viernes, 10 de diciembre de 2021

Bulgaria II: Tres lecciones

Bulgaria me está dando lecciones muy intensas en bastante poco tiempo. Lo primero que se aprende al llegar es que hay que mirar bien al suelo, porque caminar por estas calles no es siempre sencillo: un ojo al suelo y otro al frente para evitar el tropiezo. Esa lección tendría que haberla traído aprendida de casa. Deberíamos traerla aprendida todos, de hecho: es imposible avanzar si no se mira bien el terreno, si no se sabe dónde se está y cómo se está, si no se calcula la distancia necesaria entre un pie y el otro, si no se aprecia el socavón en la tierra por la que nos movemos. Ir como pollo sin cabeza no siempre es buena técnica, y no es lo mismo que improvisar.

La segunda lección imprescindible en este país es que no hay que hablar con la cabeza ni hacerles caso a las cabezas de la gente. Físicamente, quiero decir. Al pedir agua en un restaurante, por ejemplo, el camarero puede mover la cabeza con un gesto que puede parecernos de resignación, casi de desagrado. En cambio, ése será su gesto para indicar que sí, que vale, que claro que nos traerá agua. Es una especie de por supuesto. Y esto también tendríamos que traerlo aprendido de casa. En muchas ocasiones vemos y apreciamos gestos y actitudes que nos confunden, que nos dejan perdidos, que parecen decir claramente una cosa y, en realidad, están diciendo otra. Los gestos, los actos, muchas veces son impulsivos. A veces actuamos de un modo que no esperábamos, o vemos en los demás reacciones que no creíamos posible ver. Para bien y para mal. Hay una cosa, no obstante, que es muy difícil de confundir: los ojos. Por mucho que el gesto nos parezca de resignación, si fijamos la mirada en los ojos, podremos ver alguna leve arruga de aceptación, de acuerdo. La mirada es muy difícil de cambiar, de modificar. En unos ojos se ve el enfado, el miedo, el amor, la nostalgia. Y todo eso a pesar de que la cabeza y el cuerpo digan que no.

La tercera lección que me ha traído este país es que hay que sobreponerse a lo que venga y cambiar las decisiones tantas veces como sea necesario. Lo que hace unos años no era posible, ahora tal vez sí, pero también lo que ayer parecía viable, hoy tal vez ya no lo sea. Elegir los proyectos que más ilusionan en un momento determinado es primordial, sí, y hacerlo siempre mirando las condiciones del suelo que se pisa y prestando atención a los ojos que uno encuentra en el camino, también.

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