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Mostrando entradas de 2017

A sense of place

Leo a la autora polaca Eva Hoffman decir "so it was no the nation I felt exiled form, not Conrad's father's Poland; my homeland was made of something much earlier, more primary than ideology. Landscapes, certainly, and cityscapes, a sense of place" y pienso en todas las infancias de todos los que se van o nos estamos yendo. Pienso en la mía y en la ciudad que la acogió, que ya no existe sino en el pasado. ¿Qué ciudad no desaparece con el tiempo aunque se mantenga otra con el mismo nombre y en el mismo espacio? Intento imaginarme el sentimiento de Hoffman y otros cientos de autores que se convirtieron en migrantes, exiliados o refugiados, muchos de los cuales han tomado la lengua de su madurez para contar sus historias, tal vez porque las lenguas de su infancia no sirven para expresar el dolor y la pérdida, tal vez porque eran demasiado jóvenes entonces para tener la experiencia de las palabras que lo expresaban. Intento imaginármelo y no creo que sea capaz de llegar ...

El pasado y los libros

Cuando vuelvo a casa tengo ciertos remordimientos. Luego, tras un momento de pausa, pienso cuál es la posible razón de que los tenga y tengo remordimientos por tenerlos. Más tarde se me acaban pasando y suelo dejarme llevar por la intuición, por los gustos y las ganas. Al final, como casi siempre que me sucede algo así, acabo cogiendo papel y boli y me pongo a escribir, porque escribir es lo único que calma el pensamiento y la vida, lo ordena todo, le da sentido, aunque no tenga orden, aunque la razón no esté de nuestra parte, pero lo está la intuición. Digo cuando vuelvo a casa porque es donde tengo amontonados los libros que he comprado y no he leído y, sobre todo, los que me han ido regalando. Imagino que nos pasa a todos, que no hay nadie que no tenga en casa algún libro que nos haya regalado algún amigo que ya no es amigo, algún examor que no es tan ex ni tan amor. En mi caso, incluso, hay libros que compré para regalar y, por cuestiones que no vienen al caso, no llegué nunca ...

Esta ciudad y los perros

La ciudad no es apta para el verano. Tal vez lo sea para el invierno, pero tampoco lo tengo claro. Los coches han desaparecido, las calles se han llenado de la ausencia que dejan las sombras de las telas que cuelgan entre las fachadas para proporcionar algo de frescor a un ambiente imposible. Los árboles (¿qué árboles?) no quitan el suficiente sol. Qué oscuros los días, escuchaba antes. Qué calor, qué agobio, escucho ahora. Cuánto más prefería la oscuridad y el viento, la lluvia y las nubes, que la desolación del ruido vacío de este verano, de estas casas cerradas, de los aparatos de aire acondicionado, de los coches, las ambulancias y los gritos, no dejan de existir, pero no se los ve, están, lo sé, porque se escuchan, porque se hacen notar, pero sales a la calle y no se dejan ver, se ocultan. Desde donde escribo se escuchan los televisores de los vecinos y, cada poco rato, los ladridos de un perro, incansable en su lucha contra el silencio, contra la contrariedad que parece reinar en...

Cada mañana

Cada mañana, cuando me levanto, lo primero que hago es ir a la cocina y calentar el agua para preparar té, día tras día, aún con las legañas en los ojos y el sueño dormido aún en las pestañas. Con el sonido del borboteo en la cocina, abro el grifo del lavabo y me lavo la cara detenidamente, la seco con suavidad, borrando los últimos recuerdos de la noche, olvidando, mañana tras mañana, que no pretendo olvidarlos, tal vez para escribirlos, tal vez para comentarle a quien apareciera en ellos que lo he visto mientras dormía y hemos hablado del tiempo o de la vida. Después vuelvo a la cocina para terminar de ver el agua hervir. Escojo el té que me parezca en ese preciso momento y echo las hojas en el filtro, colocado ya en la tetera (dos cucharadas), y vierto despacio el agua sobre ellas. Me gusta dejarlo tres minutos. Una vez pasado el tiempo estipulado por mí mismo, saco el filtro y dejo caer el té en la taza, sin prisa, viendo cómo el humo sale de ella y se eleva hasta desapare...

Fortuitamente Sevilla

Hay quien cree en dios, en alguno de los posibles, y eso le hace pensar que está aquí por algún motivo, que lo han creado de ésta o aquélla manera. Imagino que quien crea así piensa también que existe algún propósito, que las cosas pasan por algo, que si está aquí o allí es porque algo ha hecho que esté aquí o allí. No sé, imagino que es así. También es posible que me equivoque. Pero la gente que cree en dios les pide intercesión, les pide piedad o fuerza, no sé, que les mande algo positivo, imagino, que acabe con su sufrimiento. Yo, por mi parte, creo en las casualidades. Es decir, no creo que tengan que ocurrir, sino que, simplemente, ocurren, y son ellas las que nos van delimitando la vida, si justamente hubiera llegado tres minutos antes a tal o cual sitio es muy probable que ahora mismo no estuviera aquí. Es cierto que las casualidades las provocamos nosotros en muchas ocasiones, pero no siempre. Sea como sea, las provoquemos o no, no somos más que un puñado de casualidades, ...