Soy de trasnochar
Soy de trasnochar, no sé si desde siempre, pero sí desde hace algún tiempo. Supongo que parte de la culpa la tienen las eternas y benditas traducciones, la gramática y los libros que no dejan de querer ofrecerte un par de páginas más. Y así pasa, que cuando se apaga la última luz en el barrio, cuando la calle queda prácticamente a oscuras, mi escritorio sigue iluminado y la cerveza se consume lentamente, bajándome por la garganta, fresca, con el sabor de la realidad y los misterios, arrastrando sus historias y mis miserias y (pocas) virtudes. Soy de trasnochar y en este país eso no está del todo bien visto: los niños están a las nueve de la mañana jugando con sus padres en el parque mientras yo me tambaleo entre las aceras, en busca de un tranvía que me acerque a la vida en sociedad de la que vivo a veces apartado -por noctámbulo-, un tranvía que ponga orden en los horarios y las tareas, que me lleve al trabajo, un trabajo que suelo empezar tarde por el horario que me han dado, como s...