Leo a la autora polaca Eva Hoffman decir "so it was no the nation I felt exiled form, not Conrad's father's Poland; my homeland was made of something much earlier, more primary than ideology. Landscapes, certainly, and cityscapes, a sense of place" y pienso en todas las infancias de todos los que se van o nos estamos yendo. Pienso en la mía y en la ciudad que la acogió, que ya no existe sino en el pasado. ¿Qué ciudad no desaparece con el tiempo aunque se mantenga otra con el mismo nombre y en el mismo espacio? Intento imaginarme el sentimiento de Hoffman y otros cientos de autores que se convirtieron en migrantes, exiliados o refugiados, muchos de los cuales han tomado la lengua de su madurez para contar sus historias, tal vez porque las lenguas de su infancia no sirven para expresar el dolor y la pérdida, tal vez porque eran demasiado jóvenes entonces para tener la experiencia de las palabras que lo expresaban. Intento imaginármelo y no creo que sea capaz de llegar a mucho. Y me miro en el espejo y siento que, salvando mucho las distancias, mi caso es curiosamente parecido: me giro a la ventana y veo pasar coches de caballo, turistas, taxis... Y, a pesar de la escasa distancia que me separa de esa primera patria, soy un extraño aquí y allí, siento que no me corresponde estar aquí. No soy un exiliado, ni siquiera (ya) un migrante, vivo a 150km de donde nací y me siento más lejano que nunca, más que desde Salamanca, más que desde Alemania, sé que está ahí, que la puedo tocar, que no me huye y, sin embargo, no la siento, no es ya mi ciudad, no es ya el hogar seguro y eterno que habita mi infancia, es sólo un sentimiento personal menos efímero que la realidad en que se supone que existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario