Diálogos de peluquería I. Reencuentros.
Por fin he ido a la peluquería a quitarme los pelos que empezaban a estorbarme, y, por suerte, he aprendido a decirle al peluquero lo que quiero y no me ha hecho ningún destrozo. Difícil de creer, lo sé, pero es verdad, de hecho casi nadie se ha dado cuenta de que me falta pelo y yo noto más que mucho la diferencia. Pero a lo que iba. En estas conversaciones que se tienen en las peluquerías -sí, los peluqueros de hombres también las tienen- ayer escuché algo que me sorprendió bastante y que le dio un empujoncito sentimental -o no sé si tanto- a mi espíritu últimamente poco cariñoso con el ser humano y más bien apático. Cínico, diría yo. Pero bien, sigamos. El caso es que ha entrado un señor de unos setenta y cinco años, con el pelo completamente blanco, una tripa de jubilado bastante dadivosa y una voz ronca que parecía el motor de un tractor. No sé realmente cómo empezó la cosa, pero, de repente, escuché que su hija había encontrado vag(¿ue?)ando por Internet una foto de su hermano co...