viernes, 7 de agosto de 2020

El Castellar de fondo

No hay nada que una tanto a un lugar como el paisaje. Sin el paisaje no somos nada, no tenemos nada. La ciudades son la gente que las habita, sí, pero con el paisaje que las acompaña. Cada vez que volvemos a un lugar, lo primero que vemos es la silueta de la geografía que la acompaña. Lo recuerdo de mis viajes a Salamanca en el interminable ALSA. Daba igual lo cerca que estuviera, si no veía la catedral a lo lejos, aún sentía que no estaba llegando. A veces, cuando por lo que fuera, el autobús no entraba en la ciudad por el norte, por la zona más cercana a la estación de autobuses, sino que lo hacía por el polígono Motalvo, al sur, sentía algo parecido a la frustración que se tiene cuando tu equipo falla un penalti: sabes que está ahí, pero no llega. 

En Zafra eso no pasa. El paisaje que anuncia la ciudad es la sierra del Castellar. El diccionario dice que castellar, en su segunda acepción - en desuso -, es un campo donde hay o hubo un castillo. Hoy ya no hay castillo que defienda la ciudad desde lo alto. El actual, de hecho, está en mitad del pueblo, en la zona llana, como si nunca hubiera habido nada de lo que defenderse. 

Hace varios lustros que no subo a la cima del Castellar. Apenas sé por dónde se sube. A veces me lo he propuesto y M. tenía - y tiene - la obsesión de subir a él en algún momento. A mí siempre me ha gustado verlo, más que pensar en subirlo. Las vistas son magníficas desde arriba, sí, pero la sensación de tenerlo como punto de referencia del hogar me fascina casi más. Desde los pueblos de alrededor apenas puedo distinguir nada, todas las sierras me parecen similares, pero el Castellar, no tan alto, solitario en mitad de la llanura, me sorprende siempre y no puedo evitar cierta sonrisa.

Es al avanzar hacia el norte desde Sevilla, tras abandonar la autovía para tomar la nacional Badajoz - Granada en dirección Zafra,  y al poco de recorrer varios kilómetros de esa carretera, cuando, sobre todo, el Castellar se muestra como fondo espléndido de la ciudad y del tiempo. Se sitúa justamente al oeste, por lo que al atardecer el sol empieza escondiéndose detrás de sus rocas. Zafra pierde la luz un poco antes que los demás pueblos de la zona, pero, a cambio, se dibuja la silueta del Castellar, enegrecida por los colores imposibles de los atardeceres del verano. Es entonces cuando empieza el ajetreo en la calurosísima jornada estival, con el sol escondiéndose tras el telón: se acaba el espectáculo, comienza la vida.

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