Cuesta hacerse a la idea de los cambios, de las dobleces de
la vida, de cada giro inesperado, de cada curva. Casi nada es nunca como esperamos,
como creemos. Qué problema el horizonte de expectativas. Los últimos meses
están siendo convulsos. Desde noviembre, la familia es distinta, la nostalgia
está en cada paso, en cada herida, en cada verso, en cada traviesa. Demasiado
ir y venir, demasiado estar y no estar.
Como forma de distracción de los recovecos de la vida, S. ha
retomado la leyenda japonesa de las mil grullas, ésa que dice que si haces mil
grullas de papel, se te cumple un deseo. Eso o te armas de paciencia, te
tranquilizas. Así que he aprendido a hacer grullas. Para mí esta leyenda no es realmente
nueva, es decir, no es la primera persona que me habla de ella, aunque es
cierto que cuando me la comentó, me sonó un poco desconocida. Luego ya he recordado
a M., que llenó Segovia de pajaritas de papel con un plan muy concreto. Y lo
consiguió. Hace tiempo que no se nada de ella. La última vez que la vi fue en
la puerta de la iglesia de San Esteban, en Salamanca. Durante un tiempo mantuvimos
una relación bastante estrecha, nos contábamos algún que otro plan artístico,
literario, lo que fuera, pero luego, simplemente, desapareció. No sé qué fue de
ella, como tampoco sé muy bien cómo ni por qué apareció entre mis amistades. Al
menos ahora no lo recuerdo. Sé, eso sí, que cuando nos vimos por última vez,
tenía planes ambiciosos. Luego, estando yo en Alemania, me escribió diciendo que
quería ser tatuadora. Desde entonces, nada más sé de ella. Sí que habrá llegado
lejos con tantas alas.
No sé realmente qué se propone S., si tiene o no tiene un
deseo, pero de momento nos ha puesto a todos a hacer grullas de papel, y cada
vez que la concentración se va en busca de musas, el papel estampado se desliza
entre mis dedos porros para formar una grulla que implica cierta concentración,
cierta exactitud y ligereza. Las grullas ayudan a respirar, a repensar, a tomar
perspectiva, a reconcentrar el pensamiento. A regresar. Será que son animales migratorios...
De algún modo, las grullas conocen el camino de vuelta al
trabajo, sí, pero no olvidan el paisaje que las rodea.
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