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Mostrando entradas de agosto, 2020

La pandemia, la escala de valores y el campo

Me fascinan los cambios. Los hay constantemente y de todo tipo: cambios de planes, de ropa, de ciudad, de casa, de amistades, de pareja... Los que son visibles, como cambiar los colores de la habitación en la que duermes a diario, son sencillos de aceptar: antes se veía esto, ahora se ve esto otro, ya está. Otros, como los cambios de planes, pueden ser propuestos por uno mismo: no vamos a este restaurante, vamos a este otro; y no se aceptan del todo mal. Algunos son inevitables, como tener un plan de trabajo para toda la tarde y acabar en el hospital por la ingesta de un alambre mientras comes guisantes - tal vez algún día cuente esto por aquí -, y ahí sólo cabe la resignación más absoluta. Los hay difíciles de aceptar, que son los que afectan verdaderamente a los sentimientos: que alguien desaparezca de nuestras vidas, por ejemplo. La muerte es un cambio difícil de asumir, pero es lógica. Sabemos que va a llegar y llega. Aunque no siempre avisa, no oculta sus intenciones. Seguramente...

El Castellar de fondo

No hay nada que una tanto a un lugar como el paisaje. Sin el paisaje no somos nada, no tenemos nada. La ciudades son la gente que las habita, sí, pero con el paisaje que las acompaña. Cada vez que volvemos a un lugar, lo primero que vemos es la silueta de la geografía que la acompaña. Lo recuerdo de mis viajes a Salamanca en el interminable ALSA. Daba igual lo cerca que estuviera, si no veía la catedral a lo lejos, aún sentía que no estaba llegando. A veces, cuando por lo que fuera, el autobús no entraba en la ciudad por el norte, por la zona más cercana a la estación de autobuses, sino que lo hacía por el polígono Motalvo, al sur, sentía algo parecido a la frustración que se tiene cuando tu equipo falla un penalti: sabes que está ahí, pero no llega.  En Zafra eso no pasa. El paisaje que anuncia la ciudad es la sierra del Castellar. El diccionario dice que castellar, en su segunda acepción - en desuso -, es un campo donde hay o hubo un castillo. Hoy ya no hay castillo que defienda ...

Echo de menos el otoño

Soy prácticamente alérgico al verano. Me cuesta salir a la calle, concentrarme, pensar, escribir y leer. Sólo puedo hacer esas cosas de noche, cuando el sol empieza a desaparecer y se levanta un poco de aire que permite estar en el balcón. Soy del sur, pero nos compenetramos mal el verano y yo. El verano pasado fui a desnudarme a la playa y fui a buscar el invierno en Chile. Quise y pude huir del calor. Este he decidido pasarlo sin salir de Extremadura y paso las horas frente al ventilador, tratando de trabajar y adelantar todo lo que llevo atrasado. No está surtiendo efecto, realmente. Por las tardes, echado en la cama, busco imágenes de otros tiempos, de otras estaciones, de cuando los abrigos se hacían necesarios y al calor de la casa se podía leer sin levantar varias veces el culo de la silla, sin sudar, sin estar constantemente sediento. Es agosto y yo me siento incapaz de trabajar. Es agosto y salgo a las calles de este o cualquier pueblo, con las casas encaladas y las parede...