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Mostrando entradas de 2018

Libros viejos y cientos de historias

Quienes conozcan Alemania con algo de profundidad, sabrán que en sus calles abundan los libros, que las librerías de viejo aparecen en cualquier esquina y que, en ellas, perderse es bastante sencillo. Recuerdo la primera librería así que vi en este país. En Heidelberg, en la segunda mitad de la Hauptstraße en dirección a la plaza de la Heiliggeistkirche, en el lado izquierdo, la librería anticuaria Hatry era un lugar casi mágico. A decir verdad, no sé si los recuerdos que tengo se corresponden con los de esa primera vez o con los de las siguientes. En repetidas ocasiones he vuelto a ese mismo lugar en busca de esas mismas sensaciones, a contemplar esas estanterías cargadas de libros que se encuentran en algún lugar de alguna de las listas de libros por leer o leídos que he ido acumulando a lo largo de los años y que no paran de aumentar. Cinco plantas completamente llenas de libros usados, escritos, anotados, con sus propias historias. En ese lugar, de algún modo, comprendí que los li...

Amanece

Hace ya tiempo que me siento atraído por este lugar, por estas tierras. El nombre ayuda, supongo, tan lejana y cercana a la vez, se me antoja un hogar al que se regresa y se desconoce, pero te acoge, como esos paseos por las calles del pueblo en algún verano después de meses sin pisarlas. Nuestras huellas están ahí, pero nuestros pies no son los mismos, han crecido, visten otros zapatos. El olor te dice que estás en casa, pero esas puertas, esas tiendas, esos bares no estaban ahí antes. Algo así siento en este lugar, como si ya lo conociera de antes, como si no pudiera sorprenderme, como si hubiera visitado cientos de veces sus pueblos de piedra y sus calles, sus montañas y sus ríos. Y, sin embargo, es la tercera vez en mi vida que estoy en este norte, tan lejos de ese sur que todavía llevo dentro. Me despierta un gallo tempranero, con los primeros rayos de sol, y cierro los ojos. No hay prisas en este lugar, no hay agujas ni segundos, todo el tiempo es eterno, nada avanza más que c...

Autorretrato

Éste que veis aquí, de rostro redondeado, cabello negro y alocado, frente cubierta, de ojos tristes, necesitados de anteojos, y de nariz bulbosa, un tanto desproporcionda; la barba oscura y a partes anaranjada, poco poblada, los labios jóvenes, los dientes ni menudos ni crecidos, completa la dentadura, acompasada gracias a la técnica; el cuerpo más bien pequeño, la piel casposa y la color más blanca que morena; algo cargado de espaldas, de pies ciertamente pequeños; éste digo que es el rostro del autor de este blog y unos pocos textos manuscritos que aún tiene guardados en casa, de nada más por el momento.

La caída

El vértigo afecta a quienes tienen miedo a morir, a caer y precipitarse sin despedirse. Tal vez sea eso lo que me sucede al acercarme al borde del acantilado. ¿Es este sentimiento miedo a caer o a perder el control? Me siento en el borde y pienso en cómo sería la caída. ¿Cómo se sentirá el viento en la cara hasta el choque contra el agua? ¿Sobrevivirá alguien a esta caída? No es vértigo esto que siento, es atracción. Tal vez el vértigo sea en realidad eso: la atracción por la caída, el miedo a dejarse llevar, pero a mí me controla el hecho de saber el final. Demasiadas piedras antes del agua. Probablemente también dentro de ella. ¿Se pueden considerar éstos los pensamientos de un suicida? Seguro que no sería el primero que salta, pero probablemente sí el primero que no tendría la intención de morir. Más de una persona habrá terminado aquí, al filo de esta isla,  contemplando el cielo y el agua, en un salto final en el que la suerte la decide el impulso. ¿Tendrán vértigo, abrirán l...

De libros y casualidades

El mundo, el entorno, me parecen cada vez más extraños. Vivimos conectados a todas partes en segundos y, sin embargo, cada días nos conocemos un poquito menos, nos hablamos un poquito menos. En la pantalla del ordenador nos encontramos a diario fotos de desconocidos a quienes no hemos visto en persona en la vida, a conocidos a quienes ya no conocemos y a conocidos de quienes sólo sabemos por sus fotos. De vez en cuando, sin embargo, la vida nos regala ciertas casualidades que podrían carecer de sentido y que, probablemente a pocos les hagan ilusión. No es mi caso. Me gusta llegar a un sitio y ver a alguien conocido, a alguien de quien me han hablado, quizás por el simple hecho de luego pensar en cómo dos personas pueden encontrarse, qué habrá traído a esa persona al mismo lugar que a mí, o, también al contrario, cómo es posible que yo haya terminado en el lugar en el que se encuentra esa persona. También me gustan las contracasualidades, los momentos en los que dos personas están el m...