Quienes conozcan Alemania con algo de profundidad, sabrán que en sus calles abundan los libros, que las librerías de viejo aparecen en cualquier esquina y que, en ellas, perderse es bastante sencillo. Recuerdo la primera librería así que vi en este país. En Heidelberg, en la segunda mitad de la Hauptstraße en dirección a la plaza de la Heiliggeistkirche, en el lado izquierdo, la librería anticuaria Hatry era un lugar casi mágico. A decir verdad, no sé si los recuerdos que tengo se corresponden con los de esa primera vez o con los de las siguientes. En repetidas ocasiones he vuelto a ese mismo lugar en busca de esas mismas sensaciones, a contemplar esas estanterías cargadas de libros que se encuentran en algún lugar de alguna de las listas de libros por leer o leídos que he ido acumulando a lo largo de los años y que no paran de aumentar. Cinco plantas completamente llenas de libros usados, escritos, anotados, con sus propias historias. En ese lugar, de algún modo, comprendí que los libros había que vivirlos también de una forma más física. No se trataba de mancillarlos, mancharlos o romperlos, sino de anotarlos, apropiarse de ellos, individualizarlos. En ese lugar terminé de comprender que los libros son todos iguales hasta que dejan de serlo, hasta que les otorgamos nuestra historia de algún modo. Una edición española de Un puente sobre el Drina no tiene nada peculiar, no la diferencia en nada de otra. Pero la mía, la que estoy leyendo estos días, comprada nueva en una librería sevillana, dejará de ser una cualquiera, tendrá mis anotaciones, mis asociaciones con los temas de mi tesis, de mi propia vida. Cualquier marca en un libro, siempre que no lo destroce, es una forma de hacerlo propio, de contar la historia de quien lo lee. Eso lo descubrí en Hatry y en otras librerías de viejo. Desde entonces, vago por las ciudades alemanas parándome en las librerías y buscando entre los libros alguno que tenga dos historias, la de quien escribe y la de quien lee, dos historias que, tal vez, cuando el libro pase a mí, serán tres, y así sucesivamente.
Últimamente compro pocos libros que no tengan que ver con el trabajo, supongo que es una forma de autocontrol impuesta por la necesidad y el pragmatismo, pero, aun así, no dejo de mirar en las librerías anticuarias de Friburgo por las que paso casi a diario. De momento sólo he comprado en una un libro que nada tiene que ver con lo que investigo, y aún no sé qué me animó a comprarlo definitivamente, aunque sí sospecho que lo que me inclinó a cambiar el billete de cinco euros por él es el recorte de periódico que se encontraba en él. El libro es, en sí, especial: una edición de Spanien im Herzen, de Pablo Neruda, es decir, España en el corazón, en versión bilingüe español-alemán, de la editorial Insel-Verlag, el número 957 de la colección Insel-Bücherei, publicado en 1974 en Leipzig, es decir, en la República Democrática de Alemania. Este libro no sólo se publico en un país que ya no existe, en el lado de allí de un muro incómodo y vergonzoso, datos lo suficientemente sólidos para mí como para vencer mi negativa momentánea a la compra de libros, sino que, además, en su interior, aparece un trocito de historia extraliteraria. Quien fuera su dueño en su día decidió guardar dentro de sus páginas un recorte de la página seis del periódico friburgués Badische Zeitung, en el que anotó la fecha (22.X.71), un artículo que hace referencia a la concesión del Premio Nobel de Literatura a Neruda. No hay mucho más, de hecho, no hay más anotaciones ni nombres. Para mí, sin embargo, hay varias historias y no puedo evitar pensar en la de quien, tres años antes de la publicación de esta edición, recortó la noticia y la guardó cuidadosamente hasta que, 47 años después, ha llegado a mí a cambio de 5 euros en una de esas librerías en las que las historias se multiplican sin cesar.
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