Hoy ha sido mi último día
de este viaje en Sarajevo. Mañana vuelvo a Budapest para volar desde allí a
Madrid y luego regresar a Sevilla. Demasiadas escalas para la cercanía que yo
noto en estas calles.
Como ayer no conseguí
quedar con el profesor V., aplazamos la cita para esta mañana a las doce en la
puerta de la Facultad de Filosofía, de nuevo. Realmente él tenía interés en
quedar conmigo y yo bastante interés en quedar con él. Si de aquí sale una
futura estancia en Sarajevo, ya se verá. El caso es que algo antes de las doce del
mediodía estaba yo en la puerta de la Facultad, esperando a V., que ha llegado
algo tarde. Es un tipo grande, muy grande, casi más ancho que alto, que fuma
como una chimenea. No creo que ningún análisis médico le augure muchos años de
futuro. Hemos ido directamente a un centro comercial que hay frente a la Facultad,
justo al lado del Hotel Holiday Inn, a una cafetería que hay en la parte
contraria a la que estábamos nosotros, con terraza. Nada más entrar me ha dicho
que tenía que comprar tabaco, y antes de que nos sirvieran el café ya se había
fumado dos cigarrillos.
Después de una pequeña
conversación sobre cómo es y cómo se pide el café aquí, y qué ponen y qué no
ponen, hemos hablado un poco de todo: del tiempo, de Sarajevo, de la historia,
de política; aunque sobre todo hemos hablado de trabajo. Conoce bastante bien
el tema que trabajo, ha leído casi todos los libros que yo he leído para preparar
la tesis, también algunos que no he leído y otros que yo ni siquiera conocía.
La lista de recomendaciones asciende a unos diez libros, un número concreto de
una revista, dos autores completos y la tesis de una profesora cuyo contacto me
ha proporcionado. Eso sí, las recomendaciones no han venido sólo por parte de
V. Cuando estábamos tomando café ha recibido una llamada. Era Ilija Trojanow.
Resulta que I. está aquí dando un curso de poética en la Universidad de Sarajevo
como profesor invitado. Aunque probablemente no sea un autor muy conocido, es,
al menos parcialmente, parte de mi ámbito de estudio. I. es un escritor búlgaro
que trabaja en alemán sobre identidad, transculturalidad, etc. Tiene varias
novelas publicadas en España (El
coleccionista de mundos o El mundo es
grande y la salvación acecha por todas partes, publicadas ambas en Tusquets)
y me ha estado comentando que el próximo año se publicará un nuevo libro suyo (Macht und Widerstand), en una
editorial que empieza por A, creemos que Acantilado.
El caso es que, de repente,
V. y yo hemos cogido un taxi para ir al centro y tomarnos un café junto a la
catedral católica mientras esperábamos a I., y al poco allí estábamos los tres,
hablando de nuevo sobre trabajo, autores, la literatura en Alemania o la
situación política en Bosnia o en España, de la que I. es bastante conocedor por
interés personal, y es que, según me ha dicho, su padre vive cerca de Puerto
Banús. I. es un tipo bastante divertido y directo. No sé por qué, lo imaginaba algo
más joven, probablemente porque habré visto alguna foto suya de hace algunos
años. Sea como sea, no esperaba encontrarme con un escritor de renombre en la
literatura en alemán durante estos cuatro días en Sarajevo, y mucho menos tener
una conversación más o menos larga con él, de la que me llevo algunas
percepciones sobre las migraciones, la política, la situación actual del
mercado editorial en alemán y la promesa de una serie de contactos. Durante el
rato que hemos estado hablando, cuando ha salido el tema de si la gente es o
deja de ser y lo que suponen las perspectivas neoimperialistas en la percepción
cultural, I. ha propuesto que alguien debería estudiar las relaciones entre la
forma de vida aquí y la forma de vida en el sur de España, lo he mirado y le he
dicho que llevo días sintiéndome en casa, por la gente en la calle, la forma en
la que te hablan… han salido a colación los sefardíes, huidos de la Península
Ibérica por culpa de los Reyes Católicos y que acabaron llegando, muchos de
ellos, a esta ciudad. Quién sabe si no habrá alguien por aquí que tenga
antepasados vecinos de los míos: ya se sabe que el mundo es un pañuelo y que
cuanto más nos movemos, más pequeño se hace.
Durante el rato que hemos
conversado sobre la literatura en lengua alemana, la influencia y las
exigencias a los escritores migrantes, hemos llegado a la conclusión de que el
humor de los escritores migrantes en alemán es mucho mayor y está mucho más
claro que en los escritores “bioalemanes”. Su respuesta ha sido que “no es un mérito
ganarle en humor a los alemanes, es como ganarle en una carrera a V.” Nos hemos
reído los tres de la ocurrencia, V. ni siquiera se ha ofendido, ha asentido con
la cabeza y la conversación ha continuado como si nada.
Así que ahí estábamos un
escritor búlgaro que escribe en alemán novelas que tratan sobre la identidad,
un profesor bosnio que fue durante la guerra en su país un refugiado en
Alemania y que está especializado en literatura alemana y un doctorando español
que trabaja sobre identidad en literatura en alemán escrita por migrantes
juntos en una mesa de la terraza de una cafetería de la plaza de la catedral
católica de Sarajevo. Supongo que de algún modo la confluencia de los tres es
extraña, pero también supongo que de algún modo no es nada extraordinario.
Quizás lo más peculiar de todo sea que hablábamos en alemán y que todo ha sido “organizado”
de manera espontánea, como si, realmente, la lengua y sus hablantes no tuvieran
nada que ver. Tal vez fuera sólo el espíritu de Sarajevo, esta ciudad cuyas
calles me llevo conmigo, aunque ya estuvieran en mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario