viernes, 12 de abril de 2013

Bromas

Hay días en los que te levantas sabiendo que todo es una broma, que nada tiene sentido y estás convencido de ello. Pero la mañana avanza y la broma sigue ahí, acechándote, observándote desde las paredes, los libros, los sobres preparados para enviar, cerrados, con dirección y remite, y a los que sólo les falta un sello y un buzón que los lleve al destino en el que, quizá, ya no haga falta que estén. Y entonces sabes que de bromas nada, que el sobre sigue sobre la mesa por un motivo, que los libros hablan si los abres, pero cuentan cosas que, éstas sí, ahora, parecen broma, que las paredes están llenas de lo que ha sido, no de lo que está siendo. Hasta el champú en el baño parece seguir la broma al resto de la habitación.

Hay días en los que coger el teléfono para llamar resulta extraño, resulta inútil, absurdo, prohibido.

Hay días, digo, en los que desaparecer de la broma que no es es imposible, en los que los aviones se pierden y las carreteras se terminan, en los que escribir no es una opción. En esos días pienso en los niños que gritan en la calle, en los que juegan con balones en los parques, en su risa, en su extraña forma de libertad. Y pienso también en los comisarios.

En esos días hay que hacer de la realidad una broma.

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