Budapest nos cuenta mucho de
su historia con sólo poner un pie en la ciudad. Desde el autobús que me lleva
del aeropuerto al centro se ven unos alrededores descuidados, casas con
fachadas desconchadas, de una parte más reciente de su pasado, parece. Pero en
cuanto se pone un pie en el centro, la ciudad se vuelve señorial, imperial,
edificios altísimos, con grandes entradas que lo dejan a uno aún más pequeño de
lo que es, aparecen por todas partes. Budapest cuenta la historia de su pasado
más imperial, más glorioso.
Para mí, Budapest es sólo
una parada necesaria más en mi camino hacia Sarajevo. Desde aquí, antigua parte
dominante del Imperio Austrohúngaro, es fácil llegar a Sarajevo, aunque no
tanto como pensaba. La compañía húngara de bajo coste Wizzair ofrece vuelos directos,
pero no hay autobuses ni trenes (al menos yo no los he encontrado) que vayan directamente
hasta allí. Imagino que es por el hecho de que la Jerusalem de los Balcanes no
se encuentra dentro de las fronteras de la Unión Europea. Desde aquí, parece
ser, la mejor manera de llegar en autobús es a través de Zagreb, una locura se
mire por donde se mire, si el objetivo del viaje es la capital bosnia.
Por unas cosas o por
otras me he visto en la necesidad de hacer ahora una noche en Budapest y casi
tres a la vuelta y, aun así, era mejor que pagar un vuelo desde España
directamente (es decir, con alguna escala propuesta por la compañía Fulanito Airlines)
a Sarajevo. Será tal vez porque esta vez es realmente sólo de paso y que la
ciudad me interesa ahora mismo solo como punto de descanso que no he preparado
absolutamente nada para hoy. Mi intención es descansar para poder llegar mañana
como una rosa a Sarajevo y aprovechar allí el día, así que me he dedicado a pasear
por los alrededores del hostel y he llegado al Danubio. Es magnífica la
sensación que transmite el río. Hace no mucho que leí el libro de Claudio Magris
y no puedo apartar de mi mente la cantidad de ciudades y de historias que están
regadas por este mismo río, que se alimentan de los mismos cuentos de quienes
los navegaban antaño. Y no sólo el río. La propia ciudad de Budapest parece una
suerte de oasis dentro de Europa. No sé si en términos positivos o negativos,
simplemente algo diferente. Me resulta casi imposible que una ciudad, una nación,
como ésta, completamente europea, haya sido capaz de mantener un idioma tan diferente
del resto, no ya sólo estando pegada a grandes potencias con cuyas lenguas no
tiene la más mínima posibilidad de entenderse, sino habiendo conformado con
Austria un mismo imperio que acabó dominando media Europa. Supongo que eso, en
cierto sentido, hace a los húngaros celosos de sus peculiaridades. Uno se
siente aquí en Centroeuropa. Tal vez diga esto porque, a mi lado, en el bar en
el que escribo esto, tres alemanes conversan entre ellos y hablan con la
camarera en inglés, que los conoce, que les ha preguntado si lo de siempre.
Todo junto al Danubio, que nace en Alemania, atraviesa Austria y Eslovaquia
antes de llegar a Hungría y luego seguir su camino hasta el Mar Negro. Yo me
siento aquí en Europa, en la confluencia de todos los que forman (¿formamos?)
parte de este continente, sé más o menos lo que pasa a mi alrededor, pero no
entiendo nada.
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