Poco a poco va yéndose la gente, antes no había sitio en las mesas. Todas estaban completamente ocupadas, ahora ya quedan muchas vacías, muchos huecos están libres, llenos sólo con el vacío que han dejado en ellos los apuntes incomprendidos de quien hasta hace unos mintuos los removía y contemplaba sin llegar a entenderlos.
Una mesa, en el centro de la sala, está aún llena de libros, y apuntes, de bolígrafos vertidos y un estuche que parece escupirlos. Un bolso, de pie, vigila la mesa, redonda, con tres sillas a su alrededor, vigila una agenda cerrada, que no deja ver el próximo día marcado entre sus páginas con algún evento importante. Una carpeta de anillas deja al descubierto unos folios de la Universidad de Complutense, que se muestran orgullosos, no sé si por venir de donde vienen o si por llevar consigo el conocimiento de cientos de enfermedades. Las dos chicas que estaban en esa mesa vuelven, dejan el tabaco sobre la mesa y se ponen otra vez a estudiar, concentradas en sacar el máximo partido a la media hora que queda hasta que el bibliotecario empiece a mandarnos salir.
Se terminó la tarde, ahora toca tomarse unas cañas, han debido pensar los chicos que estaban a mi lado. Bueno, no sé si habrán pensado eso, pero se van. Yo sí que lo he pensado, y me voy.
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