lo que traes, y a mí también me saben a podridas las palabras en la boca, se me resbalan como tierra entre los dedos, sin la opción de atraparlas con una mínima fuerza. A veces tienen la textura de la tierra húmeda y consigo retenerlas un poco, pero si las trabajo, poco a poco se me desmoronan de nuevo y las pierdo y vuelvo al vaso de whisky y allí te veo, sonriéndome con ironía al final de la última gota. Y allí me veo, pensando en esa carta y diciéndome a mí mismo que no haré lo que Lord Chandos.
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