El viaje ya terminó hace un tiempo, pero por fin me he sentado a escribir sobre las semanas en los Balcanes. No hay estilo, no hay lógica, tal vez ni siquiera haya sentido. Pero hay historias y lugares una vez más. Comencemos por el principio.
El tiempo cada vez avanza más rápido. Quiero decir, los días siguen teniendo la misma cantidad de horas y de minutos, pero cada vez dan para menos. Como si lo que antes tardaba diez minutos en hacer, me ocupara varias horas. Dormir, duermo lo mismo o menos, y, sin embargo, el resto del tiempo está perdido en divagar entre la nada y la nada, sin avanzar siquiera en un único pensamiento estable. El mundo moderno se ha apoderado también de mí y trato de quitármelo de encima. Esto lo pienso mientras voy en el avión que aterrizará en Dubrovnik, y el pensamiento me lleva, no sé si inexplicablemente, a la tranquilidad. Porque sé que a partir de mañana, del día después de llegar a Croacia, no tendré internet y el tiempo tomará de nuevo otro ritmo. No es la solución ideal para retrasar la velocidad de la vida, pero es una solución temporal. Quiero lo que tengo justamente delante, no contestar al minuto, estar conmigo y yo. Supongo que eso dice de mí que me falta control, porque hay gente que no vive así, que no contesta al minuto, que no lee los emails en cuanto los recibe. Pero me pregunto cómo lo hacen: mi teléfono apenas suena o vibra o hace nada cuando llegan llamadas o mensajes, la mayoría de las notificaciones están bloqueadas, sólo se enciende de vez en cuando una luz y, para evitar pensar en ella, el teléfono suele estar boca abajo en la mesa, para no verla. Si no está, no existe. Y, aun así, en cuanto agarro el aparatino, ya han desaparecido unos cuantos minutos de mi tiempo. Es fascinante a la vez que aterrador. Es mucho más fácil perder el tiempo ahí que centrarse en el leer un libro. La mente humana. En cualquier caso, a partir de mañana, en cuanto crucemos la frontera entre Croacia y Bosnia, el internet desaparecerá. Podría haber comprado una tarjeta con una cantidad cualquiera de gigas de datos para gastar, pero no lo he hecho ni pienso hacerlo. Necesito el tiempo. Necesito desconectar lo máximo que me permita la falta de internet. Como cuando viajábamos antes, como las primeras veces que iba a Alemania, con el mapa de Berlín del derecho y del revés, o cuando me tuve que aprender el camino desde la estación de Bonn a la residencia, o la de Würzburg, la primera calle en este sentido, luego esta o la otra se toma hacia la izquierda o la derecha... Así era indispensable estar pendiente de las calles, los accidentes urbanos: la pegatina en la señal, el paso de peatones, el nombre de la calle, el árbol torcido, la tienda con el cartel del color que fuera. Los próximos días serán así de nuevo. Pero antes habrá que volver a Dubrovnik, y recordar lo que ya sabíamos, remirar, con ojos nuevos y un tiempo nuevo, esta ciudad y este país. Iremos avanzando.
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