viernes, 15 de septiembre de 2017

El pasado y los libros

Cuando vuelvo a casa tengo ciertos remordimientos. Luego, tras un momento de pausa, pienso cuál es la posible razón de que los tenga y tengo remordimientos por tenerlos. Más tarde se me acaban pasando y suelo dejarme llevar por la intuición, por los gustos y las ganas. Al final, como casi siempre que me sucede algo así, acabo cogiendo papel y boli y me pongo a escribir, porque escribir es lo único que calma el pensamiento y la vida, lo ordena todo, le da sentido, aunque no tenga orden, aunque la razón no esté de nuestra parte, pero lo está la intuición.

Digo cuando vuelvo a casa porque es donde tengo amontonados los libros que he comprado y no he leído y, sobre todo, los que me han ido regalando. Imagino que nos pasa a todos, que no hay nadie que no tenga en casa algún libro que nos haya regalado algún amigo que ya no es amigo, algún examor que no es tan ex ni tan amor. En mi caso, incluso, hay libros que compré para regalar y, por cuestiones que no vienen al caso, no llegué nunca a regalar. Libros que leo o que simplemente veo y que sé que están ahí por algún momento especial que no ha de repetirse, con alguien a quien arropé en alguna cama de algún hotel y con quien ya apenas hablo, si es que existe ese apenas. Marcapáginas que conservo con cariño, dedicatorias que parecen no tener sentido y que en su día lo tuvieron y lo significaron todo. Calculo, así a ojo, que, en los estantes de mi habitación, al menos cincuenta libros son regalos y están dedicados o simplemente guardan una íntima relación con algún momento de mi vida pasada que ya no tiene cabida. O sí. 

Me canso de escuchar, y tal vez de ahí lleguen los remordimientos, que el pasado pasado está, que hay que mirar hacia el futuro, que no podemos hacer nada para recuperar lo que perdimos y que blablabla. ¿Quién habla de eso? Supongo que, ahora que me dedico a lo que me dedico, que el pasado es mi trabajo, obviar mi propio pasado sería una forma de autoengañarme, supondría un cierto cinismo que repudio. Vive el presente, olvídate del pasado. He ahí la moral actual: que no te importe nada de lo que ya no existe, piensa sólo hacia el futuro. Lo siento. Yo no puedo hacer eso. Y no sólo es que no pueda, es que ni siquiera quiero. Me pasa con estos libros sobre todo, quizá porque estén a la vista, porque no hace falta ni siquiera abrirlos para saber lo que significan y lo que significaron. Me pasa que los miro y sé por qué tengo en la estantería a Belén Gopegui o La canción de amor y muerte del alférez Christoph Rilke, o un volumen de cuentos que aparecieron en una radio provincial en una provincia que ni siquiera he pisado y que, supongo, no he pisado por lo que, sin haber llegado a ser, supuso y, tal vez, supone para lo que he sido y soy. Sé por qué tengo los Cuentos de la Alhambra, o por qué La historia interminable. Incluso hay libros de fotografías de ciudades en las que nunca he vivido, ediciones de El Principito en idiomas de países en los que nunca he estado porque alguien las ha buscado por mí, para mí. Sé con quién estaba en el momento exacto en el que compré e en aquella librería de viejo aquel libro de Zweig o cuando encontré por la calle una edición de la Ilíada en griego. 

Sé, y me gusta saberlo, que esa vida ya no es la tengo, que quien me regaló Como agua para chocolate o alguno de los marcapáginas que utilizo ahora mismo no tiene casi nada que ver con mi vida actual. Y hay gente a la que añoro, por supuesto, y momentos que desearía repetir, claro. Y a veces incluso volver a ciertas ciudades crea una sensación de abandono, de pérdida. Y no puedo evitarlo. Piensa hacia el futuro, se oye a todas horas en todas partes. Y yo pienso, ¿y quién soy en el futuro? ¿y por qué soy ése en el futuro? Prefiero pensar en el ahora y en el pasado, en lo que soy, por lo que he sido, en que cada uno de esos libros, de esas dedicatorias de esas ciudades son conmigo lo que soy, que quien estuvo ahí para meter en el sobre el libro que me acabaría mandando es parte de mí. Y eso no se olvida. 

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