Suelo dejar estos temas de lado en el blog, y en realidad no sé por qué, pero hoy estoy tan cansado, tan asqueado, tan hasta las narices de que se rían de nosotros en nuestra propia cara, que he decidido escribir al respecto.
Llegué ayer de Alemania, un país en el que los trenes no funcionan con la eficacia esperada o deseada en muchas ocasiones, pero es comprensible, no nos vamos a engañar, porque hay una cantidad de tráfico ferroviario increíble, enorme, en unas zonas más que en otras, claro, y a un precio bastante elevado, pero se paga, porque hay ofertas, porque hay descuentos -para grupos, para días enteros en regiones enteras, los estudiantes no pagan el transporte público en las zonas en las que se encuentran sus universidades, etc.-. Eso en España no pasa. Además, ahora hay una competitividad importante por parte de las compañías de autobuses, que se han lanzado a un mercado hasta ahora inexplorado en el país del chucrut. Pero lo que más (me) impresiona/llama la atención de Alemania -en comparación con España- es que se puede ir de ciudades como Bremen hasta otras como Leipzig sin pasar por Berlín, ni por Fankfurt, ni por Colonia, que el centralismo al que está sometido el Estado español desde el punto de vista, en este caso, de los transportes, es una realidad inexistente.
Llego con ganas a Extremadura, como siempre, cada año con unas ganas diferentes, es verdad, y cada año con la esperanza que viene dada por la idealización de una situación que no termina nunca, la de no estar incomunicados y perdidos, dejados del mundo civilizado en el que se suponía que vivíamos.
La primera hostia, de hecho, me la dieron nada más llegar al aeropuerto, en la venta de billetes de Renfe que hay junto a la salida del metro y del cercanías, le pido amablemente a la señora un billete para ir de Zafra a Coruña la semana que viene. No hay, me dice, no me sale. Esto ya me lo temía. Llega el señor que, imagino, está al cargo, gordo, con la camisa medio salida del pantalón, los dos botones de arriba desabrochados, enseñando parte del pecho, las gafas colgando del cuello y la barba desarreglada: claro que no hay, Zafra es un apeadero y tienes que venir a Madrid. ¿Zafra un apeadero? Zafra tiene un apeadero, sí, claro, pero Zafra no es un apeadero. Esto es lo que piensan en Madrid del resto de España, o, al menos, de la España que no tiene trenes de alta velocidad, que todo son apeaderos y que para cualquier cosa tenemos que ir a Madrid. No quise discutir, le dije que ya los compraría en otro momento.
Ya hoy, en la estación de Atocha, entre los trenes de cercanías, alejados de los nuevos trenes de alta velocidad, los regionales que recorren los pueblos a los que casi nadie va, en los que no vive nadie, o eso creerán, supongo, desde las direcciones de RENFE y ADIF, esas dos empresas insostenibles que se sacaron de la manga para poder meter mano y rebañar un poquito. Pero ese es otro tema.
El tren que llega a Zafra ahora no es el tren que va a Zafra, sino que llega hasta Huelva Término. Bueno, supongo que un mal menor, aunque lo supongo sólo si no tengo en cuenta que casi todas las estaciones entre Mérida y Zafra sí que son apeaderos, pues no tienen prácticamente nunca personal atendiéndolas, así que no me extrañaría que en algún momento esa fuera su intención con la estación segedana.
En fin, como iba diciendo, en la estación de Atocha-Cercanías, el tren con destino Huelva está entre los cercanías -como si el viaje de nueve horas hasta Huelva fuera un chistecito- y se retrasa en la salida: un tren que llega vacío a la salida desde la estación y que antes de salir ya lleva cinco minutos de demora. Es el único tren que llega hasta Zafra directo, cuesta la friolera de 40€, no es ni moderno, traquetea sobre las, en muchos tramos, maltrechas vías, y ni siquiera tiene la decencia, Renfe, no el tren, de sacarlo a la hora prometida, las 10:18 de la mañana. Ésa se supone que es la hora de salida, la estimada de llegada, las 15:59. Yo calculo que llegaremos como media hora más tarde.
Se me dirá que hay pocos viajeros, que a Cáceres hay más trenes y se pondrán cien mil excusas, pero creo que ya va siendo hora de reconocer que las excusas no sirven, que a Extremadura se la está dejando de lado en el mapa de España, sin conexiones ferroviarias con Portugal, con un tren que tarda casi cuatro horas en llegar a Sevilla desde Mérida… Hablamos de despoblación, de éxodo rural, de que a Extremadura le falta gente para hacerla crecer… y ni siquiera conseguimos traer a gente para que quiera quedarse. Es insoportable vivir fuera y tener que hacer un viaje de 24 horas para llegar a casa. La única otra opción para llegar ayer desde Bremen a Zafra -que no es precisamente uno de los últimos pueblos perdidos de Extremadura, que está bien conectada, o tiene las infraestructuras suficientes para estarlo- sin hacer noche en Madrid era un autobús esta mañana a las 8:00, o mejor ayer por la noche un autobús hasta Mérida y que alguien, en su infinita bondad, se acercara a la una de la mañana en coche para luego llevar al viajero, en este caso yo, hasta Zafra. Una maravilla, vaya.
Es hora de plantarse, es hora decir que estamos hasta las narices, que estamos aquí, mientras estemos, y que no queremos tener que pasar por Madrid para ir a Coruña, que España es mucho más que Madrid, que no somos sucursales de la capital, ni de otras capitales, ni de otras comunidades, que todos tenemos el derecho a ser, a ir y a venir, y que mientras este país siga haciendo las gilipolleces que hace, mientras la obsesión por hacer de Madrid el motor de todo no se pierda, la periferia quedará reducida a la nada, al olvido y al retraso.
Hace poco me decía un par de personas que Extremadura no les llamaba, que no tenían ninguna intención de ir a visitarla, y esto me creaba una mezcla de pena y decepción, y me acordaba de aquello de Trapiello: Viajero, pasa de largo. Pues bien, visto esto, visto que Extremadura está olvidada por el resto de españoles, y que ni los gobernantes ni las empresas, ni siquiera los propios extremeños, que no nos plantamos, tienen interés en que la región esté en los mapas, no será que los viajeros pasen de largo, sino que no habrá viajeros que crucen este seco, duro y extremo, pero maravilloso, diverso y alegre trozo de tierra.
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