Quiero crear un nuevo día, un día de luz diáfana y opuesta a la luz de las farolas, un día falso pero hermoso, existente sólo para mí -o para todos-, pero un día que pueda tocar, que tenga viento, vértigo, y nubes, y vida, y recuerdos y labios de carmín, un día irreal pero mío, un día en el que tú aparezcas subiendo las escaleras de la Facultad, o en que en la calle me cruce tu sonrisa, un día que no haya existido aún -entonces no existirá si no lo creo-, un día sin palomas que se arrastren bajo el cielo, sin semáforos en rojo, sin miedos al fracaso de la noche, sin palabras atragantadas entre miradas huidizas y sonrisas de cristal bohemio, un día en que la prisa del alcohol no evoque las distancias entre los puentes de hierro y las dehesas secas bajo un sol carnívoro y sin sombras, un día con su noche de estrellas -apagadas o encendidas, ¿qué más da?- y su luna inmóvil y fría, rubia, escondida entre montañas de verdes rutas de soledad.