viernes, 3 de mayo de 2019

Este hogar

Cuando puedo, apuro hasta el final en la Facultad, si consigo que sea hasta las diez, incluso algunos días hasta las once, cuando ya no queda nadie por aquí. Las tardes siempre son tranquilas, al mediodía el barullo de turistas y alumnos desaparece y el contraste con las mañanas es asombroso. Imagino que todo el mundo prefiere estar en casa con sus familias, cenando, viendo la televisión, tal vez en el teatro o en el cine, o sin hacer nada, simplemente descansando. A mí, sin embargo, me gusta disfrutar de la calma que brinda la Facultad por la tarde, hasta entrada la noche, cuando la oscuridad de los pasillos ayuda a pensar en otros muchos silencios y en otras miles de historias. Para trabajar siempre he preferido la calma, el sosiego y la bruma. Dejo que se vaya apagando el día y que de las claraboyas del despacho la luz desaparezca. Enciendo entonces solamente la luz del flexo, como si todo la luz fuera un foco de trabajo, como si mientras más concentrada esté, más y mejor avanzara el trabajo. 

Para esa hora hace ya tiempo que la gente celebra en todas partes el final de la jornada laboral, pero yo no consigo adaptarme a ese horario, no consigo evitar respirar hondo y profundamente sabiendo que la gente descansa y yo trabajo y que, por las mañanas, quien descansa soy yo. Me siento bien. De cualquier modo, es en este escritorio, en esta silla, en este espacio de silencio, donde paso la mayor parte del tiempo en esta ciudad junto al Guadalquivir, así que supongo que será que, de algún modo, tras años de idas y venidas, de varias casas, ciudades y países, este sitio, este hueco en una esquina de la azotea de la Fábrica de Tabacos es, lo quiera o no, mi hogar hispalense. 

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