sábado, 11 de mayo de 2019

Un viaje a Sarajevo VI: Un escritor migrante


Hoy ha sido mi último día de este viaje en Sarajevo. Mañana vuelvo a Budapest para volar desde allí a Madrid y luego regresar a Sevilla. Demasiadas escalas para la cercanía que yo noto en estas calles.

Como ayer no conseguí quedar con el profesor V., aplazamos la cita para esta mañana a las doce en la puerta de la Facultad de Filosofía, de nuevo. Realmente él tenía interés en quedar conmigo y yo bastante interés en quedar con él. Si de aquí sale una futura estancia en Sarajevo, ya se verá. El caso es que algo antes de las doce del mediodía estaba yo en la puerta de la Facultad, esperando a V., que ha llegado algo tarde. Es un tipo grande, muy grande, casi más ancho que alto, que fuma como una chimenea. No creo que ningún análisis médico le augure muchos años de futuro. Hemos ido directamente a un centro comercial que hay frente a la Facultad, justo al lado del Hotel Holiday Inn, a una cafetería que hay en la parte contraria a la que estábamos nosotros, con terraza. Nada más entrar me ha dicho que tenía que comprar tabaco, y antes de que nos sirvieran el café ya se había fumado dos cigarrillos.

Después de una pequeña conversación sobre cómo es y cómo se pide el café aquí, y qué ponen y qué no ponen, hemos hablado un poco de todo: del tiempo, de Sarajevo, de la historia, de política; aunque sobre todo hemos hablado de trabajo. Conoce bastante bien el tema que trabajo, ha leído casi todos los libros que yo he leído para preparar la tesis, también algunos que no he leído y otros que yo ni siquiera conocía. La lista de recomendaciones asciende a unos diez libros, un número concreto de una revista, dos autores completos y la tesis de una profesora cuyo contacto me ha proporcionado. Eso sí, las recomendaciones no han venido sólo por parte de V. Cuando estábamos tomando café ha recibido una llamada. Era Ilija Trojanow. Resulta que I. está aquí dando un curso de poética en la Universidad de Sarajevo como profesor invitado. Aunque probablemente no sea un autor muy conocido, es, al menos parcialmente, parte de mi ámbito de estudio. I. es un escritor búlgaro que trabaja en alemán sobre identidad, transculturalidad, etc. Tiene varias novelas publicadas en España (El coleccionista de mundos o El mundo es grande y la salvación acecha por todas partes, publicadas ambas en Tusquets) y me ha estado comentando que el próximo año se publicará un nuevo libro suyo (Macht und Widerstand), en una editorial que empieza por A, creemos que Acantilado.
 
El caso es que, de repente, V. y yo hemos cogido un taxi para ir al centro y tomarnos un café junto a la catedral católica mientras esperábamos a I., y al poco allí estábamos los tres, hablando de nuevo sobre trabajo, autores, la literatura en Alemania o la situación política en Bosnia o en España, de la que I. es bastante conocedor por interés personal, y es que, según me ha dicho, su padre vive cerca de Puerto Banús. I. es un tipo bastante divertido y directo. No sé por qué, lo imaginaba algo más joven, probablemente porque habré visto alguna foto suya de hace algunos años. Sea como sea, no esperaba encontrarme con un escritor de renombre en la literatura en alemán durante estos cuatro días en Sarajevo, y mucho menos tener una conversación más o menos larga con él, de la que me llevo algunas percepciones sobre las migraciones, la política, la situación actual del mercado editorial en alemán y la promesa de una serie de contactos. Durante el rato que hemos estado hablando, cuando ha salido el tema de si la gente es o deja de ser y lo que suponen las perspectivas neoimperialistas en la percepción cultural, I. ha propuesto que alguien debería estudiar las relaciones entre la forma de vida aquí y la forma de vida en el sur de España, lo he mirado y le he dicho que llevo días sintiéndome en casa, por la gente en la calle, la forma en la que te hablan… han salido a colación los sefardíes, huidos de la Península Ibérica por culpa de los Reyes Católicos y que acabaron llegando, muchos de ellos, a esta ciudad. Quién sabe si no habrá alguien por aquí que tenga antepasados vecinos de los míos: ya se sabe que el mundo es un pañuelo y que cuanto más nos movemos, más pequeño se hace.

Durante el rato que hemos conversado sobre la literatura en lengua alemana, la influencia y las exigencias a los escritores migrantes, hemos llegado a la conclusión de que el humor de los escritores migrantes en alemán es mucho mayor y está mucho más claro que en los escritores “bioalemanes”. Su respuesta ha sido que “no es un mérito ganarle en humor a los alemanes, es como ganarle en una carrera a V.” Nos hemos reído los tres de la ocurrencia, V. ni siquiera se ha ofendido, ha asentido con la cabeza y la conversación ha continuado como si nada.

Así que ahí estábamos un escritor búlgaro que escribe en alemán novelas que tratan sobre la identidad, un profesor bosnio que fue durante la guerra en su país un refugiado en Alemania y que está especializado en literatura alemana y un doctorando español que trabaja sobre identidad en literatura en alemán escrita por migrantes juntos en una mesa de la terraza de una cafetería de la plaza de la catedral católica de Sarajevo. Supongo que de algún modo la confluencia de los tres es extraña, pero también supongo que de algún modo no es nada extraordinario. Quizás lo más peculiar de todo sea que hablábamos en alemán y que todo ha sido “organizado” de manera espontánea, como si, realmente, la lengua y sus hablantes no tuvieran nada que ver. Tal vez fuera sólo el espíritu de Sarajevo, esta ciudad cuyas calles me llevo conmigo, aunque ya estuvieran en mí.

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