El día ha comenzado
temprano en Budapest: sobre las siete y media tenía que estar esperando al
autobús para volver al aeropuerto y embarcar rumbo a Sarajevo. Madrugar no es
algo que se me dé especialmente bien, pero cuando tengo viajes así no es que me
levante temprano, es que duermo bastante poco entre los nervios del viaje y las
opciones que sé que tengo de quedarme dormido, así que algo antes de que a las
seis sonara el despertador yo ya tenía los ojos abiertos en la cama del hostel
donde dormí ayer. En la calle ya lucía un sol espléndido a las siete de la
mañana que me ha recordado que aquí los horarios son otros, que amanece antes y
se hace antes de noche, como en todo el mundo excepto en España, donde llevamos
el retraso acumulado.
Durante el vuelo apenas
me ha dado tiempo de cerrar los ojos mientras escuchaba Three Letters from
Sarajevo, de Goran Bregović y
ya estábamos aterrizando en el pequeño Aeropuerto Internacional de Sarajevo. Un
autobús conecta el aeropuerto con el centro por 5 marcos convertibles (KM),
unos 2,5€, y hace paradas en el Puente Latino y en la Sibilj, la conocida como
plaza de las palomas. Yo me he bajado en el Puente Latino para llegar al piso
en el que me quedaré estos días. Como aquí no sólo no tengo internet, sino que
ni siquiera me funciona la red móvil, estoy bastante desconectado y no sabía
muy bien adónde tenía que llamar, pero una señora de una peluquería, que me
veía bastante perdido, me ha ofrecido su ayuda y he acabado en un negocio en el
que me han ofrecido su red WiFi para poderme conectar a internet, así he conseguido
quedar con el casero. La simpatía hoy se ha notado.
Después de descansar
un poco he ido a pasear por la Baščaršija, el barrio más animado de Sarajevo,
según parece. Tiene todas las características para convertirse en un centro
masificado de turistas, pero sigue teniendo el aspecto de un mercado de
artesanía, centro neurálgico de cualquier ciudad en el que sus habitantes
pasean y se paran a disfrutar el paso del tiempo sin más prisa que la de evitar
que la bebida se enfríe. Muchas de las tiendas que antes serían de artesanía
son ahora lugares de cambio de divisas o simplemente tiendas de souvenirs, pero
el aspecto exterior salva aún el espacio y lo mantiene con esencia. El conjunto
de edificios más importante de la Baščaršija es el de Gazi-Husrev, compuesto
por una madrasa, una mezquita y un museo. En toda la zona encontramos una gran cantidad
de mezquitas, una iglesia ortodoxa (dos si contamos la Catedral de la Natividad
de la Madre de Dios, que está fuera de los límites del barrio), una sinagoga
reconvertida en museo y la católica Catedral del Corazón de Jesús, todo ello en
escasos 500 metros. Las estrechas calles de la Baščaršija dan paso, en la zona
oeste de la avenida de Ferhadija a calles más anchas, de estilo más
centroeuropeo, con edificos mucho más altos, ventanas y puertas más amplias,
más lujosas.
Esa zona más occidental
la he dejado de momento y me he dirijido al río Miljacka, que atraviesa
Sarajevo de este a oeste en dirección al Bosna. No es un río especialmente caudaloso
o cristalino, es casi un riachuelo si lo comparamos con el Danubio, por
ejemplo, pero los habitantes de Sarajevo le tienen un cariño especial, y su
longitud, de apenas 35 kilómetros, lo hace identificarse casi en exclusiva con
la capital bosnia. Junto al río, pegada al puente Šeher-Ćehajina, se encuentra
la Vijećnica, la antigua biblioteca
de Sarajevo, arrasada en agosto de 1992 y reconstruida con fondos europeos.
Actualmente ya no es biblioteca y ha vuelto a la función de administración gubernamental,
en este caso siendo sede del ayuntamiento de Sarajevo. He entrado sin
proponérmelo y aún no sé si vale la pena pagar la entrada de 10KM por visitarla.
Es difícil decir, porque es espectacular, a pesar de ser una reconstrucción, es
un edifico emblemático por muchos motivos y merece ser visitado, pero cinco
euros por una visita tan escasa me parece un tanto abusivo, pero en fin. En su
interior, el techo es asombroso, una cristalera muy colorida que no invita a
pensar en la impasibilidad de un edificio de la administración pública.
Ciertamente, me parece que sería más atractivo para albergar de nuevo una biblioteca,
pero qué no.
Al final de la tarde he
subido el largo camino hasta Bijela Tabija (Fortaleza Blanca). Tal vez no sea
tan largo, pero las empinadas calles sin apenas acera, con curvas y coches
pasando a una velocidad innecesaria más cerca de lo habitual han hecho la subida
un tanto lenta. Al llegar, aún no sé por qué, la fortaleza estaba cerrada, pero
desde arriba se pueden contemplar magníficas vistas de Sarajevo. He llegado más
tarde de la llamada al rezo que, según parece, crea un ambiente mágico en lo
alto de la colina. Por el camino, eso sí, se encuentra un llamativo cementerio
musulmán en el que está ubicada la tumba del primer presidente de
Bosnia-Herzegovina y, muy cerca, una suerte de escenario resguardado con unas
paredes llenas de nombres de lo que presumiblemente fueron ciudadanos de
Sarajevo fallecidos o asesinados durante el asedio de la ciudad, que duró 1425
días. Aquí la guerra sigue en la mente de todos, ya me han hablado incluso de
ella, pero nadie parece preocuparse de nada, la calma reina en esta ciudad, las
religiones vuelven a vivir juntas, los carteles están en un idioma y en dos
grafías. Todo sigue su curso fuera de la violencia.
Sarajevo es como
el sur que yo conozco, pero más silencioso, como si elevar la voz fuera contra
alguna norma tácita, o no tanto. Las calles de esta ciudad podrían estar en
cualquier lugar de España, excepto por el hecho de que allí la convivencia de
las religiones parece que nunca existió, se ha borrado de muchos sitios.
Sarajevo es el sur que yo conozco, pero de algún modo mágico algo más cerca de Centroeuropa.
Sarajevo me resulta sorprendentemente conocida y enigmática.
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