Uno, a veces, se lleva sorpresas que ni siquiera imagina, no ya por imposibles, sino por impensables. Ese ha sido el caso de hoy. Hace poco advertí por aquí me encantaban las postales, que me hacía ilusión ver la letra de alguien escrita en un pedazo de cartón que ha viajado por un trozo de mundo metida entre otras tantas cartas y papeles, entre sobres que contienen facturas, órdenes de desahucio o cartas de algunos pocos románticos encargados de no hacer desfallecer el correo ordinario y personal. Hoy, hace unos minutos, cuando he abierto la puerta del portal, he visto sobre el buzón de la comunidad, una postal con un sello de color rojo intenso, como los labios que le imagino, por las últimas fotos que he visto, a la remitente; con una imagen de Bélgica, de Brujas, de ese país aún por conocer -aunque mi doble viajero sí que haya estado por allí-. Y esto sí que no lo esperaba. Lo mejor es que aún no sé cómo ha conseguido la dirección, por mucho que le faltara el 2ºA. A veces, la ...