domingo, 9 de febrero de 2014

Decisiones

Uno se va de casa un día para empezar la Universidad, a estudiar, a labrarse un futuro a todas luces -pocas- incierto. Escoge una carrera y con ella llegan unos amigos, unas personas y no otras, una vida que antes no se veía está de repente frente a nosotros, con sus caminos, sus curvas, sus cruces. Decisión. Elección. Con cada nueva respuesta a un problema, con cada giro, nos creamos a nosotros mismos, y uno no se asombra -quién sabrá por qué- de no estar a merced de nadie. Decidir es tomar un riesgo u otro, o querer evitarlos.

Llega un día en el que uno se licencia, paga su título y puede decir que es licenciado en tal o cual cosa, y no hay nadie, al menos no ese día, o no en este país, nadie, que esté esperando para ofrecer un trabajo. Tampoco es que el recién licenciado lo quiera: es joven y es tiempo de estudiar un Máster. Y estudia el Máster. Y después de él seguramente siga sin haber nadie a las puertas de la Facultad esperando para darle un trabajo después de que haya pagado su título correspondiente.

Sin embargo, a veces hay opciones, a uno le llegan ofertas de trabajo que conllevan pasar entrevistas, o lo proponen para puestos concretos en lugares concretos de algún país concreto que sólo requieren la firma del convenio y la aceptación por parte del candidato propuesto. Entonces, en situaciones así, uno podría imaginarse cómo sería su vida si pasara la entrevista, si terminan por firmar el convenio a tiempo y, de modo completamente irracional, imagina que tiene todas las opciones ante sí, que puede pasar los próximos dos años de su vida como profesor de español en algún colegio perdido de Baja Sajonia, o que a estas alturas, tal día como hoy pero del año próximo, podría estar despertándose, a cinco horas antes de donde se encuentra ahora mismo, para ir a impartir clase en una Universidad quizá un tanto combativa y que pasará de camino por la iglesia ortodoxa que ocupa, desde 2003, el espacio en el que estaba la casa donde, el 18 de julio de 1918, se acabó con el último zar.

Y entonces uno piensa, sólo por pensar, en las decisiones, en las oportunidades, en la vida, y espera saber si tendrá que acabar decidiendo o si, sin más, se irá.

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